GOMEZ12102020

Crónica de un ritual rosalino
Ernesto Hernández Norzagaray

Mazatlán.- Los informes de gobierno son ejercicio de poder, rendición de cuentas y ritualización de la política. Punto de encuentro y diálogo. Y el escenario, en esta ocasión, era inmejorable para una sesión solemne del Consejo Universitario: un auditorio moderno con tecnologías 3D, amplios espacios, un aire acondicionado a punto ideal para contrarrestar la corte de trajes sastre negro, unos mil 500 asientos confortables, grandes blasones con los colores oficiales azul y oro, un águila estilizada y un perfil de Eustaquio Buelna, con su imperturbable piocha decimonónica y una mirada al futuro; además, no podían faltar los honores a la bandera y el canto del himno nacional con un barítono excelente; y fue cuando extrañé el himno oficial de Sinaloa, del compositor y amigo Faustino López Osuna.

Un escenario sobrio y una mesa larga donde solo había lugar para cuatro asientos, cuatro personajes, que simbolizaban la representación de los poderes públicos en esta ocasión: el rector y el secretario general (y presidente del Consejo Universitario); el gobernador del estado y la bella funcionaria de la SEP. Abajo estaban estoicos los representantes del Poder Judicial y Legislativo. Todos con sus mejores galas. Ante una audiencia bulliciosa y olorosa que estaba ahí para ser parte de ese libro cultural que cumple este año 149 capítulos.

No había que sacrificar nada, echar la casa por la ventana y el tiempo transcurría lentamente como lo reclamaba la ceremonia. Ni siquiera se ahorró la innecesaria mención de la larga, larguísima lista de invitados especiales, con sus reverencias y saludos con mano alzada.

Y es que estas ceremonias, hechas a imagen del informante, dejaron de ser lo que fueron hace unas décadas, cuando estaban los rituales cargados de íconos, símbolos, relatos de un devenir que nunca terminaría de llegar y que algunos hoy, los nostálgicos, ven el asalto al Palacio de Invierno con la llegada al poder de López Obrador.

No, lo de hoy en nuestra máxima casa de estudios, es una historia más afortunada, pero no por ello menos cortesana. Una historia edificante con miras al futuro, aun en la adversidad que representan las olas de la pandemia de Covid-19. Y es que vaya, el esfuerzo mayúsculo, hecho en condiciones adversas. Hubo que abandonar las instalaciones y dejarlas a su suerte. A la apuesta de que en algún momento habría una nueva oportunidad para encender los motores universitarios y que tuvo un costo en vidas de más de 300 universitarios, a los cuales, por cierto, no se les mencionó como parte del balance trágico de aquellos días infames.

Los logros fue lo más interesante del primer informe que rindió el rector ante el pleno del Consejo Universitario; destaco uno: la participación de 25 mil universitarios en las campañas de vacunación y contra el virus Covid-19, por aquello del reclamo desinformado que AMLO le hizo a las autoridades de la UNAM.

El doctor Jesús Madueña, con firmeza y claridad, hizo el recuento detallado de los daños y explicó la estrategia puesta en operación para llegar al día de este informe con la institución funcionando, a pesar de los nubarrones pandémicos que reaparecen amenazando nuevamente al estado, el país, el mundo, como también los apoyos recibidos del gobierno local y federal.

El resto es el porvenir, lo desconocido e incierto. Que no lo es tanto, cuando hay optimismo y ganas de hacer las cosas, entre ellas, aquella que comprometió ante la representante de la SEP de que este año saldrían bien gracias a una política de austeridad para cumplir con sus obligaciones institucionales.

No obstante, estaba el júbilo de la audiencia, dominada por los llamados poderes reales del estado. La llamada clase política que en algunos casos curiosos renovaban el ritual extraño de estrechar la mano como sellando una complicidad, el abrazo con fingida amistad, para volver a estrechar la diestra, mientras iba la palma de la mano sobre el pecho y ofrecer una reverencia medieval. Vaya, pensé para mis adentros, los rituales, los rituales insulsos, de nuestros políticos. Insumo para la parodia de la carpa y el chascarrillo benevolente.

No podía faltar, ¿cómo?, en esta atmósfera de rituales, la sombra aquella de “que el gobernador Rocha Moya va por la UAS”; y la trajo a colación el propio gobernador. Reduciéndola a un asunto de “politólogos y analistas”, aseveró no hay tal, “estoy ocupado” en la atención de los problemas del estado y respeta y quiere mucho a la institución rosalina.

Y cierto, más de alguno estará todavía desconcertado por la separación de Héctor Melesio Cuén Ojeda del cargo de secretario de Salud; y más con los reencuentros públicos de ambos personajes, sonrientes en la rotonda de las personas ilustres, la inauguración de un restaurante de la familia Cuén en Mazatlán, y un desayuno esa misma mañana en el restaurante La Casa de María.

Pero el énfasis puesto es la nota periodística. No era el rector, era Cuén, que “veo te quieren mucho”, le dijo, y es que este, cuando fue mencionado entre los rectores que estaban en el recinto, recibió el aplauso más estruendoso y largo de la sesión. Más claro, ni el agua. Fue una muestra gozosa de ese peso específico y señal que el otro asumió la despedida y dio vuelta a la hoja.

Luego, hábilmente, el gobernador tocó la lira, el discurso de las emociones, mencionando todos los apoyos que ha brindado y brindará a la institución para que cumpla con sus funciones sustantivas. Los aplausos en ese momento se hicieron presentes como reconociendo una hermandad de hierro a prueba de los dichos, conjeturas de “politólogos y analistas” y lo “circunstancial de la política”. Al tiempo.

Concluyó el evento sin que escucháramos la sinfónica de la Universidad; y luego vendría la salida, donde las autoridades universitarias ofrecieron una buena dotación de canapés, pastelillos y copas con vino blanco o rosado para el gozo de los presentes.

Un encuentro grato fue con una mujer joven de barbijo negro, que me sacudió: “Doctor, doctor, quería saludarlo desde el viernes”; no alcanzaba a ver quién estaba detrás de ese cubrebocas; y al ver mi duda, arremetió: “¿acaso no me reconoce?” Esbocé un no, apenado. Se quitó el barbijo y me dijo: “Soy Chayito”. Vaya, era la figura pública del momento, la alcaldesa interina de Culiacán.

Una joven dinámica que estudió en la Facultad de Ciencias Sociales de la UAS, y que hoy, luego de la licencia solicitada por el alcalde electo, por los amarres de la política, tiene esa alta responsabilidad municipal y hay que subrayarlo: Culiacán. Más relajado le pregunté sobre cómo se sentía en el nuevo cargo; y con una sonrisa amplia, me respondió: “Es operación, estrategia, atención pública”. Ya está aprendiendo del poder, lenguaje y rituales. Enhorabuena.

No puedo cerrar este texto sin mencionar al ex rector David Moreno, con el que conversé; y quien al salir del evento, un golpe de calor lo derribó. Espero esté mejor, con su eterna sonrisa.