En los años cincuenta, el licenciado Carlos González Tijerina, habla de las apariciones nocturnas de un monje deambulando por la calle de Morelos, pero se conoce de este tema. En cambio, en la misma céntrica calle el periódico bisemanario El Gladiador, del 31 de julio de 1924, dirigido por Rodolfo Cervantes, nos habla sobre la leyenda de una casa embrujada, quizá uno de las narraciones más antiguas de este género en Victoria.
Las Urracas
Todo esto sucedió en el transcurso de 1950, cuando las autoridades estatales ordenaron el corte masivo de árboles ornamentales de la Plaza Juárez, para que el nuevo Palacio de Gobierno recién construido por Enrique L. Canseco luciera su majestuosa y sólida arquitectura. De la autoritaria y anti ecológica decisión, derivó que cientos de urracas huéspedes ancestrales de las ramas de aquella ancestral fronda, se trasladaran a la Plaza Hidalgo, en busca de refugio.
Sucedió que en pleno vuelo, una de las oscuras pajarracas decidió separarse del resto de la parvada, aprovechando los vientos del norte, cuando iniciaban su peregrinar por los aires sobre el lecho del Río San Marcos. Mientras tanto, su pareja, el urraco triste y alicaído, anduvo buscándola desde su abandono varios días hasta el cansancio, recorriendo desde las alturas todos rumbos de la ciudad.
Por fin, herido en su orgullo, después de varios días de peregrinar entre el cielo azul victorense, una tarde encontró a la pájara en su elemento resguardada en la sombra de uno de los añejos laureles de la India en plena floración, plantado a principios del siglo en la mencionada plaza del Ocho Hidalgo. Para desventura de su fiel amante, la urraca se encontraba feliz de la vida acompañada de un enorme y atractivo cónyuge de plumaje sedoso y brillante. Tal fue su reacción que, después de increparla y reclamarle su infidelidad, el enamorado emprendió el vuelo sin retorno sobre el cause del Río San Marcos, dirigiendo su brújula a uno de los cañones de la Sierra Madre. Esa fue la última vez que la vio y nunca jamás volvió a saberse del pájaro enamorado. (Versión modificada de la original, escrita por Prisca Báez, periódico La Opinión, mayo/10/1950.)
La Casa de los Espantos
Cuentan los antiguos pobladores de Victoria, que esta narración extraordinaria se relacionaba con una vetusta casa ubicada en la calle de Morelos, en pleno centro de la ciudad. Para más precisión, a unas cuadras del cementerio del Cero Morelos, donde sucedían acontecimientos raros, que los vecinos atribuían a una brujería. Por tal motivo la llamaban La Casa de los Espantos, porque nadie se atrevía a entrar; y menos habitarla. Ahí se aparecía gente de otro mundo, almas en pena en busca de descanso, o espíritus chocarreros que asustaban a quienes se acercaban a esa residencia de gruesas paredes de sillas y amplio traspatio de árboles frutales.
De acuerdo a testimonios de gente de razón, por las noches se aparecían duendes, pequeños gnomos barbudos, trasgos, brujas y nahuales en un ambiente sobrenatural. Según pláticas, estos seres habitaban el sitio maldito como fieles guardianes de un tesoro que sepultaron los antiguos propietarios del predio. Para algunos, más bien se trataba de individuos de carne y hueso que asustaban a gente ignorante y timorata.
Lo más sorprendente sucedía cuando el reloj de la iglesia de Nuestra Señora del Refugio anunciaba la medianoche. En ese momento emergían gemidos, ruidos de piedras, terrones, maullidos de gatos, extraños sonidos de arrastre de cadenas, rechinar de puertas, ladridos de perros hidrófobos, bufidos, gritos, aullidos, carcajadas y cualquier resonancia capaz de poner los pelos de punta. “En fin, se asemeja tanto ruido a un zoológico jardín poblado de tantas fieras, o a las salvajes florestas de tierras africanas.”
A esas horas de la noche, mientras los gallos del barrio cantaban desconcertados, los vecinos de varias cuadras a la redonda, bien resguardados en sus casas, se santiguaban al tiempo de rezar al revés padres nuestros y aves marías, para evitar la presencia de algo malévolo o fuera de lo común. Afirmaban los viejitos que cuando alguien se atrevía a dormir en una de las habitaciones de esa casa maldita, individuos de otros mundos lo pellizcaban, descobijaban y tiraban de los cabellos.
Otros testimonios afirman que todo al final lo tiraban de la cama; en caso contrario los cajones de los muebles inexplicablemente se abrían, mientras en el suelo y cama entre las sábanas aparecían cruces de sangre roja. Quien de manera valiente se introdujo a esa casa para aclarar aquellos fenómenos demoníacos y descifrar sus misterios, salían a toda prisa, jurando por la Virgen del Chorrito y el Sagrado Corazón no volver a introducirse a la mansión encantada.
Tantos eran los sustos que causó entre los transeúntes nocturnos, que definitivamente solicitaron el apoyo de un sacerdote de la iglesia de Nuestra Señora del Refugio, recién llegado de Zapotlanejo, Jalisco, para que aplicara unos rezos y terminara para siempre aquel maleficio. Así sucedió y en presencia de varios parroquianos arrojó agua bendita en todos los rincones. Pero aún así, no se dieron los resultados porque las apariciones y ruidos continuaron dando lata en el vecindario.
Cuando reclamaron al clérigo el fracaso del conjuro, simplemente dijo: “…son cosas inexplicables, porque en esa casa los demonios andan sueltos. Cuando en mi pueblo pasaban cosas parecidas y ni los rezos son suficientes para apaciguarlos, significa que el hechizo está muy arraigado y …el diablo debe andar muy bravo… y uno tiene pocas potencias.” (Periódico El Gladiador, 1924; Juan Frajoza / Cronista de Mexticacán, Jalisco.)
* Cronista de Ciudad Victoria.