PEREZ17102022

El corto plazo
Edilberto Cervantes

Monterrey.- En diciembre del 2003 la ONU organizó la Cumbre Mundial de la Sociedad de la Información. Ante las amplias expectativas que abrían las tecnologías digitales, el propósito de la ONU era el de construir, a nivel global, una sociedad de la información: “centrada en la persona, integradora y orientada al desarrollo, en la que todos puedan crear, consultar, utilizar y compartir la información y el conocimiento”.

Las Tecnologías de la Información y las Comunicaciones (TIC) se han desarrollado desde entonces de una manera espectacular. Sin embargo, la orientación de este desarrollo ha sido el determinado por el interés económico y no por propósitos de bienestar de la sociedad. Así, quedó claro que el acceso a las TIC estaría determinado por la capacidad económica de los usuarios.

Se reconoció de inmediato la existencia de una “brecha digital” entre los países industrializados (ricos) y los países en desarrollo (pobres). Esa “brecha” se ha ido ampliando desde entonces.

Las empresas que han configurado la industria digital representan actualmente un gran poder económico y ejercen, a nivel global, un control monopólico de sus aplicaciones. La inteligencia artificial empieza a mostrar avances espectaculares.

Las empresas dominantes son muy conocidas: Google, Meta, Apple, Amazon y Microsoft. Sólo las empresas digitales chinas aparecen con capacidad para competir con ellas. La lucha por los mercados es muy fuerte.

Las tecnologías computacionales y sus aplicaciones, como los semi-conductores, la Inteligencia Artificial, Quantum, Biotech, Clean Energy Technologies y el mineral básico: el Litio, forman parte de las estrategias de seguridad nacional de las grandes potencias y determinan alianzas militares y comerciales.

En la Comunidad Europea se han hecho intentos por regular el accionar de los gigantes digitales, no sólo por la fiscalización de sus enormes ganancias, sino para evitar o reducir al menos el control que ejercen de la información de los usuarios.

La pandemia provocada por el Covid hizo evidente la falta de colaboración solidaria de las potencias para compartir las tecnologías para el diseño de las vacunas. La disputa tecnológica en torno a las TIC es igual de férrea. (No mercy.)

La guerra en Ucrania, hace ya casi un año, vino a desarticular las ya de por sí debilitadas “cadenas de valor” del comercio global. La “seguridad nacional” de Rusia se vio amenazada por la decisión del gobierno ucranio de adherirse a la OTAN (alianza militar de los países europeos y los Estados Unidos). Europa depende en mucho del gas natural ruso y está resintiendo la falta del mismo. La enorme producción de cereales en Ucrania sin acceso a los mercados tiene impacto mundial. Energía (gas natural) y alimentos (otra forma de energía) aparecen de nuevo como elementos determinantes de la capacidad soberana de las naciones.

La globalización financiera y comercial se ha resquebrajado.

Países como la India y China aparecen ahora con gran peso en la escena internacional. Con los Estados Unidos intentando, desde Trump, mantener un liderazgo con estrategias basadas en la economía interna y tratando de contener el avance de China. Europa con dificultad sostiene la cohesión de su comunidad de naciones (ya sin Inglaterra), con escenarios políticos internos inestables.

Desde la perspectiva social, la concentración de la riqueza, en un porcentaje muy pequeño de la población y una mayoría en condiciones de pobreza, caracteriza a la mayoría de los países; con excepción, si acaso, de los países del norte de Europa que mantienen vigentes algunas de las políticas de bienestar de mediados del siglo XX.

Los impactos del cambio climático son cada vez más evidentes. De nueva cuenta, la falta de solidaridad internacional inhibe las posibilidades de una estrategia concertada para reducir la emisión de los gases con efecto invernadero.

Para América Latina las inversiones chinas están abriendo posibilidades de reactivar su economía. Como siempre, basada en la exportación de alimentos y minerales (incluido el petróleo y ahora el Litio). La llegada al poder nacional de políticos “progresistas” (no comunistas) se empieza a traducir en nuevas políticas de reconocimiento a las naciones originarias, de compromisos con el medio ambiente, de reorientación de las actividades extractivas, con políticas de género abriendo espacios a la mujer, y nuevo enfoque hacia el “negocio” de las drogas. La agenda social empieza a tener cierta prioridad.

En México, el cambio de régimen que intenta el gobierno de López Obrador, enfrenta resistencias internas en los grupos que se sienten afectados o que no están de acuerdo con su orientación. AMLO participa de las posiciones progresistas del Presidente colombiano y del Presidente chileno, en cuanto a las políticas sociales y la atención a las naciones originarias, los pobres y la población vulnerable. En lo económico, ha intentado revertir el enfoque de los gobiernos neoliberales, sobre todo en materia energética. No ha logrado superar los candados neoliberales que significan los organismos autónomos del Estado.

La política laboral de AMLO se ha traducido en incrementos históricos en el salario mínimo y el ingreso promedio de los trabajadores; se han mejorado los mecanismos para la elección de la representación sindical y la concertación con los empresarios; la justicia laboral está ahora en manos del poder judicial con la supresión de las Juntas de Conciliación. La operación de las Afores se ha modificado, con beneficios hasta ahora marginales. Se está poniendo al día al INFONAVIT y al Seguro Social. El ISSSTE está en proceso de reingeniería. Además, se amplió el número de días de vacaciones.

En medio de una inestable economía global, la estabilidad del peso mexicano, el control de la inflación, la reducción del servicio de la deuda pública y un manejo austero del presupuesto, abonan a un ambiente de estabilidad económica en México, aun con bajo crecimiento del PIB.

Ante la coyuntura internacional, AMLO propone configurar un bloque continental, más allá del TLCAN, orientado a la autosuficiencia de los países de la región latinoamericana, con la participación de los Estados Unidos y Canadá.

El contexto internacional para el 2023 no ofrece expectativas de una mejor convivencia global. En México, la agenda política centrada en lo electoral ocupa la atención de la clase política, con alta animosidad y, hasta ahora, sin propuestas.

Sí hay avances positivos en el Mundo, pero los medios de comunicación y ahora las redes sociales, se enfocan en lo negativo del accionar humano. Hay que darle vuelta a la tortilla.