PEREZ17102022

Democracia en transición
Edilberto Cervantes Galván

Monterrey.- La democracia liberal, como régimen político, fue señalada por Francis Fukuyama como el único régimen que sobreviviría o acompañaría al “fin de la historia”; esto es después del colapso de la Unión Soviética. (La implosión de la Unión Soviética habría marcado la ineficacia del comunismo y su inviabilidad.) Las opciones que en la segunda mitad del siglo XX se plantearon como alternativas a la democracia liberal simplemente habrían fracasado.

Junto con la prevalencia de la democracia liberal se asoció el desarrollo de un proceso de globalización económica capitalista.

La política económica neoliberal se asoció a ese proceso de globalización. Había que eliminar las fronteras económicas para dar paso a un mercado global, por lo que se impulsaron los acuerdos de libre comercio, entre países o por regiones.

La estrategia neoliberal de “menos Estado y más Mercado” facilitaría la homologación de las políticas económicas nacionales. La alineación de los gobiernos con las directrices del FMI y el Banco Mundial brindarían estabilidad al comercio e inversiones internacionales.

Desde esa perspectiva, la gestión de los gobiernos nacionales simplemente debería ceñirse a los lineamientos neoliberales o del Consenso de Washington (en el caso de América Latina).

En el caso de México, desde el gobierno de Miguel de la Madrid, pero sobre todo con Carlos Salinas, se desarrolló un proceso de alineación con el Consenso de Washington: privatización de las empresas públicas, desaparición de la Banca pública, libre comercio con Estados Unidos y Canadá y con todo aquel país que mostrara disposición para convenir la eliminación de barreras comerciales, privatización de los sistemas de pensiones y el establecimiento del régimen de cuentas individuales, la privatización de los ferrocarriles, se llegó a acuñar la frase de que la mejor política industrial era que no hubiera política industrial; esto es que lo mejor era privilegiar las “señales” del mercado. Se siguió el “ejemplo” del Reino Unido: se desatendió el sistema de salud pública y la educación pública.

La experiencia de los últimos lustros ha mostrado que el desarrollo de la economía global está sujeto a crisis periódicas, asociadas al sector financiero y al abandono de controles sobre los agentes financieros. El mercado internacional no ha logrado la integración armónica de los países. El Brexit en Inglaterra, Trump y su política de “América Primero”, la estrategia China y la de Rusia, demostraron en los últimos años que la integración del mercado global no tenía viabilidad: aparecieron de nuevo los nacionalismos “proteccionistas”. La crisis del COVID evidenció la falta de acuerdos solidarios entre países

Mientras que Trump se mostró reacio a invertir recursos en la OTAN, alegando que el interés de fortalecer esa alianza militar debiera ser de los países europeos, la llegada del Presidente Biden, por el contrario, alentó la expansión de la OTAN y despertó las alertas de la seguridad nacional de Rusia, por el eventual ingreso de Ucrania. La invasión rusa de hace un año, acabó de desarticular las líneas de comercio y sobre todo el mercado de la energía europeo.

Los resultados de la globalización neoliberal en términos de crecimiento económico no han sido los esperados, pero menos aceptable ha sido el proceso de concentración de la riqueza en la denominada oligarquía del 1 por ciento, el aumento de la pobreza y el cuestionamiento sobre la eficacia social de la democracia representativa.

Puesto que los gobiernos nacionales deberían ajustar su actuación al cumplimiento de los lineamientos neoliberales, el perfil deseable de los responsables de las políticas públicas era de expertos técnicos en la instrumentación de esos lineamientos. Ya no se requerían políticos sino expertos; de allí surgió el término de tecnócratas.

En consonancia con lo anterior, los partidos políticos en las “democracias occidentales” abandonaron el debate ideológico, ahora se definen cada vez más por intereses o afinidades de grupo. En la medida en que las soluciones a los problemas de la globalización neoliberal tienen o tendrían que ser únicos y globales, los partidos políticos nacionales estarían mudando de agenda hacia lo que se denominan “identidades”.

Sin embargo, las democracias representativas no han tenido una evolución sin dificultades: la actuación de Trump en torno a la validez de las últimas elecciones en Estados Unidos y el asalto al capitolio demostró que hay riesgos de soluciones autoritarias. En Brasil, el ex presidente Bolsonaro intentó torpedear el proceso electoral e incluso se mencionó que promovió un golpe de estado. La llegada de gobiernos de extrema derecha en Europa, como en Italia, presagian el regreso de políticas neofascistas. En América Latina, la “judicialización” de la política en Bolivia propició la destitución del Presidente Evo Morales, la persecución del expresidente de Ecuador y de la vice presidenta en Argentina.

Las elecciones presidenciales en Chile, Colombia y Honduras, en años recientes, abrieron espacio a partidos progresistas alejados de las elites político partidistas tradicionales.

En México la alianza PRI-PAN-PRD, que actualmente actúa como una alianza política, se configuró a partir de la agenda propuesta por la OCDE con un conjunto de “reformas” neoliberales al inicio del gobierno de Peña Nieto. Cada uno de esos partidos dejó de tener un perfil identificable de política e ideología. El debate político se plantea entre los partidos de la alianza por un lado y Morena (nacionalismo popular) y sus aliados por el otro, con un especulativo Movimiento Ciudadano.

En medio de la quiebra de la globalización neoliberal y los cuestionamientos a los resultados de sus políticas en cuanto a concentración de la riqueza, extrema desigualdad y pobreza, no han surgido propuestas que la sustituyan. La globalización no desarrolló instituciones de gobernanza global ni tuvo los resultados ofrecidos en términos de bienestar.

Los partidos políticos y los procesos electorales se desarrollan en medio de cuestionamientos sobre la veracidad de la información que se utiliza para denostar al adversario. Desconfianza en los políticos, en los medios de comunicación tradicionales y sobre todo en las redes sociales. Se alienta la polarización, sin políticos que se hagan responsables de las consecuencias que puede provocar. “Las redes sociales comunican, pero no informan” (Ramonet).

El otro rasgo de las democracias representativas es el de que la participación ciudadana en las decisiones sobre los asuntos públicos es muy limitada: se reduce a votar cada tres o seis años, sin ninguna capacidad para cuestionar la acción de los políticos electos. Las burocracias partidistas se han adueñado de las franquicias para proponer candidatos.

En los Estados Unidos, ante el anuncio de que Biden buscará la reelección, el Comité Nacional Republicano dio a conocer su campaña de ataques al Presidente diseñada 100 por ciento con Inteligencia Artificial.

Habría que avanzar en formas de democracia participativa, para escuchar y empoderar a los ciudadanos.