Sentado en su banca de insondable infinito,
amasando galaxias, nebulosas;
creando nuevos mundos o recreando otros,
ensimismado en sus inmarcesibles recuerdos,
dos lágrimas de luz perenne
brotaron de sus ojos profundos
al recordar aquel insignificante error
que cometió al crear al prístino
homúnculo semejante a él
y regalarle un paraíso.
El mísero humano,
en lugar de amor acrecentaba el odio,
en lugar de fe prefería la blasfemia,
en vez de ser dichoso abrazaba el dolor,
lejos de la humildad prefería la fortuna,
en vez de amar al prójimo decidía explotarlo,
y prefería la guerra en lugar de la paz.
Muchas veces pensó en destruirlo con un soplo,
pero se arrepentía porque lo amaba
y muy adentro de su inmenso corazón
le latía el hecho innegable de que
el exiguo humanoide acabaría por destruirse a sí mismo
y la perfección del pequeño mundo
volvería a reinar
indefinidamente
cuando
se
extinguiera...