Pachuca.- Dentro de los actores sociales relevantes que son dignos de observar en este periodo de crisis sanitaria –económica y social– es el papel de las iglesias, de las cúpulas dirigentes de la representación eclesiástica de las diferentes religiones. En el pasado remoto y reciente estas cúpulas se han identificado no precisamente con los intereses de sus amplios rebaños, sino todo lo contrario. Pero frente al Covid-19 se han mantenido en una posición de solidaridad y ayuda humanitaria.
Cuando empezó la pandemia del Coronavirus en México y se empezaron a tomar medidas sobre el “distanciamiento social” no fue del todo del agrado de las cúpulas porque ello significaba reducir los ritos religiosos, aunque por ejemplo el Episcopado Mexicano (CEM) recomendó inicialmente realizar ritos con precaución y seguir las medidas de sanidad y salud y atender las disposiciones de la Secretaría de Salud.
Más tarde –30 de marzo– cuando se dispuso la Fase 2 de combate al virus, que implicaba el cierre de templos y suspensión de actos litúrgicos, solo en algunas entidades federativas, la iglesia católica defendía que aun podían tener abiertas las puertas y dar servicio a los files que lo demandaban. Con el aumento del contagio comunitario y masivo las iglesias aceptaron el cierre de sus templos y la suspensión de sus ritos religiosos, aunque no fue la generalidad. Cabe agregar la suspensión de la Semana Mayor, la principal festividad religiosa del país, dedicada a la crucifixión de cristo que se realiza en todas las ciudades y pueblos.
Precisamente en esa semana, fue notable porque el Papa Francisco, en el Vaticano, 12 de abril no solo celebró solo el Domingo de Pascua, sino que su mensaje fue bastante determinante en la orientación de la iglesia católica frente al coronavirus. De hecho su mensaje fue dirigido a los movimientos y organizaciones populares en lo que representó un llamado “más que a quedarse en casa” a estar atentos y movilizarse en torno a los valores y el humanismo y sobre todo responder a la situación de los necesitados de tierra, techo y empleo.
Pero el mensaje se dirigió no solo a quienes forman parte de las organizaciones sociales sino también a los integrantes de comunidades pobres: “Muchos de ustedes viven el día a día sin ningún tipo de garantías legales que los proteja. Los vendedores ambulantes, los recicladores, los feriantes, los pequeños agricultores, los constructores, los costureros, los que realizan distintas tareas de cuidado. Ustedes, trabajadores informales, independientes o de la economía popular, no tienen un salario estable para resistir este momento... y las cuarentenas se les hacen insoportables”.
En México la respuesta de la iglesia católica fue más que positiva, se encuentran desarrollando iniciativas de gran calado para los grupos sociales que ya acusan grandes necesidades económicas, han formado en torno a las parroquias programas como Redes Vecinales de Solidaridad (Reves) y Familias Sin Hambre, que se organizan con activistas y voluntarios civiles para dar despensas a la gente pobre. Además que han dado como ninguno, singular apoyo humanitario a los transmigrantes centroamericanos.
Pero fue bastante directo en el llamado del papa Francisco a los integrantes de organizaciones de la sociedad civil y movimientos sociales y populares, que son poco reconocidas e inclusive son perseguidas pero apeló a su gran potencial movilizador: “Muchas veces mastican bronca e impotencia al ver las desigualdades que persisten incluso en momentos donde se acaban todas las excusas para sostener privilegios. Sin embargo, no se encierran en la queja: se arremangan y siguen trabajando por sus familias, por sus barrios, por el bien común. Esta actitud de Ustedes me ayuda, cuestiona y enseña mucho”.
Es el momento de desplegar, en lo que se avizora el final del túnel, desde casa o en la calle, la reorganización de la sociedad y justamente hacen falta evitar y superar los dogmas económicos y sus gobiernos, el individualismo y el desprecio a la civilización, que tanto daño hicieron en el siglo XX y en lo que llevamos en el presente. Se requiere una “Nueva normalidad” en la que cuente la salud, el respeto a la naturaleza, a los valores del humanismo, a los derechos y las libertades.