PEREZ17102022

David Werner, doctor honoris causa
Ernesto Hernández Norzagaray

Mazatlán.- “Hay hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años, y son muy buenos. Pero los hay que luchan toda la vida: esos son los imprescindibles”, profetizaba en tiempos oscuros el dramaturgo alemán Bertolt Brecht, y esas máximas aplican también a esa estirpe de hombres y mujeres que dedican su vida a ayudar al prójimo, el desvalido, al paria.

David Werner es uno de esos hombres libres y soñadores, que habiendo podido haber hecho una carrera académica exitosa como biólogo en su país, un día decidió cruzar la frontera sur.

Iba al encuentro de una de sus pasiones que es la naturaleza llana y fue así, como hace más de cincuenta años, llegó por primera vez a Sinaloa para visitar la Sierra Madre Occidental y lo deslumbró la belleza que encontró en esos montes inmensamente verdes, sus lluvias tormentosas, los ríos y arroyuelos caudalosos, los reservorios de aves, las mariposas y su arcoíris o el refugio de una infinidad de especies del mundo animal.

Pero, también, en su largo transitar por esos montes con aroma a pino y pueblos olvidados de Dios, se encontró con los hombres y las mujeres humildes, broncos, generosos de la Sierra.

Sin embargo, no era uno más de los viajeros estadounidenses que de vez en vez aparecen con su cámara fotográfica para capturar estampas, momentos, vidas en estos montes donde el humo de una chimenea revela la vida humana.

Menos, otro viajero, que vaga por la región en plan de autoconocimiento para responder las preguntas esenciales de la vida y el mundo que les rodea, cómo en su momento sucedió con Jack Kerouac y, otros miembros de la generación beat u otros escritores que han incursionado e incursionan en esos pueblos serranos.

A Werner, como en su momento a Pablo Neruda en su paso por Sinaloa, lo sacudió la pobreza de la mayoría de sus habitantes en medio de la abundancia, las carencias en que llevaban el día a día, la falta de escuelas, hospitales, medicamentos y, no sólo eso, los patrones culturales y el ejercicio oprobioso del poder en esas comunidades.

Le conmovió en lo más profundo la salud de los más pobres, entre los pobres sinaloenses, pero no actúo como un misionero, como un religioso, como alguien que les lleva aceptación de un más allá generoso, sino con un ser humano solidario con los olvidados, los abandonados a su suerte.

Aquellos que mueren por las enfermedades de la pobreza, el hambre, la desnutrición, los parásitos, las diarreas.

Volvió a su país con la convicción de que algo tenía que hacer y con esa preocupación, es como empieza a madurar la idea de que esos pueblos necesitaban un manual para auto atenderse porque no había médicos, ni dinero, para solicitar una consulta y comprar medicamentos.

Hizo la tarea con entrega investigando y consultando a médicos de manera que fue dando forma a ese extraordinario libro que lleva por título: Donde no hay doctor: una guía para los campesinos que viven lejos de los centros médicos quizá, el libro de salud más leído, más traducido y aplicado en la historia de la medicina.

No se quedó ahí, consiguió recursos para montar en la comunidad de San Jerónimo de Ajoya y más tarde, en Coyotitán, clínicas de rehabilitación para personas que tenían males congénitos, sufrido accidentes incluso balazos.

Werner, a la par de esta tarea de sacrificios y desafíos, es un observador incansable de los problemas sociales en estas comunidades rurales y deja registro de ello en la obra mayúscula Reportes de la Sierra Madre, un gran libro que felizmente ha publicado la UAS y que desde su acervo nos revela un mundo desconocido, desgarrador y dramático, pero, también de sencillez, bondad, generosidad y amor.

Es el pasado, presente y futuro de cientos de miles de sinaloenses que viven desperdigados por la serranía y habitan en pueblos y caseríos donde las carencias son la constante y la ausencia de políticas públicas que mejoren las condiciones de vida de estos sinaloenses.

Por eso, el epígrafe de la convicción y filosofía de Brecht, sobre este tipo de personajes que de vez en vez se atraviesan por la vida dando ejemplo de amor, desprendimiento, generosidad con el otro, y esa actitud ejemplar frente a la vida, los hace excepcionales, imprescindibles, en un mundo hoy más que nunca marcado por el individualismo, la indiferencia, la realización personal y el cultivo del dinero, donde todo se vale, para alcanzar una buena cosecha.

No es casual que el apellido Werner en las comunidades rurales de San Ignacio, Cosalá, Elota y Rosario, resulte familiar, digno de agradecimiento, reivindicación de valores perdidos y motivo de exaltación, de un triunfo colectivo de los desheredados, los olvidados de Sinaloa.

La UAS, al otorgar este doctorado honoris causa recupera su esencia humanista, le da lustre al máximo reconocimiento que otorga como bien lo establece el Reglamento específico en su artículo 10: “mexicanos(as) o extranjeros(as), con méritos excepcionales por sus contribuciones en cualquier campo del conocimiento, de las artes, o por la destacada contribución de su vida y obra, al desarrollo socioeconómico y las causas más nobles de la humanidad”.

Nunca la expresión “causas nobles de la humanidad”, al menos en Sinaloa ha sido tan ejemplar, tan legitimado por el personaje que lo recibe con 88 años a cuesta siendo que la mayoría de ellos los pasó entre los pobres de los pobres de este estado que alguna vez Elena Poniatowska dando un discurso sobre las bondades naturales sinaloenses dijo, palabras más, palabras menos: A Sinaloa se le ha dado todo y en abundancia, con sus valles, ríos, sierra …hasta las balas. Habría que agregar, que también pobres.

Finalmente, la UAS, al otorgar este doctorado recupera lo mejor de su tradición humanista y, esperemos que deje de lado y para siempre, la política de utilizar este reconocimiento doctoral como instrumento de relaciones públicas por la sencilla razón de que el galardonado no sólo se sienta reconocido, sino, que la Universidad, sea vestida con la obra de quien lo recibe y agradece a la comunidad.

Que tiene, además, un valor especial en estos tiempos sombríos.

¡Enhorabuena!