EL LOGOS HOPE EN TAMPICO O LA MERCADOTECNIA CRISTIANA
Susana Robles

Una amiga me comentó en algún momento que llegaría un barco que viaja por el mundo cargando en su interior libros, muchos libros. Atracaría en Tampico y tendría una permanencia de tres semanas durante junio. Planeamos el viaje y aprovecharía para visitar a unos parientes que viven en ciudad Madero. Y por primera vez conocería ese lado del Golfo de México.

    Un trayecto de ocho horas desde Monterrey para completar la ilusión de ver grandes estantes con los títulos más exquisitos y provocadores para leer en los ratos de ocio.

    Tres amigas nos dispusimos a conocer el dichoso buque. Un primo político me dijo que el buque medía seis cuadras, entonces me sorprendí más y me emocioné, hasta dejé volar mi imaginación y ya me veía pasando muchas horas del día cazando y ponderando publicaciones.

    Nos hospedamos en el hotel Montecarlo por recomendación del marido de Carmen. Aurora, la otra amiga, venía desde el Estado de México para conocer el Logos Hope, del cual se mencionaba en varios medios como una biblioteca flotante, lo cual no lo era, pues más bien se trata de una librería, donde se venden libros, no para consulta.

    Carmen viajaba con una de sus hijas y un nieto pequeño de siete años: Damaris y Emiliano.

    Era la media mañana del viernes 22 de junio y ya íbamos rumbo al barco. Acordamos ir a las tortas de la barda después de visitar el buque. Una fila de 200 metros avanzaba cada dos segundos, así que el acceso fue rápido. A escasos metros de la rampa que conectaba el piso de la aduana con el Logos, un grupo de jóvenes cantaban alabanzas y animaba a los visitantes. Fue extraño. No le presté tanta atención y fui ingresando con las amistades quienes se tomaban fotos con el buque.

    Pasamos a un lobby donde una campana, un salvavidas y objetos propios de un barco, eran tomados para las selfies por otros visitantes, entre ellos estudiantes de primaria, secundaria, preparatoria, familias y amistades como nosotras. Había fotos de los lugares que el buque ha visitado desde 1997.

    Los pasillos de la librería estaban repletos de lectores. Abunda la literatura religiosa: libros con oraciones, la biblia ilustrada, cuadernos para colorear con temas como el arca de Noé, libros con documentos de provida, algunos libros de cocina en inglés, otros pocos sobre arte. El desconcierto. Una fila enorme para pagar y un filtro más para seguir comprando, pues estaba a la venta una bolsa en cien pesos y al adquirirla, tienes derecho a elegir tres libros, sólo de esa área.

    Aurora y yo optamos por pasar de largo esa zona. Para salir había que atravesar un camino con ilustraciones donde se explicaba la historia de un adolescente que se “encuentra” con Jesús en las acciones de otros.

    Llegamos a la cafetería donde esperamos a Carmen, a su hija y a su nieto. Mientras platicamos con unas señoras que nos dieron santo y seña de lugares recomendables para comer mariscos y buenos cortes. Llega Carmen con sus acompañantes y nos disponemos a abandonar el buque para ir a las famosas tortas. Terminamos de ingerir los sagrados alimentos y nos fuimos a refugiar a la playa, donde el sol, la arena, el agua salada y el cielo no mienten ni ocultan lo que son.

    No compré ningún libro y lamenté que no se le advirtiera al público que era una librería temática.

    La información sobre el barco librero no contiene el dato de que en su mayoría el tema es cristiano, por lo que me parece de mal gusto omitir esa información, pues solo se destacó la llegada del barco y su propósito de “promover la lectura” en los puertos de diversos países. 

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