Monterrey.- Hablando de El extraño mundo de... Jack Skeleton, no está tan alejado del padre de Coco ni de nuestra Catrina ni de Skeletor. ¿Nos atrevemos a decir que incluso coincide con la que juega ajedrez en El séptimo sello o aquella que adoran en Tepito?
También hay un cuento de Woody Allen en su libro Para acabar de una vez por toda con la cultura ( Tusquets después lo compiló en un volúmen llamado Cuentos sin plumas). La sección es muy clara: “Para acabar con Igmar Bergman”. Y el título del cuento, demasiado Obvio: El séptimo sello.
Un tipo está solo en su departamento, llega La Muerte para llevárselo y el señor le propone jugar a las cartas. Ya no un juego de ajedrez ni una Muerte tan seria como el actor maquillado de blanco que jugaba con el caballero, sino una distraída y quejumbrosa, pero a todas luces fastidiada por sólo ir y venir y nunca progresar laboralmente. Al último resulta que la muerte sale debiendo tiempo y dinero al miserable tahúr y al bajar por las escaleras, oh, cuidado, señora Muerte...
Es la máscara y el rostro de La Muerte en el mexicano, una excusa pop para que James Bond venga a filmar una escena de una película y se quede la tradición auspiciada por nuestras oficinas burocráticas de turismo. Es el fetiche de youtuberos gringos, alemanes, españoles y rusos. La ven como símbolo de diversión y vida diaria, pero no la experimentan como la madrina o la que protege a tu familiar trailero.
Es el esqueleto La Santa Muerte, tatuaje de presidiarios y de bailarinas de table dance, es el santo que ocupa el lugar en los nichos a la entrada de camposantos en los tiempos de los Zetas (y ay de aquel político que la mandara quitar). Es la Niña Santa a la que le ponen una iglesia en Tepito compitiendo en transgresión con la capilla de Jesús Malverde en Culiacán, Sinaloa.
¿Tiene Jack Skeleton el carisma, pegue y arrojo que tenían otros reyes de barrio como Tin Tán y Don Gato? ¿Es un sinvergüenza pero también es un héroe enamorado? ¿Por qué no nos cae mal? ¿Por qué Miguel y todo su pueblo en la película Coco admiran a un cantante difunto que en la Tierra de los muertos es una celebridad y hasta Frida Kahlo le diseña el show?
¿Por qué nos sentimos capaces de jugar un dominó, una partida póker o una lotería con La Muerte y ganarle? ¿Es que acaso hay algo excitante en retarla?
Incluso Walt Disney coqueteó con ella en The skeleton dance, de su serie Silly Symphonies. Y de eso resultó una maravilla divertida, hilarante. Porque el descaro libera, y si nos engañamos un poquito en hacer chiste con la huesuda, en ese momento aligeramos nuestra conciencia de la muerte propia.
Maravillosa emoción de la muerte, cantándole a La Llorona, brindando con tequila por ella. Imaginando que es la comadre de nuestra mamá y que nos trae a un ser querido para que nos tome de la mano y nos encamine.
También poema popular: Calaverita Divina, calaverita a los artistas y a los políticos y a nuestras amistades.
Cráneo de dulce, de chocolate o amaranto, cada artesanía necrófila es una celebración y homenaje a la muerte para que cada vez nos sea menos extraña. Un Ray Bradbury maravillado (y burlón de lo asustadizos que suelen ser sus paisanos cuando turistean por el tercer mundo) escribe el relato “La calavera de azúcar”, donde juega con la mala fortuna de que uno de estos dulces tenga el nombre de algún personaje. Porque si te encuentras una calaverita de dulce con tu nombre escrito en su frente, sin duda es un gran chiste.
Así somos los mexicanos: Hacemos chistes hasta el final, y es una manera eficaz de ponernos al mismo nivel que nuestros rockstars, que también se las verán con ella.