Monterrey.- Me han encargado un diario zombi desde finales de marzo y, aunque en un principio no lo consideré necesario y después lo tomé a juego, he caído en cuenta de que es lo mejor para no caer en la desesperación.
Octubre
¿Desesperación por qué, si yo como mucha gente nos la hemos pasado trabajando desde casa y si acaso salimos una o dos veces por semana a las compras semanales o a dejar un encargo para sacar un extra de dinero?
Simple. El tiempo pasa más lento si no te das la oportunidad de salir a caminar por el primer cuadro de la ciudad, ir a matar las horas en la barra del bar o frente a la mesa donde bailan las teiboleras. Comienzas a alucinar que el vecino o el guardia del edificio de a lado ha muerto contagiado en esta pandemia, y que ese olor no es de un perro muerto en la avenida, sino en alguna de las oficinas que dan desde el segundo piso hacia tu patio.
A veces salgo a barrer de mala gana las hojas secas del árbol de durazno que ha dejado mi madre antes de irse con unas amigas a Cancún. Dice que allá no hay coronavirus y que no han cerrado las playas excepto por un fin de semana que pasó la cola de un huracán. Mi madre y sus amigas, todas adultos mayores con pensión federal, viven como quieren, se burlan de todos los años que se la pasaron encerradas en sus trabajos o que tuvieron que hacer el aseo diario y preparar la comida a sus esposos ya fallecidos.
Sé que sueno amargado. No lo estoy. Podría jurar eso. Tanto como podría jurar que mi esposa, mi hija yo, hacemos lo posible por permanecer cada uno de nosotros en habitaciones aparte, hundiendo nuestras narices cada quien en una pantalla de computadora, tratando de participar en una realidad más allá de la luz.
Marzo.
¿Qué tanto puede durar esto? Dice Gatell que en un trimestre las cosas se podrían enderezar si todos acatamos las instrucciones. No creo que suceda eso. Los mexicanos somos tercos por naturaleza. En Italia dicen que es cuestión de un par de semanas para ver cadáveres en las banquetas, como en Estados Unidos están repletos lo hospitales de fallecidos en bolsas que han ido apilando almacenes y sótanos. Hay escenas de camiones militares rondando centros médicos de Nueva York. ¿Será cierto que el gringo promedio está en peligro? Donald Trump debería comenzar a rezar para que las cosas no le salgan de las manos o hasta su candidatura se irá al caño.
Abril.
No hubo viacrusis. Tuvimos que recibir la primavera desde el interior de nuestras casas y las escuelas convocaron a fiestas virtuales vía ZOOM por el Día del niño. Anuncian que dejarán de vender cerveza porque cerrarán la fábrica un tiempo. Nos imaginamos que es para sacar las ventas perdidas por la cancelación de festivales musicales en la ciudad.
Mayo.
El transporte público se ha recortado en horarios. Inician más tarde y concluyen sus recorridos más temprano. Esto afecta los tiempos laborales en las fábricas donde los trabajadores también se han reducido al mínimo para evitar los contagios. Las tiendas sólo permiten la entrada con cubrebocas. Se puede comprar cerveza, pero a mayor costo. Un amigo, cuyo padre es dueño de un bar temporalmente cerrado, me consigue cerveza entre sus contactos.
Junio.
Europa ha cerrado las accesos en vuelos desde América. Tengo una cuñada viviendo en España que hace meses le compró un boleto a su madre, y ya se lo han cancelado 2 veces. Puede que en noviembre. Algunos se van a playas, pero las han cerrado y suben a las redes sociales tristes fotos recostados en camastros desde el área de alberca. Irónicamente, yo trato de que mi hija que este mes cumple 7 años, disfrute sus vacaciones instalándole una alberca de plástico a mitad del patio. Al menos tenemos patio.
Julio.
Mi esposa compra cosas cada 2 días por Amazon y Mercado Libre. Se ha interesado en los aceites esenciales y yo me he vuelto a comprar varios six de cerveza en las tiendas de autoservicio. Cada viernes salgo al centro de la ciudad para grabar un programa de cultura por internet en la casa de un amigo. La mayoría de las veces tiene cerveza en su refrigerador, o café de buena calidad. Creo que le haré un informe de cómo van las cosas en mi testimonio personal, para que lo lean en vivo el día en que ya no me aparezca.
Agosto.
Me han dado mis nuevas horas de clase en la universidad donde trabajo. Muy pocas. Ni siquiera para poder pagar los recibos de los servicios. Pero sin luz ni internet no habría manera de trabajar. Y sin agua ni se diga. En verano estuve impartiendo talleres infantiles de literatura, pero ahora los niños han regresado a sus clases. Y yo veré qué rayos hacer los 6 días a la semana que estaré rondando como un zombi por la casa mientras mi esposa trabaja todo el día en su computadora sacando a flote a la familia.
Septiembre.
Los cursos están de moda. Por fin me he inscrito en uno de cine como herramienta educativa y luego una amiga de Tijuana me invitó a uno de Literatura de horror. Me han propuesto que escriba el diario de un zombi pero apenas enciendo la computadora y me pregunto si no soy un zombi ya, tan improductivo, tan sinsentido.
Octubre.
Hay nuevos rebrotes de Coronavirus en Europa. De nuevo Italia, Francia y España. México no se queda atrás y la curva vuelve a girar, aunque levemente, su dirección hacia arriba. He dejado de tenerle miedo a las arañas, las cucarachas y los ratones. En cambio, mi esposa no puede dormir. Creo que nos estamos enfermando de encierro. Mientras, Gatell, el funcionario federal que cada día aparece en la TV haciendo declaraciones actualizadas de la pandemia, estrena novia.
Y viudas, solteras y dejadas se lamentan de haber pedido a su crush epidemiólogo. Y yo quisiera tumbar el portón a patadas y salir corriendo hacia afuera de la ciudad por toda la maldita carretera nacional. Y a ver si me alcanzan, malditos. A ver si primero ustedes se mueren en el camino, o yo cuando caiga reventado como un caballo.