Monterrey.- Desde hace unos días, mis suegros y nosotros competimos por quién se encarga de más cosas de la casa. Todavía no es un campo de guerra, pero sí con sus territorios muy bien delimitados.
Bienvenidos al RISK doméstico, donde el suegro manda arreglar las llantas del carro de mi esposa (luego de insinuarme en más de tres ocasiones que deberíamos de checarlo, y yo me hacía güey para ver si alguien más metía las manos). Mi esposa checa qué insumos hacen falta en la casa, como buena y fría administradora (extraño mi Yoplait de durazno y mi vino tinto). Mi suegra es la ama y señora de cada cuchara y tenedor que hay en la cocina (en futuros escritos reseñaré sus recetas de cuarentena) y yo llevo una semana peleando contra una maldita fuga de agua del tanque del inodoro.
Como territorio neutral, aunque exigente de la atención de todos los demás, mi hija se ha atrincherado en la recámara viendo Youtube Kids y sólo saliendo a correr al baño o a desayunar cereal. Hace unos días le pude acercar a la cama el juego de mesa Ticket to ride, cautivándola por los trenes en miniatura y ayer por fin pudimos jugar sobre la mesa del comedor, como el dios de los gameboards manda, Carcassone.
¿A qué voy con esto? A que es un extra despegar la atención de mi hija de los videos infantiles para que haga las tareas pendientes de su escuela primaria y para que se bañe. Incluso yo he batallado cada mañana para despegarme de sus brazos y salir arrastrándome a la cocina por mi primer café mañanero y cuando logro escabullirme, escribo un par de estos artículos bitácora de la pandemia. Por las noches cubro mis clases de la universidad por video y los alumnos están comenzando a preocuparse porque se acercan sus exámenes online.
Si algo me ha salvado estos días (o más bien noches, porque me he quedado leyendo hasta las 4 de la madrugada), ha sido la lectura de la novela El vendedor de silencios, de Enrique Serna, que ya reseñaré en el futuro si es que la cuarentena me sigue dando tiempo para leerla sin desviar mi atención.
Sigamos con esta crónica bélica: Días antes de que mis suegros llegaran a casa, ya comenzaba a gotear la llave del agua caliente del lavabo del baño, pero se solucionó simplemente cerrado el acceso desde su manguera en el interior de la base. A final de cuentas sólo yo usaba el agua caliente en el lavabo, y sólo para rasurarme, así que estoy volviendo a aprender a ser machito rasurándome con agua fría. No son tiempos para andar de delicado. ¿Qué seguiría después? ¿Que en mi siguiente ida al Chac Mool o al Betos pidiera Tecate Light?
Solucionado el rollo del lavabo con ayuda del sentido común, la manguera que lleva agua al depósito de la taza del baño comenzó a gotear. Un año antes ya había sucedido lo mismo y hasta compré una manguera nueva. El caso se arregló abriendo sólo de manera parcial la llave de paso. Es decir, que no fuera demasiada fuerza presión del agua. Ahora hice lo mismo y no resultó.
Siguió inundándose el baño.
En estos casos muchas veces no hay unas pinzas de perico a la medida, y el suegro consiguió unas. El trabajo de quitar y reajustar la manguera fue rápido y sencillo.
No. Siguió escurriendo agua.
Atravesé un kilómetro de estacionamiento de Walmart para comprar cintas blancas para tuberías... Muy baratas. Un par de días después me encontraría con que en el cuartito de tiliches al fondo de la casa había tres de estas cintas olvidadas y todavía en buen estado.
Para este entonces mi suegro ya había contratado un chalán que le cambiara las dos llantas delanteras del carro de mi esposa, las rellenara de aire y las volviera a poner. Al mismo tiempo mi suegra ya tenía el control absoluto del menú de la comida y del contenido de frutas que debía llevar la canasta del centro del comedor. Ya no eran sólo manzanas y a veces plátanos, sino también naranjas (pintadas con spray, de eso me pude dar cuenta inmediatamente) y una o dos bolsas de doritos con queso y papas Chips con jalapeño.
Mi esposa había mencionado antes que por qué no le ponía Cola Loca a la manguera y sanseacabó, pero eso implicaría pegar todo y ya no podríamos zafarlo nunca porque, ya saben, “pega de locura”. Y yo seré un tipo que muy apenas aprobó la materia de taller de Ductos y plomería en la secundaría técnica #30, pero loco desparpajado no soy.
Le puse la maldita cinta blanca anti goteos y tampoco funcionó.
¡Tampoco-maldita-sea-funcionó!
Esto de la cuarentena no me daba tiempo para tomar el control de un espacio estratégico que a final de cuentas era el baño (mi espacio estratégico) porque independientemente de mis maniobras y tiempos todos lo usaban cuando lo requerían y por respeto a los derechos humanos tan en boca de todos en estos tiempos de redes sociales, no podía limitar el acceso.
Carajo, me siento como el dócil e impotente territorio de México, entre el acceso migrante del centro sur del continente, el fiestón loco de los springbreakers y los tours y estadías de jubilados gringos.
México es un baño con fuga de agua en el suelo al que todos pueden entrar a hacer de sus necesidades y no les puedes decir que no, porque sería incorrecto.
¿Silicón? Pues sí. Silicón frío, porque andar con una pistolita conectada a la electricidad limitaba el movimiento.
Un botecito de silicón frío comprado en Fantasías Miguel era la última opción en el mundo para una familia en cuarentena por el maldito coronavirus.
No. Ni idea de dónde rayos estaba poniendo el silicón en esa minúscula manguera metálica. Entonces escuché de nuevo que por qué no usaba Cola Loca...
Corrí al cuartito de tiliches rumiando mi impotencia. Cómo carajos a mí, que estudié durante tres años los secretos milenarios de la plomería de mano del famoso maestro ceguetas, con harta fama y trayectoria en las secundarias técnicas federales y los CONALEP de Valleverde, me iba a poder vencer una gotera.
Apenas abrí la puerta del cuartucho y me encontré en un rincón con las tres cintas blancas que alguien había dejado sobre una tina de pintura sin siquiera decirme “ahí están por si las necesitas”. Y vi un bote de plástico de aceitunas del HEB, del tamaño justo para verter sangre y un cuchillo como para sacrificarse ante otros dioses que sí fueran capaces de darte una buena solución.
Y entonces vi también un arreglo floral artificial y pensé en las miles de flores artificiales que han de haber puesto en los cementerios del mundo antes de que iniciara la cuarentena para que no dejaran de verse floridos.
Artificialmente floridos.
Regresé al interior de la casa. A mi última salida del problema doméstico, la de finalmente cerrar la llave de paso a un límite mínimo (como había hecho ahí mismo hace meses para solucionarlo) y pasar por debajo de la manguera un bote conteniendo una espuma verde de arreglo floral para que absorbiera las pocas gotas de agua que cayeran, mi esposa soltó un impulsivo “¡¿Es una broma?!”
Caramba, yo creo que cuando quedan pocas habitaciones en tu casa, y estás rodeado por tropas que si saben controlar su territorio, a ti no te queda más que intentar sobrevivir con lo que tengas a la mano. No me importa si parece una broma, soy un payaso dispuesto a sobrevivir.
EPÍLOGO:
Hora y media después, mi esposa tuvo que trapear nuevamente el piso mojado del baño.