Entonces, cuando ocurre en México o en Alemania, o cualquier otro lugar del mundo, no es un acto aislado de una “minoría” acelerada, que no se conduce conforme a patrones de civilidad política, sino que es incienso puro para un ritual donde la masa se vuelca en el líder.
El fuego, literalmente, prende en la masa. Mete calor a unos ánimos de por si cargados de emociones que se expresan en consignas muy instaladas en la conciencia política del obradorismo: ¡Es un honor, estar con Obrador! ¡Piña, corrupta! De ahí, la duplicidad del fuego y la proclama. Esta emocionalidad, como se irradió en las redes y los grandes medios de comunicación, es la “verdadera nota” del acto masivo.
Así, lo dicho por el presidente López Obrador se convierte en algo secundario, materia del periodismo para la especulación, lectura de las entrelíneas, letras chiquitas; y lo que queda en el imaginario colectivo, es el fuego y mejor los pisotones y gritos en la imagen de la destinataria. O peor, lo que representa la figura incinerada.
Es decir, no es Norma Piña, sino la Suprema Corte de Justicia de la Nación, la postura prefigurada de los ministros que se intuye no favorecerá en los próximos días a los objetivos del presidente. Y es donde se articula el discurso presidencial que acusa a Piña porque no le vota sus iniciativas y la falsedad de que suelta criminales y el corolario de “ministra corrupta”.
Dicho en otras palabras, la quema de la figura de la ministra presidenta de la Corte es la continuación por otros medios del intento de desmantelamiento de las instituciones. Y es que al no poder cooptar o disminuir la Corte o reducir sus funciones constitucionales, queda la alternativa de destruirla mediáticamente, y el fuego exalta en la masa, la convicción de que la ministra sirve a los intereses de la “oligarquía”. Es decir, no se le ve como una institución de control, un contrapeso virtuoso, previsto en la Constitución, sino como enemigo del “movimiento”.
Y este acto que no será, seguramente, el último, porque no es el primero. Recordemos, aquel performance, escenificado en la puerta de entrada a la Corte, donde los provocadores mostraron amenazantes un cuerno de chivo utilitario con un mensaje ostensiblemente simbólico.
Dirán a quienes sirven estas manifestaciones son de unos cuantos acelerados “que siempre existen” en ambientes políticos polarizados. Vamos, que es una manifestación de pluralidad y democracia. A lo que no hay que darle demasiada importancia.
El problema es que esto se inscribe en un concierto de ataques desde el mismo púlpito presidencial y se replica en otros poderes bajo control morenista sea contra la prensa, los empresarios, personajes, los partidos, las organizaciones civiles o todo aquello que se juzgue que puede contravenir el llamado “proyecto de nación”, como sucedió con el gobernador en Sinaloa, contra quien escribe estas líneas.
Y esto, viéndolo en perspectiva del 2024, es muy probable que irá en aumento por las necesidades de Palacio Nacional y estarán dirigidas contra personajes de aquellas instituciones públicas que son un atorón a las pretensiones absolutistas que rodean el imaginario del obradorismo que, dicho de paso, “no admitirá zigzagueos” de quien resulte candidato o candidata del “movimiento”, dando por hecho que la elección presidencial ya está ganada y que el triunfo es mero trámite electoral.
Sin embargo, que eso suceda, no dependerá solo de lo que quiera el presidente, sino de otros factores; por ejemplo, de como la Corte resuelva lo del llamado Plan B de la Reforma Electoral, de los candidatos o candidatas, el tipo de campaña que realicen unos y otros, pero, sobre todo, el número y el ánimo con el que saldrá la gente a votar y, ahí está, el antecedente de los comicios concurrentes de 2021, donde el morenismo perdió 8-9 millones de votos obtenidos en 2018, mientras la oposición sólo 2.
Así, el “rechazo” de AMLO a la quema de la figura de la presidente de la Corte fue producto de una valoración política ipso facto. Y es que al ver que la conversación pública post concentración, no era sobre lo que sugirió o dijo el presidente, sino la pira del monigote de toga y birrete, incluso, si es cierto, que en la despedida de la multitud se fue de largo para no tener que saludar de mano a Mario Delgado, el dirigente nacional de Morena, era claro que estaba molesto y tenía un culpable del desaguisado piromaníaco.
Este tipo de actos de fuego, como era de esperar, inmediatamente provocó reacciones de desaprobación, muy en especial, entre las mujeres, que se sienten lastimadas, a través de la ministra Piña.
Basta ver a la misma esposa del presidente, quien tuvo que cuestionar la pira; y no olvidemos que este segmento representa el 52-53% de la población nacional y de la lista nominal electoral. Eso invita a manejarse con mucha prudencia, para no ahondar la percepción de que al presidente no está en sintonía con las demandas sociales y políticas de las mujeres.
En definitiva, el acto piromaníaco se volvió la nota de lo ocurrido el 18 de marzo en el Zócalo de la Ciudad de México; superó con mucho la numeraria o el acarreo que se volvió más visible por las propias declaraciones del presidente López Obrador y representantes populares, que llamaban una concentración superior a la realizada por la oposición social y política y que al serlo, llama a la cautela, porque de proseguir este tipo de manifestaciones, es altamente probable que se sume a los despropósitos de la fase de precampaña.
Finalmente, Elías Canneti alertaba sobre el fuego, cuando analizaba el papel que jugó en el nacimiento y desarrollo del nacionalsocialismo alemán; y no estaría mal que los ideólogos del obradorismo revisaran su obra, porque ni Alemania es México, pero tampoco el siglo XX es el siglo XXI; lo que sí es lo mismo, es el fuego en política.
Al tiempo.