Nuestro presidente trae en su agenda internacional convertirse en el adalid de causas mediáticamente rentables; y esta es la siguiente, luego de la crisis que ocasionó en la llamada Cumbre de las Américas que se celebró en la Ciudad de Los Ángeles.
No está mal que un jefe de Estado y de Gobierno se posicione en los temas de interés mundial, pues es tener sentido del timing; sin embargo, este tipo de posturas las deberían hacer los encargados administrativos de la política exterior, o los representantes mexicanos ante los organismos multilaterales.
Al actuar motu proprio, lo único que ocasiona son sorpresas en el ámbito diplomático, malestar en otros gobernantes y, lo más lamentable, cientos de memes que cuestionan no el argumento, sino la forma de defender las causas contemporáneas de la lucha por la libertad.
Cierto, el caso de Julián Assange, como el de la organización WikiLeaks, ha indignado al mundo entero, por la saña con que se busca dar una lección a la comunidad de hackers que indagan en las cañerías de los gobiernos haciendo pública información sensible y estremeciendo los cimientos de la política mundial y, por ende, promoviendo el derecho a saber que está consagrado en las Constituciones y las leyes reglamentarias en las democracias liberales.
Pero los más duros dirán con todo, que ese derecho, el de saber, pasa por el concreto representado que son las instituciones y las leyes que rigen los gobiernos y que, por lo tanto, esas instituciones y leyes, son lo que legitiman las decisiones que se toman en cada democracia por los poderes electos.
O sea, el de las libertades públicas es un tema espinoso, polémico, y por eso, hay que ser cuidadoso, no se trata de que hoy amanecí con ánimos redentores y ejerzo mi derecho a la protesta, o mejor a la distracción y aventar la bomba mediática –como ha sido la costumbre del presidente– para obtener un beneficio fugaz, momentáneo, del día o las siguientes horas en las redes sociales y mover a la comentocracia con sus análisis sobre las implicaciones de sus dichos, si es que se toman en serio y no a chunga. A meme ácido, pues.
Ya para mucha gente está claro que el presidente busca distraer constantemente para evitar mediáticamente los temas de fondo, donde los resultados son mediocres o nulos y, peor, lo que está empeorando en la política, la economía, la seguridad, y entonces, lo que ocasiona, entre estas personas observadoras de lo público, es una sonrisa socarrona, un desabrido “otra vez”, o una nueva sensación de malestar que termina alimentando la polarización política.
Entonces, lo que tenemos es que frivoliza temas serios y eso afecta, no al presidente López Obrador, que es pasajero en el ejercicio del poder, sino a la imagen y respetabilidad presidencial.
Y es que seguramente en estos actos muchas veces mueve a risa entre sus interlocutores internacionales que seguramente en ocasiones han pasado de la sorpresa a la hilaridad y, finalmente, a no tomarlo en serio, pues estos posicionamientos simplemente no tienen ninguna respuesta diplomática, más que gestos de cortesía mediática, como sucedió con el llamado a asistir a la Cumbre de las Américas –aunque luego vino, el de alerta a sus ciudadanos para evitar México por los problemas de inseguridad y violencia.
A López Obrador le podría pasar lo que le pasó al presidente Luis Echeverría Álvarez, que recordemos allá en los lejanos años setenta del siglo pasado, en su afán de ejercer un liderazgo en la periferia del mundo, lo llevó a tener actitudes estrafalarias.
Y así se desplazaba por el mundo con sus guayaberas dando grandes discursos tercermundistas a favor de los llamados países No Alineados, y contra las grandes potencias mundiales (EU y URSS).
Pensaba, seguramente, que ese esfuerzo costoso para las finanzas públicas lo convertiría en un líder del tamaño de Mahatma Gandhi o Jawaharlal Nehru, para terminar después de su mandato siendo el solitario de San Jerónimo (en el sur de la Ciudad de México).
Y es que la utilización de estos recursos discursivos convertidos en distractores mediáticos no parece dar más de sí. Sin embargo, el presidente sigue en una fuga hacia adelante, escala en los temas porque es el cuarto año de gobierno y eso explica la urgencia de subir temas estrafalarios para el ciudadano promedio, sobre todo, para mantener la distracción como política de comunicación gubernamental.
Hay muchos que vieron el pronunciamiento sobre el caso Assange y el llamado a “desmontar la Estatua de la Libertad”, como un desvarío, cercano a la locura, y hasta vieron en el presidente una mirada extraviada producto de una eventual sobre medicación, lo que podría ser un exceso; el presidente está en sus cabales, faltaba más, lo que es evidente es que la comunicación gubernamental está llegando a su límite.
Y el límite está dado por su mayor o menor eficacia, la gente en la calle está hablando de lo que le preocupa de su entorno, no de Assange y WikiLeaks, menos de la justicia norteamericana y la libertad de expresión, cuando falta la justicia para las familias maltrechas por los homicidios dolosos o desaparecidos; y qué decir de la libertad de expresión, cuando en la 4T están empeñados en controlarla.
La encuesta de julio del diario El Financiero mantiene estable la aprobación del presidente López Obrador, con sólo un 57%, y una alta desaprobación en la política de seguridad, que se sitúa en un 54%; y solo el 23% dice que es la correcta, que hoy es el tema más sensible en amplios sectores de la población.
“La mejor política exterior, es la política interior”, pregonaba el presidente López Obrador al principio de su mandato; y eso ya no lo refiere, las cifras duras arrojan que la situación no está bien, la pobreza cunde entre las clases medias y busca sostenerse a flote, espera tener mensajes más esperanzadores para sostener un nivel de vida digno; y ese mismo sector, al escuchar al presidente llamando al indulto de Julián Assange, o de plano a desmontar la Estatua de la Libertad, llama a hacer mutis.
Al tiempo.