Vamos, ¿cómo quitar la sensación de placer por haber cumplido de los cientos de miles de seguidores que aguantaron estoicamente un largo viaje por tierra, la trasnochada, los apretujones, el sol, el hambre, el calor, la sed, las ganas de orinar con tal de acompañar, venerar, estar cerca y tocar a su líder? ¿cómo ser tan hijo de puta de amargar el día a quienes ven y verán siempre en aquella movilización la manifestación de un pueblo que va más allá de la política y raya en lo religioso?
Porque si lo vemos bien, todo se centró en el presidente López Obrador. Él fue el que convocó luego de la manifestación ciudadana del 13 de noviembre. Él fue quien decidió el guion donde él sería el protagonista principalísimo. El que saldría de Palacio Nacional y encabezaría la marcha, aunque a todas luces -basta ver las imágenes de la muchedumbre- las masas lo rebasaron al punto que se le dificultaba avanzar en el trayecto al zócalo. Sería además él quien pronunciaría un largo discurso repitiendo mucho de lo que diariamente dice en su conferencia mañanera y que, más allá de aquello, demostró que su aura le dota de una capacidad física extraordinaria y no sólo la de él, sino de cientos de miles de sus seguidores, a los que se les olvido hasta la sed y el cansancio.
Y AMLO sería en los medios de comunicación quien ese día y los siguientes, el protagonista de la historia nacional. Él que se equipara a los mitos de Hidalgo, Morelos, Juárez, Madero, Magón y Cárdenas. Porque cada personaje de la historia tiene su lado humano y su lado mítico. Aquel que le atribuyen las masas o ahora, los medios de comunicación. El que es indivisible. Aquel que no se trasmuta. Y ese es uno de los problemas del mito encarnado. ¿Cómo transferir esa aura a otro u otra persona? Al mejor para continuar la transformación de México. No hay forma. O más difícil como ese millón 200 mil que se trasladó al centro de la Ciudad de México, de la República, para acompañarlo se multiplica para endosárselo a la “corcholata” que mejor lo representa. No hay manera. Porque para empezar todos quieren ser el escogido (a).
Eso en política siempre divide. Ahí está Ricardo Monreal que ya declaró que él se va, que aparecerá en la boleta electoral, aunque luego dio un paso atrás. Y no se va solo en medio del repudio de los “talibanes” del movimiento, cómo los ha calificado Alejandro Rojas, el suplente del senador, sino se llevará al menos un gobernador, una parte de las bancadas del Congreso de la Unión y si es cierto, aquello por lo que se le acusa de ser culpable de los votos perdidos en las ocho delegaciones también podría llevarse algo de ello.
Ese es el problema del mito convertido en hombre. Es religioso e intransferible. Además, tiene una irradiación limitada. Basta hacer números a vuelo de pájaro. En la zona metropolitana del Valle de México habitaban en 2018, según INEGI, cerca de veinte millones de habitantes. Hoy seguramente lo superan.
Entonces, que, a la marcha, de este domingo, y la del 13 de noviembre, hayan asistido lo dicho por las autoridades, no pinta en ese universo de sus potenciales electores que debe rondar entre 12 y 13 millones en la zona metropolitana con la Ciudad de México, los 56 municipios del Estado de México y el municipio de Hidalgo (Tizayuca).
Esto es, que los quienes no asistieron de esta región, fue porque no están de acuerdo con los gobiernos de la 4T, no les interesa o son de ese mundo de los indecisos. Y ese es el gran interrogante de los comicios de 2024. Incluso, la duda en los del Estado de México de 2023.
Por eso, las estrategias de Morena y de la oposición buscan capturar ese elector por las buenas o por las malas. Vamos ¿Cómo votara la mayoría de esta región? ¿Cómo lo hizo en 2018 o cómo lo hizo en 2021?
La marcha del pasado domingo grosso modo movilizó a funcionarios, empleados, beneficiarios y sobre todo a los fieles a AMLO. El resto se podría haber quedado en casa esperando el partido de México contra Argentina o, simplemente, no esta en el círculo del aura del mito.
Por eso, no hay que perder objetividad al analizar lo ocurrido el domingo pasado. No sólo se trata, como lo dice Jorge Patterson, de “lo que no estamos viendo” que es la impronta mítica de AMLO. Sino de esas zonas de silencio o que ya dieron el paso hacia a la oposición como sucedió en la Ciudad de México.
Sustraídas al mito obradorista que dieron probablemente la vuelta sin retorno. Que buscan otras opciones distintas a Morena. Y eso se manifestó en la marcha capitalina del 13 de noviembre. Que dicho de paso pudo ser mayor o equivalente el número de capitalinos, subrayo capitalinos, en las calles que los del antepasado domingo. O sea, no hay nada escrito. La ciudad de México o mejor la zona metropolitana del Valle de México podría volver a ser una nueva competencia cerrada con un desenlace imprevisible.
En definitiva, la manifestación del obradorismo fue de singular apoyo del líder para demostrar que es capaz todavía de movilizar a cientos de miles de todo el país. Que lo acompañen y vitoreen. Enaltecer su mito que es lo que más cuida una personalidad como esta. Estar del lado bueno de la historia. Que ninguna manifestación opositora lo ponga en entredicho. Por eso la convocatoria personalísima. No fue Morena, fue él. Si lo hubiera hecho Morena el mito se hubiera polítizado y es que el mito necesita del incienso de la imagen, la voz, el rictus del líder.
Y eso, si lo entienden Sheinbaum, López y Ebrard, saben que no se transfiere menos por la ósmosis de la marcha, que dos de ellos no aguantaron el trayecto. ¿Cómo no reconocer…?
Al tiempo.