Monterrey.- Todos alojamos un parásito en nuestro interior que a veces no actúa en nuestro beneficio. La frase se la plagié a William Burroughs. No la entrecomillo porque así no habría plagio. Y yo no fungiría como el canalla plagiario que pretendo ser. Sin embargo, corrijo a Burrough. No alojamos un parásito sino un virus. Y más letalmente: un coronavirus.
López-Gatell (contagiado por la poesía de Miguel Hernández), debería de leer a Burroughs. Lo primero se lo celebra José Jaime Ruiz, como le celebraría también lo segundo. Ya se que basta con leer a Miguel Hernández para acreditarse como lector inspirado, así como basta leer a un solo clásico para ahorrase tantas horas de literatura interminable.
Pero disculpando la afrenta, Hernández se equivoca en su poema. El hambre no es el primero de los conocimientos. Es el fanatismo. Y Burroughs nos extermina cualquier fanatismo parásito, a golpes de antibióticos anarquistas, muy generación beat.
López-Gatell debería aplanar la curva del fanatismo en México, como pretende aplanar la curva del virus, destructor de pulmones y países. Es el fanatismo que nos hace creer que los enfermos del coronavirus se contagiaron por pendejos, por no respetar el sacrosanto confinamiento y salirse a las calles como chivas locas.
Ahí están los fanáticos de la tele y el Facebook denunciando a quienes hacen fila en la CFE, o a quienes se apelotonan en el metro, o a quienes pisan los mercados para surtir la menguante despensa, o a quienes salen a atender a la madre enferma, como yo lo hago.
Son esa manada de borregos fanáticos que creen que la vida de México se reduce a quemarle los pies a un solo fulano, por muy poderoso que este sea, o a prenderle veladores digitales, en Twitter o Facebook, insólitas sacristías vulgares. Ambas manadas ovinas son obsesivo-compulsivas (que sería el diagnóstico de Freud si Freud alguna vez hubiera psicoanalizado borregos).
Son esos fanáticos que se vendan por gusto los ojos, para soñar despiertos que los políticos corruptos de siempre, alcaldes y gobernadores broncos, ahora son redentores patrióticos de sopetón, de buenas a primeras, y nos hacen bailar al son de su desafinada tambora.
López-Gatell (tan culto como tan científico, tan político, tan rock-star, tan lector de poesía, y muy pronto tan kleenex de úsese y tírese por su jefe mayor porque así son los hombres de poder) debería leer a Burroughs, que no fue mártir lírico como el gran Miguel Hernández, porque le ganó lo yonqui, lo queer, el bourbon y los rifles, amen de que mató a su mujer con una ballesta. Pero Burroughs le mentó la madre al fanatismo parásito. Y eso cuenta. Más ahora que todos almorzamos desnudos, por culpa de la pandemia.