PEREZ17102022

Camila
Samuel Schmidt

Austin.- Qué grave es que un nombre se mencione en voz alta y se recuerde como resultado de una tragedia. Cualquier cínico diría: una más de las víctimas registradas en México. Según la revista Expansión del 1 de diciembre, de 2018 a noviembre de 2023, se registraron 166,278 asesinatos, de los cuales 161,518 son homicidios dolosos y 4,760 feminicidios. La estadística no incluye infanticidios, que posiblemente sean mucho más graves que los demás, por la vulnerabilidad de las niñas.

Es irrelevante el argumento de si porcentualmente los asesinatos van a la baja; un muerto es demasiado, el dolor de esa familia perdurará por siempre, y peor cuando se transparenta que las autoridades quieren poner algo de culpa en la madre de la asesinada. El vicio de revictimizar a la víctima.

Una de las lecciones sobre el asesinato de la indefensa Camila es que cualquier estúpido con ambición de dinero fácil, puede secuestrar. Las cifras de secuestro son confusas, lo que las hace más demoledoras. Según estimación de la Envipe 2023, datos publicados por el Inegi, durante 2022, se produjeron aproximadamente 77,825 secuestros en México, cifra muy distante de los 542 secuestros registrados por el Sistema Nacional de Seguridad Pública (Snsp) en el mismo período. Infobae reporta que durante 2023 se cometieron dos secuestros diarios. La discrepancia de las fuentes solamente muestra el nivel trágico del problema.

En caso de Camila, unos desalmados se aprovechan de la confianza vecinal para secuestrar a la niña, y luego en circunstancias desconocidas la ahorcan y se les hace fácil irla a tirar.

Hay por lo menos dos lecciones del caso: cualquiera se atreve a secuestrar a su vecino, ya sea por participar en una banda de forajidos, o simplemente por ver la oportunidad de extraer dinero. La segunda lección consiste en la respuesta social, la que habiendo identificado a los responsables se apresuraron a lincharlos: la turba planeó golpearlos y luego quemarlos.

El secuestro como motivación económica puede mostrar el desprecio por las reglas y la confianza en que la acción de la ley es torpe y corrupta.

El linchamiento puede ser una muestra de agotamiento social frente a autoridades que se corrompen, son omisas, o son indulgentes frente al crimen. En el Estado de México un juez envió a prisión domiciliaria a un violador que abusó de una niña durante 3 años, hasta que ella tuvo fuerzas a los 9 años para denunciarlo.

La sociedad desconfía de las autoridades y cada vez parece estar más convencida y motivada para hacerse justicia por su propia mano. Frente al asesinato de un estudiante en Guerrero a manos de agentes de la Guardia Nacional, las autoridades fueron indulgentes, hasta que los jóvenes se movilizaron y la presión política estalló a nivel nacional.

Según Causa Común, en 4 años ha habido 129 linchamientos en el país, pero si tomamos en cuenta que muchos delitos y reacciones sociales no se reportan, es posible que las cifras citadas aquí sean mayores.

No coincido con la opinión que sostiene que el tejido social se ha descompuesto, porque hace suponer que la sociedad es culpable de los males que la aquejan. Está descompuesto el tejido político, o sea, la estructura política que debe asegurar que la sociedad tenga una existencia armónica, libre y fructífera. Esa estructura debe encargarse de erradicar el mal, pero en lugar de eso se le asocia para beneficiarse, trátese de policías y jueces corruptos, o líderes políticos asociados a causas criminales. De ahí a que cualquier estúpido se atreva a copiar los desmanes, solamente hay un paso, como lo muestra el caso de Camila.

El país requiere un estremecimiento para romper de tajo con las acciones que causan pesar y tristeza.

México lleva más de una década estremecido por la violencia; es un país de huérfanos y viudas, sin que existan proyectos o cursos de acción para atender las distorsiones y sufrimientos individuales y sociales, y sus consecuencias económicas –básicamente personales y familiares–.

México necesita un sacudimiento, hay voces que llaman a la mano dura, ponen como ejemplo países autoritarios que han erradicado en buena medida el mal social, pero acarrean sus propios vicios.

La “democracia” parece haber sido contra intuitiva, pues desde que se llegó a la alternancia se amplió la criminalidad. Esto no quiere decir que se deba eliminar la democracia, aunque con ella llegó desatada la corrupción. Es hora de democratizar a la democracia, o sea, eliminar a los males.

Tal vez llegó la hora de la sociedad, así como se arma una turba para linchar, deberán armarse conglomerados para sacar del poder a los corruptos que abusan de la autoridad en contra de la sociedad. Algún ejemplo hay ahora mismo en Puebla.

¿De dónde llegará el efecto “disparador” que lance los mensajes apropiados a los políticos y mueva a la sociedad, o al pueblo, para que este recupere lo que es suyo y que no sea vacío el slogan: “El gobierno del pueblo, por el pueblo, para el pueblo”?