Ella reía con burla, poderosa, hiriente, parecía el silbar de una serpiente. Él suspiraba, de dolor gemía, desecho en su abandono, como en una elegía. Ella ni lo miró, no dijo nada, se sentía empoderada.
Él bajó la cabeza, compungido, en un mar de tristeza sumergido. Ella le dio la espalda, enfiló hacia la salida, llevándose su vida. Él cayó de rodillas, contrahecho, un dolor en el pecho.
Ella, con fuerte portazo, puso fin a su trazo. Él quedo allí tirado, inerte, maldiciendo su suerte. Así acaba la vida de la gente, por falsa e indolente.