Monterrey.- Mucha gente se rasga las vestiduras sobre la temática abordada en la película ‘Ya no estoy aquí’ y han emitido una serie de puntos de vista que simple y sencillamente se respetan pues es parte de un ejercicio de libre pensamiento.
La historia ambientada en el Monterrey durante la guerra intensa entre los grupos de la delincuencia organizada, cuenta la historia de Ulises, un integrante de una pandilla llamada ‘Los Terkos’, una agrupación portadora de una forma de agregación cuyo universo ritual gira alrededor de la música colombiana, una cultura afirmativa generadora de una identidad y una moda muy especifica que se convirtió en un sello distintivo de las barriadas donde radicaban las pandillas de chavos.
Esta subcultura comenzó desde principios de los años ochenta y se masifico hacía mediados de los ochenta. Las imágenes de esos grupos de cholos con sus grandes grabadoras en los urbanos. Luego los podíamos ver entonando sus melodías en las calles y esquinas. Como en esos tiempos, los chavos y chavas buscaban mostrarse ante la gente, como una especie de lucha de guerrillas simbólica en contra de una sociedad de consumo. Jóvenes que no fueron invitados a una fiesta llamada hegemonía social y que en términos del capitalismo pueden ser entendidos como desviados sociales.
El discurso y la reacción suele ser negativa pues pone en evidencia las serias contradicciones de la sociedad regiomontana donde se denigra y humillan a las personas solo por la música que escuchan o por el lugar donde viven.
Esta situación tiene años de estar ocurriendo y es más evidente se cruza la delgada línea y esta película traspaso esa frontera y algunas voces fueron de desprecio y de sorna. Esa es otra de las situaciones que bien pueden ser motivo de un libro ya que hay muchas personas que no perciben a los universos y culturas que habitan en su sociedad, algo asi como vivir en una especie de laberinto de soledad.
Los actores de ‘Ya no estoy aquí’ no son actores profesionales, son chavitos que gustan la cumbia rebajada y han vivido situaciones muy similares a la de sus personajes. Ulises es interpretado por el músico Juan Daniel García, mientras que el resto de la pandilla cuenta con las participaciones de Coral Puente, Leonardo Garza, Jonathan Espinoza, Fany Tovar, Yahir Alday, Deyanira Coronado, Luis Leonardo Zapata, Yocelin Coronado y Laura Yamileth Aldai García.
Los que critican pusieron el grito en el cielo, la temática de la cinta retrata una cultura eminentemente regiomontana impregnada con la idiosincrasia regiomontana, toda una subcultura. Mientras unos volteaban al norte, la chaviza regia volteo al sur del continente para ser portadores de una forma de adscripción muy diferente que paso desapercibida para mucha gente.
Pero ¿cómo inicio este movimiento?
Desde hace más de cuatro décadas prolifera en los barrios marginales de Monterrey y su área metropolitana una identidad surgida a partir del consumo de cumbias y vallenatos por parte de jóvenes urbano-populares, quienes han tomado estos ritmos como un elemento distintivo.
La cuna de este movimiento popular nació precisamente en la colonia Independencia y se deriva de Los Sonideros, quienes recopilaban especialmente en discos L.P. las nuevas propuestas de los grupos de música tropical.
Sonideros como Dueñez, Los Rada, Los Murillo, entre muchos más se convirtieron en portadores de un estilo que enraizó en la colonia Independencia y ganaba más seguidores conforme avanzaba el tiempo.
La figura de estos difusores musicales fue fundamental en las producciones de grupos como Celso Piña, Octubre 82, Los Bukaros y los Hermanos Amaya, de hecho, la compañía de discos DMY, propiedad de los Hermanos Caballero (Los Plebeyos) se encontraba en la colonia Independencia.
El gusto por las cumbias y vallenatos poco a poco se fue convirtiendo en una forma de identidad social, principalmente de los grupos de jóvenes de este sector, ya que era la música que escuchaban sus padres y ellos mismos cuando eran niños.
Hacia 1982, las primeras pandillas que se identificaban con la música colombiana provenían de esta colonia y fue adoptada poco a poco por bandas de otros sectores de la ciudad.
La moda añadida fue incorporando elementos distintivos y forma de vestimenta de los grupos de cholos de la frontera.
Esta singular forma de adscripción juvenil que se originó desde la tradición sonidera de la colonia Independencia se ha convertido en una subcultura, caracterizada por maneras de vestir, bailar, graffitear y por un sentimiento de pertenencia donde el hecho de ser “colombiano” (seguidor de cumbias y vallenatos) significa incluso más que el hecho de haber nacido en Colombia, pues el sentir engloba un mundo donde sus habitantes tienen corazones con forma de acordeón.
En Monterrey el gusto por esta música se ha convertido en el centro de una comunidad afectiva, cuya cosmovisión tiene su origen a partir del sonido de la caja (tambor), el acordeón y la guacharaca (especie de güiro), y que tiene por común denominador las condiciones de exclusión. Música de los barrios, estigma e identidad; lo cierto es que esta subcultura juvenil se ha instalado en ciudades como Saltillo, Zacatecas, San Luis Potosí, Nuevo Laredo, Torreón, Ciudad Juárez, León, Reynosa y algunas localidades de Texas.
Este movimiento musical es el fenómeno cultural más importante de Monterrey en los últimos 50 años, y parece ser el eje gravitatorio de un mundo que aglutina modas, modos y estilos musicales.
Se trata de una identidad que surge a partir del consumo de cumbias y vallenatos por parte de jóvenes urbano popular quienes han tomado estos ritmos como un elemento distintivo, como una especie modo de agregación. Una praxis diferenciada, ajena a la cultura dominante que nos imponía a la música pop como un modelo a seguir vía consumos culturales y comerciales.
En los ambientes de pobreza, marginalidad, la música colombiana irrumpe como un sello característico de convivencia barrial amenizando bailes y fiestas. La cumbia es uno de los ritmos más populares en la vasta región del norte de México y el sur de los Estados Unidos. El ritmo procede el norte de Colombia y llega a nuestra ciudad procedente de México y fue difundido vía sonideros hacia finales de los años sesenta y principios de los setenta. Algunas melodías como la Cumbia Sampuesana y Estereofónica forman parte del altar sagrado de la música tropical, género que arropo los ritmos que llegaban desde Colombia, sin saber que solo se trataba de una avanzada.
Como ocurre en toda cultura, la música se adaptó a las necesidades de expresión e identidad de esta región y se convirtió en una especie de epicentro cultural donde se fue extendiendo a otras regiones. Al llegar la cumbia colombiana, el ritmo surge una mutación y se combina con otros ritmos, aunque originalmente se le denominaba música tropical. Aunque hay que aclarar que del ritmo venido de Colombia surge la llamada cumbia tropical muy popular en el centro y costas del país; tenemos la cumbia norteña y la tex-mex, una de las piedras angulares de llamada onda grupera.
Monterrey tierra de cumbias y sonideros
Es en la década de los años setenta la cumbia tropical se consolida en toda la nación, pero es en Monterrey donde se convierte en todo un boom a nivel ventas, bailes masivos y grupos que interpretaban este ritmo.
Lo que era un fenómeno local se convirtió una tendencia musical regional y surgen grupos de Tamaulipas, Coahuila y Nuevo León, que vienen siendo algunos de los patriarcas del movimiento grupero en México cuya influencia se dejó sentir por todo el continente.
Agrupaciones como Renacimiento ’74 de Cerralvo, Nuevo León, Rigo Tovar y Xavier Pasos, ambos de Matamoros, Tamaulipas son una especie de prologo rítmico que retoma las cumbias venidas de Colombia y las ponen a girar en el universo músico cultural del Noreste de México.
La estabilidad económica producto del repunte del capitalismo mexicano derivado del boom petrolero fue un factor coyuntural que facilitó la proliferación de opciones en un mercado que ofertaba diversidad de géneros orientados para quienes consumían las producciones musicales.
En Monterrey surgen grupos como Tropical Florida, Perla del Mar, Tropical Panamá, Kuki y su Grupo Amigo, Tropical Caribe, entre muchos, agrupaciones que gozaron de una enorme popularidad en la ciudad. Grupos que difundían ritmos que no eran típicos de la región y los dotaban de un toque regio, razón por la cual cayeron como anillo al dedo y se convirtieron en éxitos rotundos a nivel ventas y bailes masivos.
Musicalmente hablando las producciones de los grupos locales que entonan y entonaban la cumbia en la actualidad tienen a la cumbia colombiana como base rítmica pero con algunas variantes y la adhesión de instrumentos como el órgano, el güiro o el bajo sexto en caso de la cumbia norteña.
Un sonidero es el actor principal de un fenómeno socio cultural; una especie de disc jockey, animador, la mayoría de las veces propietario de audio y sonido que amenizaba los bailes o también llamados eventos sonideros.
En Monterrey la zona sur, especialmente la zona de la Colonia Independencia y el sector de la loma Larga. El sonidero regio nunca perdió su dimensión callejera, barrial por lo que eran contratados en fiestas privadas, por lo que los podemos considerar como el primer referente de las cumbias y vallenatos en la ciudad.
Algunos sonideros emigraron a otros puntos de la ciudad y se llevaron a otros sitios su sus aparatos y música por los que se convirtieron en difusores de la música colombiana.
Al ir ganando fama los sonideros se convirtieron en una especie de chamanes musicales, alma de la fiesta que encarnaban a la multitud de grupos y estrellas que tocaban en sus bailes.
La muisca colombiana vía sonideros, especialmente en la Colonia Independencia y sectores aledaños formo parte de una cultura local, una cultura de clase que fue absorbida y echo raíces, siendo trasmitida a las nuevas generaciones. Esta cultura fue trasmitida como parte de una socialización hogareña, una cultura parental, llevando el gusto musical hacía nuevos y territorios y posteriormente les transmiten el gusto por la música a sus hijos, quienes durante los ochenta y los noventa forman parte de las bandas juveniles que se manifiesta por toda la ciudad.
El arraigo
El gusto por la música colombiana se fue enraizando y ante el vacío que significaba el no contar con grupos locales, hubo quienes se interesaron en ejecutarla y llevar su gusto a los estudios de grabación.
En 1980 surge Celso Piña y conforma la Ronda Bogotá, con la irrupción del músico de La Campana la mitad del círculo comenzaba a delinearse. Con Celso el sabor a barrio queda manifiesto en sus grabaciones y la influencia de los sonaderos fue preponderante.
Celso Piña permite la unión festiva entre el público y el ídolo, la plena identificación donde esta relación potencializa la construcción de la identidad colombiana: el público trata de imitar al ídolo y vestirse igual.
Otro factor importante en la promoción y difusión de la música colombiana en Monterrey ha sido la radio, un medio que regularmente se mostraba ajeno a tocar este tipo de ritmo. Es principios de los años setenta cuando la radio abre sus puertas a los grupos colombianos y empiezan a difundir algunos éxitos, todo ello lo debemos a los esfuerzos de Joel Luna, quien laboró en varias estaciones radiofónicas.
Surge Radio Melodía, una estación dedicada a tocar música tropical posteriormente otras estaciones de radio abren espacios destinados a esta música, ahora este medio se erigió como el mecanismo ideal para la propagación de la música colombiana.
Ahora, a parte de la radio, el sonidero seguía siendo una figura importante en la difusión de la música colombiana, de hecho se convirtieron en poseedores del acervo discográfico y referente obligatorio cuando hablamos de la difusión y el esfuerzo por colocar esta música en las preferencias de la gente.
Queda en la memoria los bailes masivos y las inolvidables tocadas amenizadas por Rigo Tovar, Javier Pasos, Tropical Florida, Tropical Caribe, Perla del Mar, entre otros.
Agrupaciones que se convirtieron en las consentidas, hecho que enraizó a esta música como parte de una cultura propia de algunos sectores de la ciudad específicamente en la zona sur; estamos hablando principalmente de la Colonia Independencia y sectores aledaños.
Mención aparte merece el grupo Los Plebeyos quienes colocaron en el número uno a nivel nacional su canción El Pipiripau estamos hablando del año 1984. Este grupo llegó a dar este hit a nivel nacional.
Cuando surge Celso Piña, la primera agrupación musical de este género en Monterrey, literalmente no había ningún escenario para tocar y era colocado en los carteles en segundo o tercer lugar de importancia. El mérito de Celso Piña fue el posicionar la música colombiana en un territorio dominado por la música grupera, al retomar la herencia sonidera.
En uno de sus temas, El Baratllo, Celso le manda un afectuoso saludo a Gabriel Dueñez “El Chico que tiene su Sonidillo”. Es en este ambiente festivo y de bailes donde se empieza a posicionar la cumbia y el vallenato en los sectores marginales y llega como una música propia de una identidad de determinado tipo de población estigmatizada por sus gustos musicales pero llevaba implícita una enorme carga afectiva.
Los Corraleros del Majagual a través de la radio fueron bastante populares entre la gente que gustaba de la música tropical es aquí donde se rompe el lazo de la música colombiana y la onda Tropical y su camino marca una ruta completamente distinta.
La cumbia es un ritmo contagiosamente bailable y el vallenato es eminentemente sentimental y se baila de una forma distinta a cómo se baila la cumbia en este caso ambos ritmos comenzaron a colocarse en espacios, primero dentro de la radio y posteriormente a nivel bailes masivos.
Inolvidable fue el masivo de Andrés Landero en Monterrey, quien fue protagonista de un encuentro con la fanaticada regia el cual quedó clavado en la memoria de quienes ahí acudieron, un hecho inédito en ese tiempo.
El músico originario de San Jacinto quien fallece en el año 2000 justo antes de una presentación en Monterrey pues se suponía que estaría la raza la cual lo literalmente lo idolatraba y es un referente identitario.
Celso Piña llega al estudio de grabación en 1980, con una producción memorable del cual se extrae el éxito “La Manda”, ahí es cuando comienza el despegue formal de las agrupaciones locales de música colombiana.
La ruta del vallenato romántico inicia desde el mismo momento en que algunas agrupaciones locales como Celso Piña, El Amaya y La Tropa Colombiana introducen en su repertorio algunas melodías de corte romántico.
El posicionamiento
Aníbal Velásquez, Armando Hernández, Lisandro Meza y en gran medida Alfredo Gutiérrez son claves esta primer etapa del posicionamiento de la música colombiana en Monterrey ya en una segunda etapa ya contamos con los grupos locales.
A esta lista se le unen otras agrupaciones provenientes de Colombia las cuales comenzaban a gravitar dentro de los gustos musicales de la generación joven esta música cuando decimos de una generación joven estamos hablando de los hijos de aquellos primeros receptores de las cumbias provenientes de los sonideros.
Conforme se expandida el gusto en la ciudad por la música colombiana empezaron a surgir grupos de barrio integrado principalmente agrupaciones conocidas como pandillas las cuales habían tomado como bandera de identidad las cumbias y vallenatos.
Este cambio se comenzó a notar hacia los 1984 y 1985 y posteriormente se fue arraigando en otros sectores.
No solo gustaban de escuchar esta música, si no además trataban de integrar grupos que interpretaban esta música y literalmente esta situación fue un boom, hecho que se vio traducido en la proliferación de conjuntos callejeros; en algunas colonias había hasta 5 grupos colombianos.
Aunque no poseían una herencia cultural que sustentara sus conocimientos musicales, estos lo aprendieron sobre la marcha ya que los jóvenes lo fueron aprendiendo poco a poco.
Al no contar con los instrumentos para entonar melodías de colombianas adquirieron el conocimiento para elaborar, bongos, cajas, guacharacas y timbales; en algunas ocasiones los instrumentos fueron hechos utilizando material de reciclaje.
La chaviza de los barrios en pocas palabras recreaba su identidad y lo hacían a través de las canciones y melodías que entonaban por las agrupaciones que ellos mismos conformaron.
Se convirtieron en sí mismo en una especie de performance viviente donde se recreaba su propia identidad todo ello muy lejos de Colombia; de hecho para ellos ser colombiano significa mucho más que el hecho de haber nacido en nuestro país hermano.
Los escenarios donde interpretaban sus canciones eran sus mismos barrios en plazas y fiestas, al paso del tiempo llegaron ciertas formas de baile y maneras de vestirse, es decir nace el estilo para una identidad que giraba en torno a las cumbias y vallenatos.
Por todo lo anterior la cultura Regio Colombia comenzó a despuntar y a convertirse en una subcultura que identificaba a los jóvenes urbanos populares.
Esta singular forma de adscripción juvenil se ha convertido en toda una subcultura caracterizada por maneras de vestir, bailar, graffiti y un sentimiento de pertenencia donde el hecho de ser “colombiano” (seguidor de cumbias y vallenatos), significa más que el hecho de haber nacido en Colombia, pues ese sentir engloba a un mundo de vida, donde sus habitantes tienen corazones con forma de acordeón.
En Monterrey, el gusto por esta música se ha convertido en el centro de una comunidad afectiva cuya cosmovisión tiene su origen a partir del sonido de la caja, guacharaca y acordeón.
En términos antropológicos llama la atención que jóvenes radicados en sectores marginales del noreste de México no hayan imitado patrones de conducta emanados de modas y modelos culturales provenientes de Estados Unidos.
De igual forma en ciudades de Brasil, Colombia, Argentina, México, la severa crisis es la misma y afecta principalmente a la juventud y como respuesta al déficit simbólico, las masas juveniles toman como bandera grupalidades diferenciadas que se definen a partir de estéticas y consumos culturales.
Los jóvenes regio colombianos voltearon hacía el sur e hicieron propio el folklore de un país y lo adoptaron como elemento principal de su identidad.
Postmodernidad, desmadernidad, pensamos que estamos hablando de una subcultura derivada de una tendencia global que une las similitudes a partir rasgos afines que tienen como común denominador las condiciones de exclusión.
Cultura e identidad
El conjunto típico vallenato camionero está compuesto por un acordeonero, un guacharaquero, un cajero, no pudiendo faltar el joven que recaba el dinero, que generalmente es quien toca el cencerro.
Uno de los rasgos particulares de “Los Regio-Colombia” es el baile, pues contiene muchos elementos de su conducta grupal.
“La Danza del Gavilán”, fue y es una autentico baile ritual, una provocación a quienes estigmatizan, ya que en sus movimientos el danzante simula estar drogándose.
Bailar entre la raza es uno de los signos mediante el cual los chavos banda nos brindan pistas de su identidad, ya que lo ritualizan con algunos elementos de su conducta cotidiana. Las drogas y la violencia son en cierta forma exaltando como una danza ritual.
Del mismo modo que “Los Cholos”, la banda muestra un respeto hacía la figura de La Guadalupana, imagen que se ha convertido en la patrona de los barrios.
Es curioso que el récord de asistencia a un baile masivo en la Expo-Guadalupe, no haya recaído en una presentación de Tigres del Norte o Bronco, sino en tres grupos vallenatos.
En menos de 15 días, en marzo de 1999, en dos presentaciones, encabezadas por Celso Piña y donde participaron Binomio de Oro y Los Diablitos llenaron de bote a bote el recinto, con una entrada de doscientos 20 Mil espectadores.
La nota de ambos eventos no fue propiamente el baile, ni menos el triunfo del vallenato en la capital grupera de México, sino la serie de acontecimientos derivados por los enfrentamientos entre las bandas rivales.
Lo anterior no es más que un reflejo de las enormes masas que puede acarrear un ritmo, que pese al éxito, sus medios de circulación siguen siendo marginales o más bien dicho, ante el desinterés por parte de las disqueras, la piratería es el vehículo que hace llegar a la banda esta música.
En Monterrey, hay dos estaciones de A.M que trasmiten música colombiana a toda hora, Radio 13 y Antología Vallenata, además se cuentan con amplios espacios en F.M.
¿Y luego?
‘Ya no estoy aquí’ nos traza un mapa para adentrarnos en esta subcultura, una identidad que surge de la escasez, pero muy rica en simbolismos, llena de ritmo y colorido que sigue siendo estigmatizada.
Muchos de estos chavos, dadas las condiciones socio económicas en la que estaban insertos encontraron en el crimen organizado un vehículo para obtener dinero. Es paradójico que el mismo capitalismo que los excluye los engulle y aniquila vía uno de sus tentáculos más crueles: el narcotráfico.
Ya no la hagan de tos
Mucha gente se rasga las vestiduras sobre la temática abordada en la película. Sobre si es un reflejo de Monterrey les comento que ahí retratan una estampa narrativa de un grupo de jóvenes de una época determinada muy violenta.
Cómo reportero les puedo afirmar que la realidad es mucho más grave y que fueron estos chavos quienes sufrieron los embates de la delincuencia organizada. Al grado que su forma de vestir quedó completamente extinta, el ya no vestirse así fue como una especie de recurso defensivo ante la carnicería de la que fueron víctima.
Los chavos que actuaron no son actores profesionales pero el intento ahí queda. Sobre la molestia, cada quien tiene el derecho de expresarse. La película es una estampa narrativa de una etapa en la vida de miles de chavos que ostentaban una identidad musical y se vestían de una manera especial, toda una subcultura con sus modas, modos y una manera de habitar y darle coherencia a su mapa mental de la ciudad, dando sentido a pertenencia en los espacios citadinos que conforman sus territorios.
Pero ojo, las condiciones sociales son iguales o peores. No es una realidad inventada es algo que vivimos y seguimos viviendo.
Lorenzo Encinas