Manzanilla del Mar.- Hace 32 años cayó la mitad del agua que se vino abajo hace unos días y La Manzanilla del Mar era un lodazal con agua buscando el final de su ciclo. Esta vez fueron casi 500 litros por metro cuadrado en menos de 10 horas.
La Mayora de Café du Calcetín recuerda que cuando era niña, en el gilbertazo de Monterrey, vio a la gente llorando por las cosas perdidas: carros, ropa, muebles… La ciudad aprovecha la aglomeración para dar la ilusión de que el individualismo es supervivencia.
Aquí hemos tenido el mejor ejercicio de desprendimiento. El Guaca pasó por la calle con el agua a la cintura y la corriente golpeándole la espalda gritando a las casas: salgan inmediatamente, esto es sólo el principio.
En la mañana no sabíamos qué hacer hasta que llegó Miriam a ayudarnos y el doctor Guillermo nos trajo dos bombas de presión para sacar 30 centímetros de lodo de la casa. Luego llegó Consuelo que empezó a sacar cosas y a lavarlas. No aceptaron ninguna propina. Los vecinos que no se vieron muy afectados en sus casas se reunieron y empezaron a limpiar las calles; en todas partes las bromas y las risas eran la marca de una presencia comunitaria. Aquí el espacio público es, realmente, de todos. A los visitantes les llama la atención de que podamos echarnos unas cervezas en la calle o emborracharnos en la plaza –aquí le llaman Jardín–;
Café du Calcetín quedó aislado entre la laguna chica y La Mar, porque el arroyo tumbó el puente; don Adán Brambila se metió entre los cocodrilos para conectar el agua dulce y contrató a La Pulga, que pese a las burlas de dos ingenieros del gobierno, pudo construir un puente colgante que nos permitirá dar servicio a nuestras visitas.
Los amigos de Monterrey enviaron lo que pudieron, va nuestro agradecimiento y mantenemos nuestra deuda moral con ellos. Las frases de solidaridad fueron como un soplo de aire para poder volar mejor. Estamos felices de pertenecer a una comunidad que celebra la alegría de vivir.
Ha sido una de las mejores experiencias familiares y estamos concientes que estamos expuestos a las fuerzas de la naturaleza como cualquier especie animal.
La visita de Juan José Cerón y Daniel Abad inició un día después del vendaval y nos llenó de fiesta, fue un agasajo para toda la familia. Mi archivo fotográfico no se perdió del todo gracias a estos dos compadritos queridos; tardos pero no perezosos se pusieron a lavar mis negativos y lograron salvar algunos. Agradecimiento sin fin por la renovación de la esperanza familiar.