Puebla.- Las agresiones contra la presidenta de la Suprema Corte, Norma Piña, tienen ya un lugar en la historia nacional de la infamia política. Su única falta: no estar alineada con el presidente de la república. Lo que desde la perspectiva democrática no es falta sino virtud: da vida a la división de poderes.
Estos ataques, la quema de su imagen entre otras, dejan clara una cosa: la creciente importancia del poder judicial en México. Recuerda otra quema, la de la imagen de Octavio Paz.
Los poderes judiciales habían sido objeto de muy poca atención pública. Durante décadas fue excepcional que hubiera noticias sobre la Suprema Corte. No se diga ya sobre los poderes judiciales en los estados.
Hoy el poder judicial es uno de los principales protagonistas de nuestro sistema político. Como debe ser. La tradición de la democracia liberal tiene uno de sus pilares en la división de poderes.
Alguien comentó que la Suprema Corte estaba para decirle que no al presidente de la República. La frase tiene sentido en su contexto, pero es exagerada. Está, sí, para equilibrar el poder del ejecutivo. Pero también para apoyarlo en sus labores de gobierno. Ambos poderes pueden contraponerse, pero pueden también complementarse y apoyarse.
Hoy parece prevalecer lo primero. El presidente de la República ha dejado claro su rompimiento con la Corte. Ha dejado claro que propuso ministros no para que aplicaran la ley, sino para que apoyaran sus decisiones.
¿Qué tanto saben de Norma Piña quienes quemaron su imagen? Solo que no fue la candidata del presidente para presidir la Corte. ¿En qué sentido esto es razón para agredirla de esa forma? Solo en el contexto de un poder que se pretende único, que no admite disensos. Solo desde una perspectiva autocrática.
El caso de Octavio Paz merece un comentario, ahora que estamos a 25 años de su muerte. En alguna ocasión leímos en mi clase su poema “Hermandad”. Un alumno comentó leyendo lo que Paz “pensaba de la mujer”: un texto de El laberinto de la soledad en donde Paz describe, no a la mujer, sino a “la Chingada”. Obviamente algo brutalmente despectivo, que no tenía nada que ver con lo que el autor pensaba de la mujer, sino con una descripción de esa palabra tan mexicana.
El alumno la obtuvo de un texto de opinión que calumniaba a Paz de esa manera vil y vulgar. Una vez aclarado el tema, el estudiante contratacó: sí, pero Paz se llevó muy mal con su primera esposa, Elena Garro.
Ningún comentario sobre el poema leído. Como si el valor de un texto tuviera que ver con la calidad del matrimonio del autor. Pero no es eso: es la manía de desacreditar a uno de nuestros principales escritores.
Quienes quemaron su imagen tienen algo en común con quienes hicieron lo mismo con la de la ministra Piña: resentimiento revestido de ignorancia.