Monterrey.- Jack Kerouac es “El ícono de la literatura beatnik”, el que inspiró a que cientos de jóvenes gringos salieran de hippies a la carretera, y que se merece un buen jazz por su centenario.
Se iba de vago a los antros de afroamericanos a escuchar jazz desde lo más bajo. Arriesgándose a que no sólo lo miraran feo por ser un Blanco Negro (como clasifica Mailer a los hipsters originales), sino a que le dieran una buena paliza por andar en ambientes ajenos. ¡Larga vida a los maestros de la vagancia, larga vida a las borracheras y a los que bailan en antros a medianoche!
Pasando del francés como su lengua materna, a un inglés áspero, firma sus contratos editoriales como Jean-Louis Lebris de Kerouac. A los 4 años se le muere el hermano mayor (Gerard, a quien después le dedicaría una novela) y se dedica a leer tebeos para pasar a las historias de Jack London; y conforme va creciendo se mete en ambientes lectores más exigentes, como Dostoievski, Joyce, y el ídolo literario de su país: Hemingway.
A 28 años publica El pueblo y la ciudad (1950), y la novela no figura para nada. Se deprime y decide rondar por todo el país. De estas aventuras sale En la carretera (1958) y el periódico The New York Times hace una reseña que lo convierte en un rockstar.
Las generaciones noventeras conocieron la obra de Kerouac por los tomos de Anagrama (Herralde la supo hacer con todos los narradores malditos que se topaba), pero la primera edición de En la carretera, en castellano fue en la argentina Losada.
Según los chismes y los comics underground que se publicaron en revistas contraculturales como Generación, Moho, El Gallito Inglés y La Pusmoderna, Kerouac redacta su novela en 3 semanas en la azotea del edificio donde vivía Burroughs en Distrito Federal (Ciudad de México). Sí, ahí mismo donde jugaba al Guillermo Tell con su esposa, hasta que le apuntó mal con la pistola.
Le mete un rollo a la máquina de escribir y se lo echa seguido. Una historia continua donde el viaje no tiene puntos muertos. Precursora de las road movies, una road novel.
Esta novela concluye en la Ciudad de México, donde continuarían otras historias, como Tristessa (que está dividida en 2 partes, porque se va y regresa un año después, cuando ya todo está patas parriba), y el poemario “Mexico City Blues”, entre otros, como uno muy cursi llamado “México Inocente”.
Hay los que dicen que su poesía está al mismo nivel de calidad que su prosa. Si la calidad de la poesía fuera medible (los que estudian licenciatura en letras dicen que es posible, porque, claro, deben buscar formalizar su profesión), no sería la gran poesía del mundo. Pero tampoco la gran narrativa en cuestión estética.
Truman Capote dijo que Kerouac sólo era un redactor. En realidad Capote detestó a toda esa generación. También habló feo de Marlon Brando (que había iniciado en sus rollos culturosos como hipster que tocaba bongós sin playera), como una nena resentida porque le modificó partes a su guion de una película. Es decir, que los machos hipsters le resultaban demasiado toscos a Capote.
Lo importante de la obra narrativa de Kerouac es su fe. Él realmente cree en lo que escribe. No lo hace para el mercado, sino para sus emociones. Y esa emoción logró contagiar a varias generaciones. Incluso a la de su hija, que también agarró la carretera y escribió la novelucha Una chica en la carretera (este libro sólo me lo he topado una vez en la vida, en la biblioteca beatnik de Gerardo Carrera, en Saltillo, Coahuila).
Aprendimos que mientras algunos toman las calles, otros toman la carretera. El mundo es ancho y “ajeno”. Ante esto, resulta casi obligatorio tomar el mundo por asalto, apropiárnoslo cuando en momentos históricos como la guerra de Vietnam, pareciera que los jóvenes sólo cumplen la mayoría de edad para ser carne de cañón de los intereses de esos señores de oficina que se odian de un país a otro y se declaran la guerra a muerte mandando a otras personas a que se hagan pedazos.
Entre los textos y participaciones que dan pena ajena, son el artículo sobre el escritor beatnik publicado en Playboy, y una que otra presentación en tv en la que llegaba Kerouac totalmente borracho. Igual Bukowski también hizo el mismo papel en un programa de Francia.
Hay por ahí una foto de Bob Dylan tocando la guitarra y el poeta Allen Ginsberg declamando poemas frente a la tumba de Jack Kerouac, días después del sepelio. La familia no dejó a sus compañeros de grupo literario acercarse en pleno evento, porque según nunca ayudaron a que Jack saliera de su alcoholismo, y terminó muriendo de cirrosis.
Queda también por ahí un texto de 1959, titulado “Credo y Técnica de la Prosa Moderna”, que pudo haber sacado tanto de jugar a sus meditaciones budistas, como de sus conclusiones en la práctica de la escritura. Habrá que delimitar bien de dónde viene cada una de sus máximas, porque tiene sus puntos maravillosos, pero también unos súper ridículos…
* Procura estar poseído por una ingenua santidad del espíritu.
* Eres un genio, siempre.
* Autor-realizador del cine terrestre financiado por los ángeles del paraíso.
* Describe las indecibles visiones del ser.
* No te emborraches fuera de casa.
* Lo que sientas encontrará por sí solo su destino.
* Dedica más tiempo a la poesía, pero sólo a lo que lo es en esencia.
* Cree en las santas apariencias de la vida.
* Traduce constantemente la historia real del mundo a monólogo interior.
* Sé, como Proust, un fanático del tiempo.
* Escribe para que todo el mundo sepa cómo piensas.
* No pienses con palabras. Es mejor que procures ver la imagen.
* Escribe para ti mismo, recogido, asombrado.
* Dirígete desde el centro a la orilla. Has natación en el mar del lenguaje.
* Esfuérzate en determinar el raudal todavía inédito que hay en tu espíritu.
* Enamórate de tu existencia.
* Las libretas secretas garabateadas y las páginas frenéticamente mecanografiadas, son exclusivamente para tu placer.
* Acoge todo signo, ábrete, escucha.
* Respira, respira tan fuerte como puedas.
* Equilibra tus complejos literarios, gramaticales y sintácticos.
* Vive tu memoria y asómbrate.
* Acepta perderlo todo.