GOMEZ12102020

El extraño caso de un político y cantante que vivió y murió pobre
Ismael Vidales

Monterrey.- Seguramente todos saben que Felipe Adolfo de la Huerta Marcor (Guaymas, Son. 26 de mayo de 1881-D.F. 9 de julio de 1955) fue presidente interino de México cinco meses (del 1 de junio hasta el 30 de noviembre de 1920), pero pocos saben que tenía una voz privilegiada, además de ser un virtuoso pianista y violinista. Su madre, doña Carmen Marcor, había estudiado ópera y junto con el joven Adolfo ejecutaban maravillosas arias en pequeños festivales.

De niño estudió en el “Colegio de Sonora” en Hermosillo, donde conoció al joven profesor Plutarco Elías Calles, con quien sostuvo una larga amistad hasta 1924 en que se enfrentaron como candidatos a la presidencia de la República.

En 1906 dejó de lado el “bel canto” para ingresar al Partido Liberal Mexicano y seguir a don Francisco I. Madero. Al triunfo de la Revolución en 1911, fue elegido diputado en su estado. Después se puso a las órdenes de Venustiano Carranza, quien lo comisionó para encabezar acciones militares en Sonora y lo nombró Oficial Mayor de la Secretaría de Gobernación. Fue senador (1918 a 1922); Cónsul General de México en Nueva York; y en 1919, gobernador de Sonora. De la Huerta se distanció de Carranza en 1920 y se unió a Álvaro Obregón. Carranza fue asesinado en Tlaxcalantongo, Puebla, la madrugada del 21 de mayo de 1920, según se dice, por órdenes de Álvaro Obregón.

El 1º de junio de 1920 el Congreso nombró presidente interino de la República a don Adolfo De la Huerta. El 1 de diciembre del mismo año, entregó el poder al general Obregón quien lo nombró Secretario de Hacienda. En 1923, De la Huerta fue candidato a la Presidencia, en oposición a Plutarco Elías Calles. Para 1924, ya se habían enemistado Obregón, Calles y De la Huerta, poniendo fin al famoso “Triángulo Sonorense”.

De la Huerta se exilió en Los Ángeles, Cal., sin dinero, en total bancarrota, abrió una escuela de música en la que enseñaba el bel canto. Así se cumplió la profecía que en 1921 su entonces amigo Álvaro Obregón le había hecho: “En el destierro, Adolfo, al menos podrías dedicarte a dar clases de canto, mientras que yo, con un solo brazo, no podría conseguir trabajo ni de barrendero.”

Regresó a México en noviembre de 1935, durante la presidencia del General Lázaro Cárdenas, quien sabiendo de su precaria situación económica, lo nombró Visitador general de Consulados Mexicanos en Estados Unidos. Después el presidente Manuel Ávila Camacho, lo nombró Director general de Pensiones Civiles de Retiro, cargo que desempeñó también en el sexenio de Miguel Alemán. En 1952, el presidente Adolfo Ruiz Cortines lo volvió a nombrar Visitador de los Consulados Mexicanos en Estados Unidos. Falleció en la mayor modestia el 9 de julio de 1955 y fue enterrado en el Panteón Francés de San Joaquín, donde reposan sus restos. En 1957, fueron publicadas sus Memorias, dictadas a su amigo y secretario particular, Roberto Guzmán Esparza, dejando su testimonio sobre el complicado arte de la política en tiempos de la Revolución.

Un extraño caso, que hoy no entenderían los gruperos ni los políticos, a don Adolfo de la Huerta no le fue bien en la cantada ni en la política. ¡Qué raro!