Ciudad Juárez.- Miro un colorido cartel cuyo encabezado con grandes caracteres reza: “HONOR Y GLORIA A LOS REVOLUCIONARIOS DE 1910”. Enseguida, a los lados del escudo nacional están los años 1910 y 1941 y la leyenda: "El Pueblo de Orozco ante el deber que tienen los pueblos de honrar a sus héroes celebrará el 31 Aniversario de la Revolución Mexicana"
En los inicios del siglo XIX, nació la tradición de formar juntas patrióticas en pueblos y ciudades para conmemorar cada año el aniversario del Grito de Dolores el 16 de septiembre. Desde la década de 1920, esta tradición continuó para celebrar además de la independencia, a la revolución mexicana. En 1936 se decretó la celebración nacional con desfiles deportivos. De cualquier manera, en ciertos sitios en donde caló más hondo la lucha armada, porque fueron escenarios de múltiples episodios, tragedias, confrontaciones entre una gama muy amplia de sucesos, los vecinos rememoraban con mayor convicción la gesta de 1910. A este ambiente se unía con frecuencia la intención de algunos esforzados maestros rurales, para instruir en la enseñanza del pasado y de sus lecciones.
Éste era el caso de San Isidro, municipio de Guerrero, Chihuahua, desde 1936 nombrado Pascual Orozco u Orozco a secas. Tres décadas después del alzamiento que allí tuvo lugar el 19 de noviembre de 1910, los acontecimientos se encontraban frescos. Las anécdotas y narraciones de los episodios se repetían una y otra vez bajo un álamo a la vera del río o al calor de las estufas de leña en los largos inviernos. Había un gran número de mujeres que se habían quedado solteras por la falta de varones, muertos, mutilados o exiliados a consecuencia de la revolución. Contaban estas ancianas años después, la tragedia sufrida por el pueblo después de la batalla de Cerro Prieto, ocurrida el 11 de diciembre de 1910. Con el alma en un hilo, cada familia esperaba que alguno de sus hombres no fuera de los caídos. Veintisiete jóvenes murieron allí, una sangría apenas soportable para un caserío de setecientos habitantes. Sirvan estas constancias para explicarnos el porqué en 1941 y aún mucho antes, los habitantes de San Isidro formaron la correspondiente Junta Patriótica y rememoraban con tanto empeño el aniversario de la revolución.
1941 fue tal vez uno de los años más sombríos en la historia de la humanidad. Millones de seres humanos perecían como moscas en los frentes de guerra euroasiáticos o a consecuencia de las hambrunas, las enfermedades, la extenuación, las torturas, los malos tratos. Japón había invadido China y sus tropas se ensañaban con la población civil, los ejércitos nazis ocupaban casi toda Europa llevando la muerte por doquier. El racismo, la intolerancia, la tiranía, el irracionalismo, los fundamentalismos políticos y religiosos surgían como hongos venenosos en todos los países, (además de Alemania, Italia y España), principalmente en Estados Unidos. El mortal y más fuerte enemigo de Hitler, la Unión Soviética, parecía que estaba a punto de doblegarse, invadida y diezmada en el mayor enfrentamiento militar conocido en la historia, librado entre el Ejército Rojo y la Wehrmacht. En España, el triunfante franquismo aniquilaba las últimas resistencias republicanas y enviaba a las prisiones y campos de trabajo forzado a cientos de miles de opositores liberales, socialistas, comunistas, masones, librepensadores y a cuanto sospechoso de disidencia aparecía.
En México, se habían frenado las reformas económicas y sociales del cardenismo. Ocupaba la presidencia de la República el general Manuel Ávila Camacho quien se había declarado "creyente", buscando con ello detener el ascenso vertiginoso del sinarquismo, proclamado como la versión mexicana de la gran cruzada española contra los herejes. Dos años antes, un grupo de empresarios habían fundado el Partido Acción Nacional, retomando en su nombre los conceptos usados por los fascistas europeos como la Acción Francesa y José Vasconcelos, en la fase decadente de su vida política, pero apoyado en los restos del gran prestigio que había tenido, celebraba con ardor los triunfos de Hitler. Los refugiados republicanos españoles, a quienes había dado cobijo el general Lázaro Cárdenas, soportaban calumnias y ataques sin fin de periodistas y escritores al servicio de las derechas.
La lectura del cartel, me retrotrae a éstos y a otros similares acontecimientos de la época.
A pesar de estas adversidades, en México se celebraba la revolución de 1910. Había circunstancias particulares ya referidas, para que en San Isidro se lo hiciera, así como en las comunidades de esta región del noroeste chihuahuense, sin embargo, eran de mayor fuste otras razones generales y más profundas, que atañían a las perspectivas de vida y a las maneras de concebir el futuro. Para construir éste, en los pueblos de México se insistía en mirar hacia la senda abierta por la revolución. Al honrar a sus próceres e innumerables caídos, reiteraban la lucha por los ideales y propósitos que los animaron: democracia, libertades, educación para todos, tierras, justicia pareja o imparcial, derechos colectivos, defensa de la nación y de sus recursos. Una generación completa se había enterado de todas estas demandas en las escuelas, en los libros y folletos, en la prensa, en las trasmisiones orales, en los discursos políticos. Por encima de las rivalidades entre los partidarios de diversos caudillos, se consideraba que este grupo de anhelos era común a todos ellos.
Ochenta años más tarde, leo el documento mencionado en la misma fecha y en el mismo sitio donde fue publicado. Las entonces niñas que recitaron las poesías, los coros de infantes, los profesores y miembros de la Junta Patriótica organizadores de la celebración, el expositor Federico Hermosillo, ya fallecieron, dejando progenie numerosa entre hijos, nietos o bisnietos. El pueblo tiene ahora un museo dedicado a la revolución mexicana, una estatua del general Pascual Orozco en cuyo basamento figuran los nombres de la mayoría de los vecinos partícipes en la lucha armada, un monumento inaugurado en 1961 por el presidente de la República, el cual pronto mostrará un gigantesco mural-mosaico con la historia del pueblo, denominado "Una sola llama", por cuanto fue aquí donde se encendieron y crecieron los primeros fuegos de la revolución. Igual que en 1941, se llevan cabo las consabidas carreras de caballos, cabalgatas, peleas de gallos, etcétera y el baile tradicional. Además, como sucede desde hace una década, se imparten charlas y conferencias.
La herencia de la revolución ha sufrido falsificaciones, traiciones o se ha querido sepultar y desterrar de la memoria colectiva. Sin embargo, pese a todos los pesares, cada vez que se alza un programa de reivindicaciones populares o se pretende ejecutar un proyecto nacional, emergen renovadas las viejas banderas de los revolucionarios de 1910. No obstante las modas pasajeras, las declaratorias y actas de defunción emitidas en círculos de intelectuales, se mantiene el impulso histórico arrancado en aquel año. Esto pensé a la vista del colorido cartel de 1941.