Lo mismo hicieron los chinos, los hindúes, los mayas, los incas y demás pueblos, con diferentes criterios de distribución del año solar, el lunar y las subdivisiones del día. Los mesoamericanos, por ejemplo, con su sistema matemático de base 20, crearon el calendario solar –el nahua Xíhuitl o el maya Haab–, con 18 meses de 20 días, más cinco días de penitencia; así como el calendario lunar –Tonalpohualli o Tzolk’in–, con 20 meses de 13 días. Incluso definieron un calendario de largo plazo, la cuenta larga, de 5200 tunes, 5 mil 125.36 años, contados a partir del 31 de agosto de 3113 a.C.
En síntesis, la división del tiempo es un tema totalmente arbitrario y artificial. Por eso me parece tan ociosa la inquietud del gobierno federal de echar abajo el horario de verano, vigente en México desde 1996. Se trata de una medida aplicada en casi el 40% de los países, según el sitio Statista.com (t.ly/Q_am) “aunque más de 140 han aplicado el cambio horario alguna vez en el pasado”, añade. El hecho es que desde que Benjamín Franklin lo propuso en Francia en 1784, los países lo han aplicado para ahorrar energía y aprovechar mejor las horas con luz solar. Eso es particularmente útil en las regiones alejadas del trópico, como Europa, Norteamérica, el área austral de Sudamérica y el sur de Australia. En el trópico apenas se aprecia alguna diferencia en la cantidad de insolación cotidiana.
En los 27 años que se ha aplicado el horario de verano, la sociedad mexicana se ha ido adaptando al ligero cambio que implica adelantar los relojes a partir de abril. Al principio fue muy debatida su aplicación, pero en general se aceptó porque además nos alineaba con los husos horarios de los Estados Unidos. Hoy día no es un tema que preocupe ni es una demanda abanderada por ningún movimiento social o político.
Los argumentos en favor de la eliminación de esta medida han corrido a cargo del secretario de Salud, el doctor Jorge Alcocer. Escuché sus argumentos en contra del horario de verano, expuestos en la mañanera del día 5 pasado, que parecen basarse en estudios de medicina del sueño. Desgraciadamente no encontré algún documento en el sitio de la SS (t.ly/my_T) donde se exponga el aparato crítico que fundamente afirmaciones tales como que “la duración del sueño de las y los adolescentes disminuye un promedio de 32 minutos por noche”, o que “hay disminución de la atención […] resultando en tiempos de reacción más largos y aumento de lapsos de inatención escolar”. Su conclusión es que: “El inicio del horario de verano afecta el sueño y la vigilia de las y los estudiantes de secundaria, lo que resulta en el aumento de la somnolencia diurna”. El doctor Alcocer es investigador nacional emérito, y por lo mismo se esperaría de él un cuidado meticuloso de los referentes experimentales y el alcance de las conclusiones.
Cualquiera que haya experimentado una descompensación horaria –jet lag, décalage– producto de un viaje aéreo que haga perder horas al horario de sueño, sabe que nuestro cuerpo se adapta en un par de días a las nuevas condiciones. Sin tener mayor fundamento que el sentido común, me parece exagerado justificar una medida política con pretendidos argumentos “científicos”. Sabemos que el horario de verano nunca fue del gusto del presidente López Obrador, acostumbrado a los días soleados y estables del trópico tabasqueño. Creo que la razón de origen reside ahí, y no en afectaciones a la salud.
* Antropólogo social. Profesor de la Universidad de Guanajuato, Campus León, Departamento de Estudios Sociales. luis@rionda.net – @riondal – FB.com/riondal – https://luismiguelrionda.academia.edu/ – https://rionda.blogspot.com/