Monterrey.- No vemos un país servil. Obediente. Donde el presidencialismo dicte las normas de los ciudadanos. Una nación al antojo de las ocurrencias. De las ideas sorprendentes de la espontaneidad.
Vivimos en una república de contrastes.
No damos por válidas las encuestas de satisfacción. Mucho menos, las de intención de voto.
Resulta increíble la negociación de Félix Salgado Macedonio en Guerrero. La de Alfonso Durazo en Sonora. La de Clara Luz Flores Carrales en Nuevo León. La de Dolores Padierna y su defenestrado consorte, René Bejarano, en la ciudad de México.
La de los millones de NINIS devorados por vivales y aspirantes a cargos de elección popular.
Esos suplantadores, lobos filantrópicos, auspiciados por los delegados estatales de la presidencia.
Nos vemos un país invisible. Vemos el traje de un emperador desnudo. Paseando por las callejas y los pasillos del Palacio Nacional.
Meditando en la soledad de su sombra, el peso de cada una de sus palabras.
Reunido con los incondicionales. Resistiendo los embates de la prensa sensacionalista. Al amparo del Senado y la Cámara de Diputados a modo.
Hacen mucho ruido unos pocos. Perturban la paz de los sepulcros nacionalistas. El país volverá a la visibilidad en la renovación de gubernaturas y de los cargos federales.
Con mucha seguridad, se ha decantado por limitar los poderes fácticos de un presidente ficticio.