Pachuca.- La llegada y ascenso de Claudia Sheinbaum a la presidencia de la república tiene múltiples significados y gran simbolismo en México. En un país con un elevado machismo, refundado en el patriarcalismo político que imperó en toda su vida, desde antes de la independencia como nación, la Reforma en el siglo XIX y la Revolución social en el XX, el que haya ganado una mujer unas elecciones generales en el siglo XXI, además de una dimensión de gran valía, rompe con los mitos y esquemas tradicionales.
Es sabido que en las campañas políticas suelen ser crueles y despiadadas, la violencia política que hemos vivido, por lo menos desde 2006 donde se creó una campaña de odio, clasismo y racismo para frenar un proyecto político, en donde se invierten grandes cantidades de dinero y recursos sobre todo mediáticos.
Fue el toque de clarín que se repitió en 2012 y 2018, este último año ya no resultó efectivo puesto que los electores estuvieron hartos de la farsa mediática y permitieron el triunfo de AMLO que encabezó un movimiento social y político de raíces progresistas con tinte de izquierda. En 2024 no fue la excepción; por el contrario, la campaña de odio se dirigió contra la candidata Claudia Sheinbaum Pardo, contra la que se cebó una gran cantidad de falsedades y fake news.
El triunfo de Claudia Sheinbaum nuevamente, como en 2018, rompió los viejos moldes y mitos a los que nos tenían acostumbrados desde el poder cultural del viejo orden empero no fue fácil, los opositores a este movimiento social se colgaron de un blanco, un foco, que les pareció cómodo y factible de destrozar: la candidata mujer, querían despertar ese sentimiento bárbaro y a la vez profundo, que campea en la sociedad mexicana, como lo es el machismo.
En este momento, ya puede ser oportuno hacer un recuento del tipo de violencia que se ensañó contra una persona que levantó la mano para ejercer sus derechos políticos plenos, pero que en su momento fue grotesco atestiguar las aberraciones. La oligarquía diseñó una campaña contra lo que es y había sido Claudia. Se ensañó con su origen familiar, su apellido, su religión, su niñez, su adolescencia, sus estudios y su trayectoria política y profesional, no dejaron nada en el plato. Todo era cuestionable, pero se convirtió en bumerang.
Claudia nació en el seno de una familia de padres profesionistas, por cierto, brillantes, de la UNAM, que militaron en el movimiento estudiantil de 1968, que impregnaron en sus hijos la conciencia social y las ideas seminales de izquierda. Sus abuelos fueron inmigrantes, ambas familias, de religión judía, pero sus padres ya no fueron practicantes; la campaña de odio quiso mover sentimiento xenofóbico, echar en cara el que México aún es “nacionalista” y católico, pero no se hizo caso.
Pero sobre todo sus críticos se centraron, equivocadamente, en el vínculo con AMLO dijeron de todo, que era su “padrino”, casi como si fuera un títere al que puedes mover al antojo. Que como mujer no tenía decisión, que no iba poder en el cargo, que “la presidencia le iba a quedar grande”, en fin, que era el “dedo chiquito” de López Obrador y con ella se consumaba el “Maximato” aquel periodo de la historia donde los creadores del PRI gobernaban a su antojo, dejando una gran estela de imposiciones oligárquicas y anti populares.
Claudia Sheinbaum mostró y demostró su congruencia desde su época estudiantil su orientación cargada a la izquierda progresista militando en causas sociales de carácter popular, fue líder en la huelga universitaria de la UNAM de 1986. Posteriormente militó en partidos de izquierda (PRD, Morena) en los que llegó a los cargos de Jefa de Gobierno de la Ciudad de México y ahora como candidata triunfante en la presidencia.
El triunfo de Claudia, ella mismo lo dijo en su toma de posesión, representa una mujer, madre, abuela, política y científica de izquierda, es la reivindicación de la mujer mexicana, progresista y luchadora; dijo: “no llego sola, llego con todas”. También representa a los movimientos y causas progresistas, el triunfo es una reivindicación individual y colectiva. México lo merecía.