Uno de los azotes históricos de la humanidad ha sido la pobreza, junto con sus prohijados el hambre y la enfermedad. América Latina no es la excepción, y desde hace más de una década muchos de sus países, aquejados por modelos autoritarios y desiguales, se han convertido en expulsores de sus trabajadores y sus familias. México, Centroamérica, Venezuela, Colombia, Ecuador, Haití… a los que se unen flujos crecientes extracontinentales. Los olvidados de la Tierra, de Franz Fanon…
Los estados nacionales de los países desarrollados reaccionan con xenofobia y profundo egoísmo. Los migrantes son aceptables, siempre que trabajen barato y duro, ¡ah!, y que no se noten. Afean el paisaje. Pero cuando los flujos de anhelantes se desbordan en las fronteras, y acarrean consigo a familias completas, las buenas conciencias metropolitanas se sienten amenazadas y exigen controles migratorios. A eso respondió la política casi genocida de Trump el Brutal, que construyó su muralla china y dobló al timorato gobierno mexicano.
Desde entonces, y de nuevo ahora con Biden el Ingenuo, las corrientes de menesterosos del sur atraviesan el continente en condiciones subhumanas y se enfrentan con un enemigo inopinado: el gobierno mexicano. No me refiero a México, porque el pueblo mexicano los recibe bien y considera su desgracia, que es la propia. Pero el gobierno “humanista” actual ha convertido al sombrío Instituto Nacional de Migración (INAMI) y a la Guardia Nacional en canes cerberos que detienen, extorsionan, encierran y expulsan a miles de “extranjeros” (?) “ilegales” (??), afanados aquéllos en cumplir las cuotas impuestas por el auténtico extranjero, el gobierno del vecino distante.
El INAMI, que durante los primeros meses de la actual administración federal quiso aplicar una política solidaria y empática con nuestros hermanos fuereños que no extranjeros, gracias a la sabiduría del académico Tonatiuh Guillén, se entregó a los gavilanes que hoy lidera el comisionado Francisco Garduño, para transformarlo en una “Migra” mexicana, mucho más temible y represora que la gringa.
Las fronteras sur y norte fueron “blindadas” horrenda expresión para cumplir el compromiso, resultado del “doblaje” presidencial, de constituirse en la guardarraya más sureña del vecino. Para eso se construyeron o habilitaron las estaciones migratorias “refugios” los llama el gobierno en los que se encierra a los “ilegales”. Por supuesto no son refugios, como sí lo son los de las iglesias y las OSC en ambos lados de la frontera Mex/USA. Aquéllos son reclusorios ilegales en los que se encarcela a hombres y mujeres a veces con sus niños que carecen de visa consular o temporal, para luego ser deportados a sus países, donde no les espera nada bueno.
Estos reclusorios ni siquiera reúnen las características de seguridad con que cuentan los auténticos Centros de Readaptación Social, con todo lo necesario para la protección civil: detectores de humo, sistemas de contención de fuegos, extintores, salidas de emergencia, botones de pánico, etcétera. Son sólo separos de concreto, barrotes y candados de ferretería, con llaves cuya pérdida está garantizada en casos de emergencia.
Fueron 39, si no es que más, los sacrificados por la indolencia del sistema migratorio nacional. Si ellos fueron los que iniciaron el incendio es lo de menos; esa es una forma de protesta frecuente en los penales formales, y no representa riesgo alguno a la seguridad de la comunidad de internos. En el caso de Ciudad Juárez los reclusos fueron abandonados a su suerte, a su muerte, no sólo por los guardias de turno, mal pagados y peor capacitados, sino también por los responsables de este sistema inhumano: toda la cadena de mando hasta donde topa: el comisionado, el secretario… ¿el presidente?
¿Cuántas tragedias más, a las ya acumuladas, serán necesarias para hacer entender a los gobernantes que migrar es un derecho humano, y que ninguna persona es ilegal? Nadie puede ser culpado por buscar el sustento, donde éste se encuentre; por abrazar el sueño de una Tierra de Jauja. Las soluciones deberán ser hemisféricas y de largo plazo. Pero mientras tanto, humanicemos nuestros esquemas migratorios y ayudemos a las familias a tomar decisiones racionales. Nuestro país es grande y si queremos tiene la capacidad de dar albergue a los necesitados, a los perseguidos, a los soñadores… ¿Por qué no?
Nos faltan 39. Vivos se los llevaron, vivos los queremos…
* Antropólogo social. Profesor de la Universidad de Guanajuato, Campus León, Departamento de Estudios Sociales. @riondal – FB.com/riondal – https://luismiguelrionda.academia.edu/