Ada Augusta Byron, condesa de Loverlace, se aventuró en la Inglaterra de la primera mitad del siglo XIX a llegar alto en una disciplina vetada a las mujeres: la matemática.
Ada Augusta, según lo establece Haghenbeck, era llamada por su madre, la matemática Ana Isabella Milbanke Byron (Anabella), solamente por su primer nombre, el de Ada, ya que Augusta era como se llamaba su tía paterna, y Anabella no quería que su hija le recordara a su padre George Gordon Byron, mejor conocido como Lord Byron, poeta romántico inglés, a quien odiaba y del que se divorció cuando Ada apenas tenía un año.
Sin duda Lord Byron, conocido como el poeta maldito, fue un noble inglés “muy especial”. Se dice que Anabella, madre de Ada, se casó muy enamorada de él por ser muy atractivo físicamente, pero que ese amor, pronto se convirtió en odio, tras las frecuentes parrandas de su esposo y las múltiples infidelidades, incluso con Augusta, su media hermana, escándalo que convulsionó a la nobleza inglesa, obligando a Lord Byron a refugiarse en la poesía y a perseguir sus ideales de libertad de los oprimidos griegos, país en el que puso su empeño y fortuna para liberarlo de los turcos.
Byron murió joven y, hasta cierto punto, descepcionado de la humanidad. A él se le atribuye la famosa frase fatalista: “Cuanto más conozco a los hombres, más quiero a mi perro”.
Lord Byron murió en Grecia cuando Ada contaba sólo nueve años de edad, sin haberla visto nunca, ya que la madre de Ada aseguró su custodia, amenazando a Byron con hacer públicas sus aventuras extraconyugales con diversas mujeres, entre las que se encontraba su hermanastra Augusta, e incluso con hombres.
La licencia literaria permite a Haghenbeck, en su novela “Matemáticas para las Hadas”, narrar furtivos encuentros de Byron con su hija en un bosque encantado, habitado por Elfos; sin embargo, el célebre y controvertido poeta inglés sólo volvió a Inglaterra para ser sepultado.
Augusta Ada Byron, El Hada de los Números, heredó y cultivó de su madre (Ana Isabella) el gusto por las matemáticas. Cuando nadie más vio el potencial de la máquina analítica creada por Charles Babbage, Ada Lovelace, una mujer adelantada a su época, fue capaz de desarrollar el primer algoritmo con capacidad para ser procesado por lo que consideramos la primera computadora, aunque lamentablemente nunca pudo probarlo.