GOMEZ12102020

Chispas de un mismo fuego, de Aleyda Rojo
Ernesto Hernández Norzagaray

Porque somos chispas de un mismo fuego/
y un mismo soplo nos lanzó/
sobre las ondas tenebrosas/
de una extraña creación,
donde los hombres/
se acaban como un fósforo al trepar/
los fatigosos años de su vida.


Mazatlán.- Este fragmento del poema de Luis Cernuda sirve para el título del libro de Aleyda y nos remite a lo circunstancial de la vida y la fugacidad que lleva irremediablemente a la muerte. Tiempo, espacio y muerte es la triada perfecta para el andamiaje de estos cuentos que tiene personajes de carne y hueso, que sufren y ríen, que viven el apego y el desapego, el vacío y la soledad, lo individual y lo colectivo.

Frecuentemente se dice en el mundo de la literatura que en ella siempre son los mismos temas con distinta envoltura: la vida y la muerte, el bien y el mal, el amor y el odio, el sufrimiento y la culpa...

Y algo de cierto hay en ello, la muerte es la sombra que siempre nos acompaña y en el momento más inesperado esa sombra nos da la mordida mortal mientras la vida siempre será un desafío para todos, entendida esta como el aprendizaje cotidiano, para saber dar sentido a las cosas rutinarias y que nos distinguen de las otras especies de la naturaleza.

Sabemos que el ser humano es mejor que esas otras especies por su capacidad de razonar y tomar en función de ello las mejores o peores decisiones, incluso, capaz de crear obras inmortales en los distintos campos del conocimiento e innovar lo existente para una vida mejor.

Sin embargo, dentro de esa visión optimista de la vida, no todos, ni todo, es ordenado como tampoco nos comportamos igual en el momento de afrontar los desafíos de la vida sobre todo en un medio al le queda chica la expresión de la “ley de la selva”.

Justamente, en este vértice se inscribe este revelador libro Chispas de un mismo fuego; en él, los personajes de estos trece cuentos “para adultos”, bien lo alerta la autora, son poco edificantes, poco dignos de admiración, o quizá sí, porque se parecen mucho al común de la gente, y siempre será revelador.

Me tomó la licencia como presentador novicio en literatura, aquellos personajes que son signo de realización que tienen una familia funcional, un buen trabajo, una buena escuela, una pareja feliz heterosexual, joven y exitosa, sexualmente satisfecha, en fin, el alter ego de cualquiera de nosotros; pero hay otros que son personajes menos realizados, como muchos de nosotros, que batallan todos los días contra todo, la economía, la política y los políticos, pero sobre todo con esa soledad que llevamos untada a la piel y que lidiamos con ella buscando neutralizarla haciendo ejercicio, el trago, el sexo sin amor y el enemigo que tenemos en casa.

Se trata de personas que están solas con sus recuerdos: con sus miedos, sus inseguridades, sus tristezas, sus insatisfacciones, sus aspiraciones que nunca se logran, y que les cambia el sentido del tiempo y el espacio; el amor, la familia, amigos, compañeros de trabajo.

Pero antes de pasar a comentar algunos pasajes de este libro de cuentos, e historias grandes por sustantivas, quisiera hacer una reflexión sobre la soledad en la literatura, y por qué no mejor desde escritores clásicos que han dejado su impronta sobre este tema fundamental de la condición humana.

León Tolstoi, un hombre que sufrió esta enfermedad, ya que se le murieron la madre y el padre durante la infancia, y quien tiempo después de la muerte de su esposa decide abandonar a sus trece hijos para morir en soledad, ha sido uno de los autores que mejor expuso el sentimiento de soledad en la obra “La muerte de Iván Ilich”; y llega a la conclusión de que vivir así era lo mismo que estar muerto en vida, una vida en la que adormecía sentimientos auténticos hasta atrofiarlos, y que el único momento vital de su existencia es precisamente el de su muerte.

Y es ahí donde radica el gran valor de esta pequeña y sustantiva obra de Aleyda. La soledad, o mejor los solos de Aleyda Rojo, son seres humanos ubicuos, como el cuento el Anónimo, el ropavejero, que incuba en su soledad un amor platónico por la joven Jazmín de quien cuida sus pasos a lo lejos. Cultiva el día que habrá de separarla de su madre que la cuida como sus ojos. Que le desea una vida más holgada y feliz. Lejos del mundo en que hasta ese momento se ha desarrollado.

Hasta que un día el ropavejero decide dar el paso desapareciendo a la madre de un pinchazo que deja gotas de sangre que chupa para rehidratarse. Ya sin ella la larga paciencia cultivada provoca que se haga visible el alter ego que ha estado ahí detrás de ese ropaje astroso.

El que frente al espejo dice: “Sonrío. Soy tenaz, disciplinado. Ofrendé mi vida a la belleza. Jazmín no vive sola. Me tiene a mí, pero lo ignora. Los plazos se cumplen. Encero sus zapatos por última vez y los calzo. Elevo la vista, descubro una intensidad metálica en los ojos. Una soberbia de oro me reviste. Tengo un rostro, un nombre, una identidad. Es hora de que Jazmín lo sepa”.

* Fragmento del texto leído por el autor, en la presentación del libro de Aleyda Rojo, el pasado 5 de mayo, afuera del Teatro Angela Peralta.