Monterrey.- Soy de los que postean todo en las redes, sin caer en lo enfermizo. Que la comida, pues una foto en el Feis, una reunión con la raza, otra foto para el Feis, haciendo ejercicio, nada más fit que causar la envidia con tus rutinas más locas. Pero todo con su debida medida. Por eso en el post de hoy, con dedos temblorosos, escribí lo que me pasó, pero sin ahondar mucho en ello, no tenía tantas fuerzas.
“Acabo de sufrir un atropello”, escribí en mi muro.
Los comentarios no se hicieron esperar, todos están al pendiente del teléfono como poseídos. Sonó una notificación, luego otra y otra.
“¿Qué te pasó mi Juan? ¿No me digas que te levantó la policía o algo? ¡Aguas porque esos te plantan cosas!”, decía el primero.
“Fuiste al Seguro y te retacharon… tu doctor se fue de vacaciones o no había medicina jajajaja. Digo, es que andabas malo… ¡Aliviánate!”, decía un amigo.
“¿No me digas que te chocaron y los de Tránsito te echaron la culpa? ¡A un primo le pasó y le fue como en feria!”, decía otro.
“¡No me digas! Te salieron como 1800 de luz y ni clima tienes. El sistema no miente, ahí ni Dios te ayuda”, me escribió un tío.
“Te asaltaron, golpeaste al ladrón y ahora estás en el bote”, dijo otro amigo.
En un interminable desfile de comentarios, unos graciosos, otros más fantasiosos, se fue acrecentando mi ansiedad. Estoy sentado en la banqueta, con una pierna y la cadera adolorida, un auto me atropelló mientras cruzaba la calle para ir a almorzar y, como dicen en la tele, el conductor se dio a la fuga. Pero mientras más leía lo que escribían mis contactos, más me daba cuenta que, ser atropellado por un auto, era mejor que cualquier otra cosa.