Puebla.- Poco tiempo después de su toma de posesión como presidente, Donald Trump decidió prohibir la llegada a su país de personas provenientes de ciertos países musulmanes. Un juez del estado de Washington impidió esa medida: el presidente de Estados Unidos no tenía facultades para tomarla.
Si Trump regresa a la presidencia podría seguir el ejemplo que ha dado en México el grupo en el poder y decir que “ningún juez está por encima del pueblo”. E imponer la medida (esta o cualqueir otra), aunque esté al margen de la ley y de la decisión del poder judicial.
Hay que repetirlo: la idea de “pueblo” en abstracto ha sido usada más por regímenes autocráticos y dictatoriales que por las democracias. Usar esa idea para violar la ley es la negación de la democracia.
La democracia no es solo el poder del pueblo. Es también la protección del pueblo. Protección de otros ciudadanos (delincuentes, fanáticos, intolerantes) pero sobre todo del poder político.
Un viejo tema: ¿quién custodia al custodio? Las policías nos protegen de los delincuentes; ¿quién nos protege de las policías?
Karl Popper, que sabía de autocracias (huyó de su país, Austria, cuando fue anexado por los nazis) tenía claro esto. Por eso definió como democracia a un sistema para evitar que los malos gobernantes hagan demasiado daño, y para poder deshacernos de ellos sin derramamiento de sangre.
La mejor de las personas puede transformarse cuando accede al poder. Por algo una de las frases más citadas en política es “el poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente”.
Por eso la democracia exige tener un sistema de balances y contrapesos. Por eso lo primero que hacen las autocracias es destruir ese balance. Una destrucción a la que seguramente seguirán otras.
Se puede comprender la frase de López Obrador: “a veces tienes el gobierno, pero no tienes el poder”. Se puede comprender la frustración de un gobernante al sentir la incapacidad de realizar políticas que él considera positivas.
Pero la concentración del poder es uno de los mayores males de la política. No sólo corrompe (a veces absolutamente) al quien lo ejerce. Le impide ver y oír. Hay ejemplos de gobernantes ciegos y sordos que llevaron a sus países al desastre.
Hay razones para pensar que vamos en ese rumbo.
* Profesor de la UDLAP.