El comercio entre la península asiática sin recursos, llamada Europa y Rusia, fomentaba un acercamiento contrario a los intereses geopolíticos de Estados Unidos. La civilización occidental de la cual Estados Unidos es sucesor y vanguardia, siempre ha codiciado los vastos recursos del gigante euroasiático. Además, Estados Unidos es el principal proveedor de armamento y de forma permanente ha incitado a Europa a aumentar su inversión en defensa. Para evitar perder el mercado, hacerse con recursos y colocar su mercancía bélica, es necesario crear tensiones. Para tal efecto, Estados Unidos hace uso de toda su maquinaria económica, mediática, diplomática y cultural buscando, en primer lugar, demonizar a Rusia.
Por otro lado, Estados Unidos ha sido víctima del propio éxito del modo de producción capitalista. En lo que más fallan los capitalistas es en entender a cabalidad el motor del modo de producción que defienden. El capitalismo no busca mejorar las condiciones materiales de vida a través de la producción de mercancías. Ni siquiera busca producir mercancías. La satisfacción de necesidades y la producción de mercancías son un colateral. Lo que busca el capitalismo a toda costa es obtener ganancias. Y en esta persecución irracional de ganancias el capitalismo tiende a destruir la vida. El sistema no está roto, así funciona.
La obtención de ganancias tiene límites materiales que no se pueden sortear, como el desarrollo tecnológico alcanzado en ese momento, o la disponibilidad de mano de obra y demás recursos. El capital debe seguir creciendo, para lo cual tiene diversas opciones: destruir mediante guerras la riqueza para volverla a crear; buscar nuevos mercados; mercantilizar algo que no era una mercancía; la financiarización, que empeña y especula con la producción futura, e incluso apuesta por las pérdidas futuras; externalizar los costos, es decir, que lo paguen otros; o migrar la industria a otro lugar, en donde sean más baratas la mano de obra, los impuestos, la tierra, etcétera. En este sentido, la industria de Estados Unidos se ha desmantelado, ya sea por la migración a otros países, o por la “uberización” y demás tipos de subcontratación (outsourcing). Los refugios de los grandes capitales estadounidenses han sido los esquemas financieros y el complejo militar industrial.
Dicho desmantelamiento además acarrea problemas indeseables. Internamente los estadounidenses cada vez tienen más problemas para acceder a vivienda, salud y comida. Su expresión más emblemática es la disminución en la esperanza de vida de los ciudadanos estadounidenses, cayendo de 78.8 años en 2014, a 76.6 años en 2021. Es el país con mayor deuda pública del mundo: 30 millones de millones de dólares, alcanzando un 132% de su PIB. Y en el plano internacional, los rendimientos esperados por parte de los inversionistas del complejo militar industrial necesitan la guerra perpetua, o cuando menos la permanente tensión de guerra.
La migración de la industria estadounidense hace cada vez más difícil mantener su hegemonía, los deja en una situación de desventaja tecnológica y social y puede mejorar la situación del país receptor si éste logra una buena gestión. Cabe señalar que en la mayoría de los casos los países receptores, como sucedió en México con las maquiladoras, no han aprovechado las inversiones extranjeras y las industrias y comercios nativos han sido desplazados.
La pérdida de la hegemonía por una pobre industrialización ya ha ocurrido en varias ocasiones. El Imperio Español, ahogado en deudas, se dedicó a rentar los territorios americanos recién descubiertos y perdieron su hegemonía frente a los demás Imperios que se dedicaron a realizar mejoras tecnológicas. Una vez que América se independizó, las elites se dedicaron a exportar materias primas y no a producir mercancías. El sur de los Estados Unidos también era agroexportador, mientras que el norte, con un clima menos favorable, se industrializó. Cuando se enfrentaron, era claro que el norte estaba en una mejor posición.
Ahora, a pesar de que Occidente ya se estaba repartiendo la reconstrucción de Ucrania, no tienen forma de ganar. Las sanciones a Rusia no han surtido efecto y han golpeado mucho más a los sancionadores. La desesperación se ha hecho presente en los dirigentes europeos. Ya han dimitido los primeros ministros de Bulgaria, Inglaterra, Estonia e Italia. Alemania, con un balance negativo, está a nada de la recesión. Francia entró en una economía de guerra, donde el Estado puede intervenir en las industrias estratégicas para mantener la economía, lo cual de paso muestra las limitaciones de la inversión privada y del libre mercado. De hecho, se espera que en septiembre el Estado francés adquiera por completo la eléctrica EDF, de la que ya es dueño del 84%, aunque esto podemos entenderlo como un rescate, más que como una nacionalización.
Además de sancionar los energéticos de su proveedor de energéticos, Europa ha decidido sancionar el oro ruso. Aunque en 1971 se migró al patrón dólar, el oro sigue siendo soporte a la moneda y un reservorio del valor de la producción. Sancionarlo terminará por devaluar el Euro, que ya está por debajo del dólar, por primera vez en 20 años. No debe extrañarnos que haya más dimisiones de dirigentes europeos en los próximos meses.
Para terminar este suicidio colectivo al que los dirigentes de Europa y Estados Unidos quieren llevar a la población, buscan mitigar la inflación galopante aumentando las tasas de interés. El dinero es un equivalente al valor de las mercancías, es decir, la cantidad de dinero circulante es igual a la producción total. Pero el dogma capitalista dominante es monetarista, considera que la inflación se explica solo con la impresión de dinero. Esta creencia obedece a una cuestión ideológica en la que los Estados son los causantes de todos los males que aquejan al capitalismo, cuando en realidad son los Estados quienes están al servicio del capitalismo.
La impresión de dinero descontrolada para cubrir los déficits estatales no es la única ni la más certera explicación al fenómeno inflacionario. La pandemia y la actual guerra afectan las cadenas de suministros de recursos y materias primas tan importantes como los energéticos, los granos, los fertilizantes o los microchips, provocando interrupciones en la producción y en la distribución que a su vez se refleja en un alza de precios. La mejor solución que encuentran los capitalistas es causar una recesión aumentando las tasas de interés, lo cual desincentivará la producción y agravará la crisis, pero será benéfico para los especuladores financieros. Dicho de otra forma, hay quienes ganan con que se deje de producir lo cual atenta no solo contra las personas sino contra el sistema mismo.
Ya nos llevaron a una crisis financiera en 2008 y parece que nos quieren llevar a otra. Sin embargo, puede ser benéfico para el llamado Sur Global. Si observamos la votación en la ONU para sancionar a Rusia, la gran mayoría de los países que alguna vez fueron colonia votaron en contra, o se abstuvieron. Es decir, el Sur Global sí ha entendido, estamos siendo testigos de la pérdida de la hegemonía de Estados Unidos y Occidente en general y pueden obtener beneficios económicos o geoestratégicos. La India, por ejemplo, compra petróleo ruso con descuento; lo refina añadiéndole valor y lo revende a Europa. Arabia Saudita hará lo propio. Marruecos logró que España le diera la espalda al pueblo saharaui. Turquía, heredera del Imperio Otomano y ahora una potencia media que juega para todos lados, logró convencer a Suecia y Finlandia que dejaran de apoyar a los kurdos, a cambio de dejarlos entrar a la OTAN; luego Endorgan se reunió con Putin y Raise (el presidente de Irán) y acordaron acabar con los terroristas en Siria y expulsar a los soldados estadounidenses. México, por su parte, puede ser un colchón para Estados Unidos, y han acordado construir infraestructura a ambos lados de la frontera.
Hace un mes, los países del G7 (Estados Unidos, Reino Unido, Italia, Alemania, Francia, Canadá y Japón) se comprometieron realizar inversiones en infraestructuras para hacerle frente a las inversiones chinas, entendiéndose como un esfuerzo para evitar perder la hegemonía. Pero no tienen cómo. Para empezar, los países G7 ya no son las principales economías, pues los primeros diez lugares, según el FMI, con estimados de octubre de 2021, son Estado Unidos, China, Japón, Alemania, Reino Unido, India, Francia, Italia, Canadá y Corea del Sur. Le siguen Brasil y Rusia. De hecho, China por sí sola va a ser la primera economía en pocos años. Si a eso le sumamos su participación en los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), es claro que su peso político y económico en la escena global atenta contra los intereses de Occidente y precisamente por eso la están provocando con el tema de Taiwán.
En mayo del 2021, en un conversatorio con Chatham House (la prestigiosa ONG inglesa de estudios de relaciones exteriores), Hillary Clinton reconocía las limitaciones del capitalismo de libre mercado frente a China, pues Estados Unidos y Occidente en general, debían “reconstruir sus propias cadenas de suministro incluso si eso requiere un cierto nivel de productividad industrial subsidiada (…) nunca competirás y ganarás contra ellos (China) a menos que (los empresarios chinos y extranjeros) recuperen los medios de producción”. Es decir, el modelo de socialismo de mercado, o socialismo con características chinas, o el proceso de construcción del socialismo que ha adoptado China, o como se le quiera llamar, es tan superior al modelo de Occidente, que la única forma de competir contra él es eliminándolo.
Aunado a todo lo anterior, Turquía, Egipto, Argentina, Irán y Arabia Saudita han solicitado su ingreso al grupo de los BRICS, y bajo el formato de BRICS+ se han invitado a cooperar a países emergentes y en desarrollo como Kazajistán, Indonesia, Nigeria, Senegal, Emiratos Árabes Unidos o Tailandia. En la cumbre de junio de este año, Cyril Ramaphosa, presidente de Sudáfrica, comentó que todos compartían “una historia común de lucha contra el imperialismo, el colonialismo, la explotación y el subdesarrollo continuo”, dejando claro el carácter rebelde de los BRICS.
Parece que una vez pasada la guerra no vamos a estar en un mundo unipolar ni bipolar al estilo de la Guerra Fría, ni tampoco en uno multipolar con varias potencias y sus satélites. Debido al debilitamiento de las potencias occidentales, la crisis sistémica que sufren y a las malas decisiones de sus políticos derivadas de sus posturas ideológicas, parece más bien que estamos migrando a un mundo multilateral de trato de iguales entre países. Eso es una buena noticia; lo triste es que se logre con la vida de los ucranianos y el sufrimiento de los pueblos estadounidense y europeos.
Se dice que los imperios mueren matando. Esperemos que esta guerra no escale ni que se abra un frente en China-Taiwán. En algún lugar leí que la hegemonía occidental es una bestia salvaje herida de muerte, a la cual no se le debe provocar de más, sino solo conducirle amablemente a su lecho final.