Monterrey.- Hace unos días se viralizó un video del influencer y coach financiero, Carlos Muñoz, “el gurú de los negocios”. Un redomado charlatán, pero cada quien se gana la vida como puede. En su caso, Muñoz se dedica a impartir cursos y conferencias sobre cómo emprender y hacerte rico. Clichés del tipo: “el cambio está en uno mismo”, “tú puedes ser millonario si te decides”, etcétera.
El video en cuestión es una cátedra repleta de banalidades pero el hecho simboliza la degeneración social que padecemos en México.
En medio de su exposición en un elegante salón de eventos, con un público embelesado que pagó alrededor de 15,000 pesos por estar ahí, Carlos se dirigió a un mesero. “Ven y siéntate acá, cabr…” Y el mesero le dijo amablemente que no: “aquí estoy bien”.
La respuesta enardeció más al influencer. Entre insultos le ordenó al mesero que se sentara a anotar sus consejos “en vez de estar allá haciéndote pend…”. Y en seguida dio rienda suelta a una serie de ofensas a las que es muy afecto Carlos Muñoz. El mesero reconoció después que se sentía muy orgulloso de su oficio de mesero. “Y también tiene su ciencia atender comensales”. Es cierto: yo también he mesereado muchas veces en mis restaurantes, y me he sentido profundamente digno.
Sin embargo, el problema de fondo de la penosa anécdota de Carlos Muñoz es otro. Es algo más grave que casi nadie ha advertido: los asistentes del curso empezaron a aplaudir las ofensas de Carlos Muñoz al mesero.
Eso me recuerda una anécdota personal del gran escritor George Orwell. Se titula “Matar a un elefante”. Narra que cuando era militar británico, Orwell fue enviado a una villa en Birmania. Un día, un elefante enfureció y deshizo algunas chozas de la villa. El animal se refugió en un vado y hasta allá fueron a alcanzarlo Orwell con una escopeta y la muchedumbre de vecinos. El escritor comprendió que el elefante se había serenado y dado que el elefante era un bien público, generador de ingresos comunitarios, no quiso hacerle más daño.
Pero los vecinos comenzaron a azuzar a Orwell: “mátalo, mátalo”, le gritaban al unísono. El oficial dudó: ¿para qué herir a este ser vivo? Sin embargo, no quiso verse mal ante los demás. Y lo mató. En su escrito, Orwell reconoce que fue víctima de las trampas del aplauso y se dejó llevar por las ovaciones multitudinarias. ¿Qué importaba perder dignidad si sería llevado en hombros por sus admiradores? Orwell entendió que no hay nada más valioso que la dignidad personal, aunque vaya uno en contra de la frivolidad mayoritaria.
Algo semejante escribió el Premio Nobel de Economía, Jean Tirole: “Aquello que tiene un precio puede ser sustituido por algo equivalente. Aquello que se halla por encima de todo precio y, por lo tanto, no admite nada equivalente, eso tiene una dignidad”.
La respuesta que le dio el mesero a Carlos Muñoz vale más en términos de dignidad humana, que los 15,000 pesos que gastaron los aplaudidores aprendices de este charlatán gurú de las finanzas: “me siento muy orgulloso de ser mesero, y también tiene su ciencia atender comensales”. Yo añado que también tiene su ciencia ser una persona digna. Vale la pena hacer el esfuerzo, aunque no se reciba ningún aplauso.