En aquellos tiempos, los tres personajes claves en cualquier ciudad o villorrio con quienes había que convivir en buenos términos eran los curas, abogados y médicos. En Victoria, como en otras poblaciones, la presencia de los galenos invariablemente se asociaba a medicamentos y boticas. Por general quienes ejercían esa profesión, eran los propietarios de algunas de ellas anexas a los consultorios.
En la Botica La Playa, establecida sobre una de las aceras enfrente del Mercado Argüelles, se expendían medicina de patente, perfumería, cremas, polvos para la cara, cepillos, coloretes y brillantina. Su propietario era el doctor Luis G. Jáquez, casado con Georgina Buffón, quien despachaba en su consultorio aledaño a la Plaza Fermín Legorreta –después Primero de Mayo–. En 1898 fue diputado suplente del coronel Manuel González hijo.
Hacia 1915 existía sobre la calle Hidalgo 11 la Botica Central, con los servicios médicos a cargo de los doctores Felipe Pérez Garza y Cipriano Guerra Espinosa. Años después se presentaron en Victoria tiempos convulsos derivados de la epidemia de Gripa Española. Bajo esas circunstancias la actividad médica se activó notablemente en esta plaza. Entre 1919-1920, en esta farmacia recomendaban para dicha enfermedad la Borolina y el Nevurol. Esta casa comercial –donde vendían de todo, como en botica–, era atendido por su propietario el doctor Felipe Pérez Garza, quien disponía en sus almacenes de “Completo surtido de medicinas de patente, drogas puras, jabones, sueros, inyecciones.”
Para colmo de males, ese mismo año se presentaron en Victoria y municipios aledaños, numerosos brotes de paludismo. Uno de los tratamientos que presuntamente resultaban eficaces para mitigar los rigores de este padecimiento y salvar numerosas vidas, eran las píldoras Alpha, distribuidas por el doctor Pérez Garza. Prácticamente la Botica Central se apoderó del mercado farmacéutico de la localidad.
Al paso de los años “La botica de los obreros”, como también era conocida, pasó a manos del profesor en farmacia Arturo Olivares, que finalmente tuvo como sede la esquina 13 Hidalgo. Dicho giro farmacéutico terminó su ciclo mercantil con venta de yerbas medicinales, ungüentos, polvos curativos, sustancias aromáticas, inciensos, remedios caseros, figuras escultóricas y estampería de personajes esotéricos, propios de la cultura popular.
Aunque pocos, varios migrantes japoneses tuvieron una temporal presencia en la capital tamaulipeca. A finales de la segunda década del siglo XX, abrió sus puertas la Botica Japonesa en la calle Hidalgo 116, atendida por el doctor S. I. Yokoyama M.D. con su respectivo consultorio. Además de ser uno de los primeros médicos en Victoria, dedicados a la atención de enfermedades femeninas, curaba “…todo tipo de enfermedades pertenecientes al círculo de medicina y cirugía, especialmente las enfermedades contagiosas, pulmón y corazón.”
Después de radicar algunos meses en Victoria, el doctor y su familia se trasladaron a Tampico, donde las expectativas de vida, profesionales y económicas, eran más favorables gracias al desarrollo de la industria petrolera.
Entre las boticas más populares de los años treinta, figuraban la Botica del Mercado –Hidalgo Nº 15 oriente– de Rogelio Guerra y Cía., con expendio de medicinas europeas y americanas; y un consultorio anexo atendido por el doctor Cipriano Guerra Espinosa, especialista en enfermedades de niños. El anuncio periodístico, afirma que era “La más económica. La preferida por sus precios. Se despachan recetas de todos los señores médicos.” Entre ellos el famoso cirujano y partero Adalberto Aczel, egresado de las facultades de medicina de Austria y México.
El Cañón –14 y 15 Hidalgo– era atendida por Francisco Vélez Requena. Tenía título de farmacéutico y era especialista en herbolaria, siempre de buen humor con sus populares frases: “Sí, cómo no”, “Había pero se acabó” y “Con zancadilla, hasta yo los tumbo.” Inicialmente la botica se localizaba enfrente del Mercado Argüelles. A pocos metros de ese negocio se encontraba don Andrés Luna, propietario de la Botica Popular, fundada en 1933.
En cuando a la Botica del Refugio, de don Rafael Cabido, estaba por el rumbo de la callejón Diez o Jalisco y Zaragoza, cerca del Río San Marcos. Su apellido inspiró la Bajada de Cabido, que atravesaba su lecho, rumbo a la Colonia Mainero y Río Verdito. Era un conocido mutualista y mutualista experto en preparación de jarabes medicinales, quien falleció en 1935. Probablemente era hijo de Rafael Cabido, un filarmónico originario de Victoria, emparentado con la familia Balandrano.
Al menos hasta la década de los cincuenta del siglo pasado, la mayoría de las boticas y farmacias se localizaban en la Avenida Hidalgo. Otra de ellas era la Botica Nueva, en la esquina de la calle Hidalgo y Callejón 12, propiedad del profesor A. González Garza, que se ostentaba como la “Botica más barata de la plaza.” Con medicinas de patente, sueros, vacunas y sustancias químicas puras.
Algunas instituciones públicas y privadas administraban sus propias boticas, generalmente bien surtidas. Por ejemplo, el Asilo Vicentino, fundado a principios del siglo XX por el obispo Filemón Fierro y Terán, atendida por don Wenceslao Segovia, un destacado farmacéutico y varias monjas josefinas. La Sociedad Mutualista ofrecía a sus afiliados servicios y medicamentos a bajo costo en la Botica La Alianza Teléfono 64: “Servicio Día y Noche. Compre Usted en ella, Con lo Cual Contribuye a los Nobles Fines del Mutualismo. Responsable: Camilo Villarreal.”
Posteriormente La Botica Alianza pasó a manos del profesor Emeterio Benjamín Gómez, con domicilio Hidalgo 14 y 15, anexo a la Armería Hinojosa. Una de sus líneas comerciales era la perfumería marca Vernet, con una variedad de productos de marcas sugestivas y sensuales: “Bello Sexo, Ballet, Capri, Nocturnal, Plenitud y Número 10.” Platican quienes conocieron al propietario, que cierta madrugada llamó por teléfono un borracho y preguntó quiénes bailaban a esas horas en los Salones de la Alianza. Sumamente enojado, el profesor le respondió: “Pues no los conozco, pero uno de ellos anda bien arrejuntado con tu tiznada madre.”
El 17 de octubre de 1945, la Botica La Mexicana, del doctor Antonio Méndez Cruz, publicó en el periódico La Atalaya, de Alfonso Pesil Tamez, un anuncio de bienvenida a Ciudad Victoria al candidato presidencial Miguel Alemán Valdés. Otras de las boticas de esa década era la Alameda, en 17 Ocampo; La Colonial, atendida por el doctor Sánchez –8 Hidalgo y Juárez–; Francia, de Felipe Beltrán García –8 Matamoros y Guerrero–; Imperial, de Paulino González –Colón 18–, donde operaban dos casetas telefónicas de larga distancia; y Moderna, de Antonio Acevedo –Hidalgo 62–.
De aquellos establecimientos dedicados al cuidado de la salud de los victorenses, solo prevalecen recuerdos, fotografías, anuncios publicitarios y algunos edificios donde funcionaron durante varios años. El tiempo, nuevos conceptos y avances científicos terminaron por desplazar a aquellos expendios de medicinas que ayudaron a salvar muchas vidas. La evolución, pero sobre todo los procesos industriales masivos de fabricación de medicamentos, contribuyeron a desplazar a los antiguos boticarios, los anaqueles de anaqueles de madera donde sobresalían los anuncios de Ungüento 666, Mejoral, Quina Laroche y Hemostyl.
(Alba Roja/27 de abril/1919; El Radical/marzo 18/1916; Revista Semanaria Alborada/agosto 20/1918; Alborada/octubre 13 de 1918; Alborada/octubre 13/1918; El Duende /junio 26/1932; La Atalaya/octubre 17/1945; Directorio Telefónico/1941; Boletín de la Cámara Agrícola y Ganadera de Tamaulipas/1908-02-01).
* Cronista de Ciudad Victoria.