Monterrey.- Como parte de la emergencia sanitaria, hace un año se decretó la suspensión de actividades en las escuelas; primero por dos semanas. Las instituciones de educación superior ya desarrollaban actividades académicas a distancia y pronto se adaptaron. Para las escuelas de educación básica fue un reto, la SEP improvisó con programas televisivos. Cuando el cierre se prolongó, se opta por finalizar el ciclo escolar; los maestros evaluaron los objetivos manejados hasta marzo.
Al inicio del ciclo escolar 2020-21, continuó la suspensión de clases presenciales hasta nuevo aviso. Profesores y padres de familia afrontaron en septiembre, la tarea de utilizar las redes sociales. Adultos que por temor no se atrevían ni a encender una computadora, debieron aprender con ayuda hasta de los rapaces, Se enfrentaron a terminajos que en su vida nunca imaginaron, como plataformas virtuales, Zoom, Google Teams, Whatsapp.
Bien que mal, hoy apoyan a los educandos en casa: madres de familia con un ojo al gato y otro al garabato, cuidando que no se quemen los frijoles y el crío ponga atención.
Los niños cumplen horario mínimo, los profesores registran quiénes se enlazan al grupo, dan coscorrón virtual a los indisciplinados, reciben imágenes para testimoniar que se cumplen los objetivos programados. Los directivos sostienen reuniones a distancia con sus maestros para evaluar el proceso enseñanza-aprendizaje. Todo indica que este procedimiento seguirá hasta concluir el presente ciclo escolar.
Es un remedio emergente y que no aplica para todos; en las zonas rurales hay maestros esforzándose por impartir la clase, con lo que tienen a mano, incluso de manera presencial. Por desgracia, no hay siquiera una estimación de cuántos niños están fuera del sistema escolar.
Pese a todo, es muy digno el esfuerzo de profesores y padres de familia, adaptándose a las nuevas tecnologías. Changos viejos que aprenden maromas nuevas.