Monterrey.- El pasado 15 de septiembre inicié para la UANL un curso sobre literatura: “De aquí no se va nadie: enfermedad y muerte en obras autobiográficas modernas.” Enfermedad y muerte de la pareja, de los padres, de los hijos o en donde el autobiografiado narra una enfermedad mortal.
Continuaré con las sesiones los siguientes tres miércoles: 22 y 29 de septiembre, para finalizar el 6 de octubre. El número de participantes rebasó nuestras expectativas (quizá porque las letras son el único refugio contra la incertidumbre en épocas de pandemia), así que planeo un curso posterior que extienda los temas tratados. Prometido.
“De aquí no se va nadie” no es un curso motivacional, ni de superación. Tampoco se trata de tanatología; es un curso apegado a la literatura: es mi especialidad. Sin embargo, estoy seguro de que a muchos nos será útil conocer el punto de vista de los grandes escritores, o de personas de su círculo íntimo, que han experimentado lo que inevitablemente sufriremos todos: la pérdida de familiares cercanos. O la manera como habremos de encarar nuestro propio final.
Para no ampliar tanto nuestro radio de acción, en este curso no abordo el tema de la muerte en su vertiente violenta, ni en su aspecto criminal (homicidios, o accidentes de tráfico, etcétera). Hablo de muertes por enfermedad. Tampoco mencionaré novelas, ni cuentos más que como respaldo comparativo. Cubro nada mas textos autobiográficos, apoyado, eso sí, con poesía (imposible librarse de su influjo).
Para saber cómo han enfrentado la muerte los grandes escritores, y saber si algo podemos aprenderles, conviene seguir este curso, o vivir una anécdota similar a la del escritor George Saunders. Como pasajero de un avión de línea, este escritor (a mí me gustó mucho su novela “Lincoln en el bardo” ambientada por cierto en un cementerio) sufrió una experiencia inusual.
En mitad el vuelo, los pasajeros del avión donde iba Saunders oyeron un estallido. La cabina se cubrió de un sofocante y denso humo negro. Saunders se dio cuenta que la nave iba en picada. Recuerda que pegó varios gritos de terror. A los pasajeros los invadió el pánico. Hasta que finalmente, maniobrando con dificultad, el piloto pudo enderezar la nave y aterrizaron a salvo.
Magullado y perplejo, Saunders experimentó sensaciones raras los días siguientes al aparatoso hecho. Apreció más íntimamente cada momento de su existencia. Se arrobaba contemplando las nubes, los árboles, a los niños en los parques. Los colores que veía cobraron una intensidad milagrosa. Como a Quevedo ya nada desengañó a Saunders: el mundo lo había hechizado.
Si a ustedes les dieran a elegir la forma de lograr el hechizo que experimentó Saunders, ya sea salvándose de morir de un accidente aéreo o asistiendo a mi curso de literatura, yo les sugeriría humildemente la segunda opción. Así que inscríbanse en mi siguiente curso o compren su boleto en alguna de las aerolíneas mexicanas (no diré nombres) donde es muy probable que pasen una experiencia tan demoledora como la de George Saunders.
Para abordar estas sesiones, utilizaré como base teórica dos libros fáciles de adquirir en una librería o pidiéndolos en línea.
El primer libro se titula: “La enfermedad y sus metáforas” de la escritora estadounidense Susan Sontag. El segundo se titula “El emperador de todos los males: una biografía del cáncer”, ganadora del Premio Pulitzer 2011, cuyo autor es el médico oncólogo Siddhartha Mukherjee.
Sontag sufrió diversos tipos de cáncer a lo largo de su vida. Digamos que libró una dura batalla contra un terrible enemigo, combatiendo como "verdadera guerrera", bien petrechada con medicamentos experimentales y tratamientos nuevos como si fueran armamento de alto poder.
Pero si me leyera Sontag me metería una tremenda regañada por lo que acabo de escribir. Porque según Sontag eso de que el cáncer o la enfermedad significa librar una guerra sin cuartel, o una batalla sangrienta, está mal dicho. Son metáforas que ocultan la verdadera naturaleza del objeto.
El cáncer, el VIH, o ahora la mortandad por COVID-19 (que Sontag ya no conoció porque murió en 2004), “han sido cubiertos por un montón de capas metafóricas que vuelven más difícil su compresión”. La enfermedad, opina Sontag, está malamente atiborrada de metáforas, y “la mejor manera de mantenerse alerta es ignorando estas metáforas, o destruyéndolas”.
Sontag nos pide hablar con claridad y sin eufemismos. Las cosas como son. Nos vemos en el curso “De aquí no se va nadie”.