La larga década de la guerra por la independencia afectó duramente al Bajío y a los reales de minas serranos. Pero las dificultades no se resolvieron con la emancipación colonial, pues a lo largo del siglo XIX la región continuó experimentando violencia y desorden social, que dificultaron el desarrollo económico y educativo de las poblaciones. Con todo, la educación pública se mantuvo accesible para los hijos de las élites, y el Colegio del Estado, nacido de los proyectos educativos de los jesuitas y sus sucesores felipenses, continuó su labor formativa y como espacio propicio para el cultivo de la inteligencia, la cultura académica y las artes.
El porfirismo le aportó a Guanajuato tranquilidad y desarrollo económico. Los intereses extranjeros permitieron introducir innovaciones como el ferrocarril, la electricidad y mejores técnicas mineras, lo que provocó una inmigración de especialistas ingleses, norteamericanos y europeos. En la capital se instalaron extranjeros que reforzaron las expresiones culturales como la música y el teatro. Ya se contaba con escenarios dignos como el Teatro Principal, antiguo “corral de comedias” que existía desde el siglo XVIII. Se había renovado en 1831, para convertirse en uno de los mejores teatros del país; fue abandonado a fin de siglo y con la paz porfiriana pudo salir de su postración. Por supuesto, el mejor de los escenarios para las actividades culturales, a partir de su inauguración en 1903, ha sido el hermoso e icónico Teatro Juárez.
La revolución de 1910-1920 significó un serio retroceso para el entorno productivo guanajuatense. Esa década es recordada como la de los años del hambre, la influenza y del pillaje, del abandono de las sementeras, las minas y los obrajes, y el paso reiterado de partidas militares de uno y otro bando. El bandolerismo era imparable. La cultura y las artes padecieron efectos muy adversos, que en la capital estatal fueron aún más severos por el despoblamiento acelerado de su espacio urbano.
Antes de la Revolución habitaban en la ciudad de Guanajuato 35 mil 700 personas. La cifra cayó a poco más de 18 mil en 1930, casi a la mitad. La cifra se estabilizó en 23 mil y pico en los siguientes veinte años. La población recuperó el crecimiento hasta los años cincuenta y sesenta. No es exagerado asegurar que a la ciudad le esperaba un destino similar al de los minerales de La Luz y Pozos, que florecieron durante la paz porfiriana para convertirse en pueblos fantasma en las primeras décadas del siglo XX.
Pero algo sucedió al interior de la inquieta comunidad académica del Colegio del Estado. Tal vez la propia melancolía pueblerina, y el imaginario compartido de los dorados —mejor dicho, plateados— tiempos idos, provocó una reacción colectiva en favor del cultivo del conocimiento y las artes. Una vanidad provinciana que se alimentaba del ejemplo de los pensadores clásicos grecolatinos, que habían sobrevivido a tiempos de crisis para convertir a sus comunidades en potencias civilizatorias, para luego sucumbir ante los embates de los bárbaros ignorantes. Se gestó así un contexto favorable para los sueños colectivos. Nació el ideal de “la Atenas de por acá” de estas ruinas que ves…
Desde la comunidad del Colegio del Estado, un grupo de profesionistas aficionados a la literatura y las artes, comenzaron a reunirse desde 1942 en tertulias intelectuales y artísticas en el célebre “estudio del callejón del Venado”. Una de las acciones más notables del grupo fue establecer en enero de 1949 el Centro Guanajuatense de Teatro, filial del Instituto Internacional de Teatro, fundado por la UNESCO un año antes. En el país sólo existía otra filial, en la Ciudad de México. Esa sede aún existe hoy en día.
Continuaré la exposición en mi entrega de la próxima semana…
* Antropólogo social. Profesor de la Universidad de Guanajuato, Campus León, Departamento de Estudios Sociales. luis@rionda.net ¬– @riondal – FB.com/riondal – https://luismiguelrionda.academia.edu/ –¬ https://rionda.blogspot.com/