Monterrey.- El 1 de septiembre fue durante décadas, la fecha en que brilló en todo su esplendor la presidencia imperial de México.
Los periódicos, repletos de inserciones pagadas felicitando al presidente por su atinado manejo del país. Radio y Televisión en cadena nacional transmitían el recorrido del auto descapotable con el Tlatoani a bordo, desde la residencia de los Pinos hasta el Congreso de la Unión, para entregar su Informe.
Las calles por donde pasaría, repletas de militantes del PRI-Gobierno, rindiendo pleitesía. En el Congreso era el invitado de honor; luego de entregar el documento y emitir su alocución, abandonaba el recinto para dirigirse -a veces a pie- a Palacio Nacional, para recibir a gobernadores, empresarios, políticos, dirigentes de los sectores obrero, campesino y popular. El besamanos en su máximo esplendor. Era su día.
El último que lo disfrutó a plenitud fue José López Portillo, (1976-1978) hasta la mitad de su mandato. Por 1980 vino la crisis petrolera, después rompió con el sector patronal por la nacionalización de la banca.
El diputado Porfirio Muñoz Ledo interpeló al presidente Miguel de la Madrid el 1 de septiembre de 1988, rompiendo el ritual que parecía eterno.
Para Carlos Salinas de Gortari, esa fecha obligada se convirtió en desafío. Calles plagadas de policías y soldados; adentro, a más de interrupciones verbales debió enfrentar mantas y pancartas, legisladores con máscaras de cerdo. En 1997, Ernesto Zedillo soportó en silencio el mensaje de un diputado de la Oposición, Muñoz Ledo de nuevo.
De Vicente Fox en adelante, se perdió pompa y circunstancia. Simple envío de Informe en versión electrónica al Congreso. Mientras más rápido mejor.
Por segunda ocasión, tampoco pudo López Obrador convocar a sus millones de simpatizantes. A ver si en la próxima puede resucitar al menos, el baño de pueblo.
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