Monterrey.- Se les reconoció como interlocutores necesarios. A cada una de sus consignas, una ley de protección. Sus marchas fueron nuestras. Las adoptamos en reconocimiento a la pluralidad. Al desarrollo del humanismo incluyente.
Pasamos por alto la rabia. Las autoritarias determinaciones para no escuchar a sus detractores. La mayor muestra de intolerancia. No muestran compasión. Mucho menos argumentos.
Quien no está ahora con ellos debe ser expulsado. El diferendo cultural ha dañado la capa más profunda de la sociedad. El tejido sin cauterizar. Son llamadas de atención generalizadas.
Así el feminismo es mayor a las conductas cristianas. Quien profesa un credo lo inhabilita para hablar en el ágora. Las universidades lanzan protocolos como el Me Too, contra el bullying en las aulas, contra la oportunidad de organizar círculos de lectura bíblicos, musulmanes, judíos o panteístas.
Todo aroma a valores debe ser encapsulado. La exhortación a evitar la difusión. El fuego abrazador de la izquierda construyó los nuevos gulags. Las bromas por el color de piel, las preferencias sexuales o las evidentes limitaciones mentales son motivo de censura.
Nuestra constitución, de facto, debe aplicar el derecho de la libertad de expresión. Siempre a título personal. Con el riesgo de quien lo dice. Y no colocar letras escarlatas, por el simple hecho, como dicta la moda, quienes lo deseen, conservar sus ideales. Ahorrar los epítetos de Lady o Mirrey. Respetar y ser respetados.