Monterrey.- Situación de emergencia sanitaria; se decretó cuando se contabilizaron más de 1000 casos, de acuerdo al modelo matemático.
Puede ser que dentro de dos semanas la curva de contagios se aplane y no se colapse el sistema hospitalario, o puede que no. El gobierno hace en prevención todo lo posible, el resto corresponde a la ciudadanía: guardarse y sana distancia.
Se ha insistido que no hay ley marcial, ni se usará la fuerza pública para obligar y castigar a quienes no entren al huacal.
Es por convicción política de López Obrador, y también porque no dispone de suficientes fuerzas de seguridad, aparte que van a estar al pendiente de los potenciales saqueos y vandalismos.
Todo mundo espera el latigazo; no se quiere pronunciar un pronóstico optimista para no bajar de guardia, pero la estadística lo insinúa.
Llegamos al estado de emergencia con un número bajo de defunciones y enfermos –hasta cifra sospechosa para los incrédulos– en parte por las medidas implementadas, otro por la actitud de buena parte de la ciudadanía, y por una pizca de buena suerte.
México se va a rascar con sus propias uñas, como lo está haciendo el resto de los países, incluso acaparando instrumental y medicamentos. Habrá ayudas, pero la mayoría meramente simbólicas.
Está por verse si los opositores aceptan la tregua propuesta por López Obrador, y se suman a la tarea, o aprovechan la epidemia para insistir en socavar no solo su liderazgo, sino el de todo su equipo.
Solo falta que alguno tramite amparos contra las disposiciones del paro: no despedir trabajadores y que sigan recibiendo su salario.
Al menos uno aceptó el llamado y sacó bandera blanca, Felipe Calderón.
Ojalá salgamos de la zona de turbulencia con daños menores. De no ser así, solo habrá perdedores.