GOMEZ27072020

El coquero que no fui
Joaquín Hurtado

Monterrey.- Fustigado por compañeros de la secu, mi máxima aspiración en aquella época era entrar a trabajar en la embotelladora Coca Cola. Ganar dinero pronto como almacenista, repartidor, empleado en la línea de producción.

     Fui y se lo planteé a mamá. Mi dulce vieja que estudió sólo hasta tercero de primaria me miró con ojos rabiosos. No decía palabras malsonantes. Sólo se limitó a fregar con más fuerza los platos, levantó los hombros. Una lágrima asomó en su mejilla. Más tarde la escuché hablar con mi abuela María. Repitió lo mismo que siempre me había dicho: este chamaco tiene cabeza para hacer más pero no quiere seguir estudiando, yo no tengo dinero para que continúe.

     Al día siguiente redactó de su puño y letra una carta dirigida al presidente de la república. Me la dio a leer y a corregirla. En la misiva explicaba la dura situación por la que estábamos pasando, solicitaba una beca, un apoyo, una lucecita de esperanza en medio de tanta miseria. La firmamos ambos. La enviamos.

     Varios meses después llegó una respuesta. Era una promesa de apoyo para comprar libros. Eso fue todo. Yo sentí como si aquel sobre oficial significara la aceptación para entrar a Harvard. Presenté el examen docente para estudiar en la Normal Miguel F. Martínez. Lo pasé. Fácil. Muchos amigos no. Ella me dijo: ya ves, tú tienes cabeza para mucho más de lo que tú mismo crees.

     Cada vez que veo un camión repartidor de esa marca refresquera me miro colgado del estribo, bajo el sol, cargando cajas muy pesadas. Agradezco a mi madre haberme salvado de ese trabajo donde no hubiera durado ni un solo día.