Para Sergio Cordero
Monterrey.- El crítico Sergio Cordero (Guadalajara, Jal., 1961) señala, en su ensayo «¿Sabemos leer poesía?» (2020), que muchos poetas no saben explicar lo que escriben: “Una traductora local quiso trasladar al inglés muestras de la obra de varios poetas residentes en Monterrey. La dificultad al tratar de traducir algunos versos la llevó a consultar a los autores para preguntarles qué quisieron decir exactamente en algunos pasajes particularmente ilegibles. La traductora se llevó una incómoda sorpresa: la mayor parte de ellos era por completo incapaz de explicar lo que quiso decir en esos versos e incluso en poemas enteros. Algunos ni siquiera podían recordar cómo o por qué habían escrito semejantes disparates” (p. 16).
¿A qué se debe esto? No recordar las motivaciones que condujeron a la creación de un texto puede, en ocasiones, ser farragoso de explicar porque algunos surgen, a veces, por el efecto de una maraña de influencias, estados de ánimo o circunstancias que a menudo no recordamos.
Una de las circunstancias más comunes es cuando un texto aparece como derivado de otro que estamos escribiendo (y que llega a ser más importante que el texto primario) porque la creatividad tomó un derrotero imprevisto.
Otra circunstancia es cuando el texto se abre paso entre una carambolesca sucesión de etapas del proceso creativo.
¿Y qué decir de los textos dictados por la inspiración? ¿Y del estado “inconsciente” en que solemos caer cuando estamos siendo severamente fustigados por el impulso creador? Y esto, sin contar que algunos autores prefieren no vender trama.
El propio Rafael Alberti (Cádiz, España, 1902-1999) refiere que no supo cómo surgió su célebre poema “Se equivocó la paloma”: “Cuando llegué a París mi estado espiritual era negro, desesperado [...], apoderándose de nosotros, los recién exiliados españoles, el túnel de la más tremenda incertidumbre. En Francia no había escrito aún ninguna poesía [...] pero una de aquellas noches, de las más solitarias, poseído de no sé qué extraños impulsos, comencé a escribir una canción, cuyo comienzo era "Se equivocó la paloma. / Se equivocaba. / Por ir al norte fue al sur...". Cuando llegué al final me quedé sorprendido: "Ella se durmió en la orilla. / Tú en la cumbre de una rama". No comprendía yo cómo en aquel sumergido estado de angustia en que me hallaba me había podido salir una canción como aquélla. La leí, la releí, no hallándole ni el más remoto rastro del estado que me invadía. Era un misterio su aparición” («La arboleda perdida», 1959).
Es cierto que los autores tienen la obligación moral de explicar sus textos a quien lo solicite, si desean obtener lectores, pero no todos lo hacen (por pereza o porque lo consideran inútil o, de plano, una pérdida de tiempo).
Por otra parte, no olvidemos que el lector debe tratar de incorporarse al ritual que cada autor inicia, no como una obligación, sino como una necesidad. De lo contrario no habrá diálogo entre uno y otro.
El propio Sergio nos concede algo de razón: “(a la traductora) –En lugar de preguntarle al autor lo que quiso decir con el texto, preguntar qué te dice el texto a ti (…). Lo que quiso decir el autor y lo que el texto dice pueden ser dos cosas diferentes. Eso da valor y autonomía al texto literario: la posibilidad de decir más que lo que el autor pretendía en un principio” (p. 16).
Finalmente, en la canción populachera y bailable, «Cumbia que te vas de ronda» hay una metáfora muy compleja en su estructura: “algún bohemio que sueña, / hace correr por sus venas / el vino azul de tu canto y de tu pena”. ¿Cómo un bohemio alcoholizado puede soñar que por sus venas corre el vino azul del canto y de la pena de una cumbia? ¿Y cómo logró el autor incluir una sinestesia (“el vino azul de tu canto y de tu pena”) que es una figura retórica que consiste en mezclar sensaciones de sentidos distintos (audición, visión, gusto, olfato, tacto) o mezclar dichas sensaciones con sentimientos (tristeza, alegría, dolor, etc.)?
Para explicar su razonamiento, el autor Don Fabián (Córdoba, Arg., 1915-2001) hubiera tenido que señalar que primero visualizó a la cumbia como un ser que puede cantar y sentirse apenado. Y luego que el bohemio pudo beber ese vino metafórico ¡mientras dormía!
¿Y cómo puede sentir pena una cumbia cuya finalidad es, únicamente, propiciar que la gente baile? Y por último, ¿por qué incluir una metáfora tan elaborada en una pieza bailable en la que, generalmente, la letra es lo que menos importa?
Demasiadas explicaciones harían que cualquier autor desistiera de explicar su texto, ¿no crees, Sergio?