GOMEZ12102020

El prado bajo la colina
Ernesto Hernández Norzagaray

Oslo.- Escribo este texto en la comodidad de la biblioteca pública instalada en pleno centro de Oslo. En esa área comercial, cultural, artística, memorística, destaca el edificio de seis pisos, creado por los estudios arquitectónicos de la mancuerna de creatividad de los despachos Lundhagem y Atelier Oslo.

Es una biblioteca que pese a tener unas instalaciones modernas, su origen data de 1785, gracias a la donación de 7 mil libros y 150 manuscritos de un personaje llamado Carl Deichman, lo en ese entonces era un mundo de papel escrito. Se presume que en esta donación estaba la Biblia Vulgata, que había sido traducida del latín por Aslak Bol y, hoy, es el libro más antiguo y valioso, en el acervo de la también llamada Biblioteca Deichman.

Es una biblioteca que tiene áreas especializadas en música, cine, filosofía, literatura, política. Pero lo interesante de esta biblioteca es que cuenta con departamentos de libros de préstamos para prisiones y hospitales (ojo, ISIC).

La gente entra y sale con sus libros. O los disfruta en los cómodos sillones ante amplios ventanales que permiten ver el fiordo de Oslo, es decir, “la estrecha entrada costera de mar formada por la inundación de un valle excavado o parcialmente tallado por acción de glaciares”. Y es que estas bellezas naturales tienden a ser profundas; por ejemplo, el Sogn noruego es de mil 308 metros de profundidad, solo superado por el Scoresby Sund de Groenlandia, que llega a alcanzar hasta los mil 500 metros de profundidad.

O sea, hay un mundo natural en esas profundidades oscuras que quizá el ser humano nunca termina de conocer. Los noruegos en general viven muy acordes con el medio ambiente. Oslo, que tiene hoy a lo sumo 700 mil habitantes –menos que Culiacán y ligeramente mayor que Mazatlán– tiene un excelente sistema de transporte público y una gran cantidad de pueblos pequeños, regados en el bosque que circunda la ciudad.

Hay pocos vehículos sobre las avenidas y los que circulan en su mayoría son híbridos o eléctricos. Los noruegos y noruegas –por cierto, muy bellas, casi como las sinaloenses– son peatonales por naturaleza. Caminan alegremente por sus amplias banquetas. O se les ve observando por sus grandes parques, en especial el Gustav Vigeland, que es el nombre del mayor escultor que haya dado el norte escandinavo.

En ese parque, que vale la pena conocerlo a través de YouTube o Wikipedia, se puede apreciar el valor de 212 esculturas en granito y bronce. Un espectáculo sin igual, porque la naturaleza está al servicio del arte, o el arte al servicio de la naturaleza. Se dice que este noruego silencioso empezó a hacer las estatuas en 1907, y en 1942 entregó la última; eran los años de la guerra mundial, y esa región del mundo estaba a dos fuegos entre los nazis y los países aliados.

Y este hombre, obsesionado con su obra, trabajaba día y noche, hasta tener cada una de estas piezas perfectas, como también el diseño del parque adonde irían a parar cada una de ellas; y por cierto, no le tocó ver el final, porque el parque se inauguró hasta 1950, cuando había terminado la guerra. Antes, en 1941, produce la última pieza de esta serie, cuando la guerra estaba en todo su apogeo y ese mundo, su mundo, estaba convulsionado por malas noticias. Al año fallece y ahí está su obra, para recordarnos el poder mayúsculo del arte y para el disfrute de quienes se atreven a ir a este brazo terrenal aislado de Europa del Norte.

Esta región de gente mayoritariamente de clase media, gentil, alegre, amable, pacifista en un entorno sacudido por la guerra que hoy existe en Ucrania y ha provocado una migración sin precedente hacia los países de Europa.

Leo una nota que registra una declaración durísima de Vladimir Putin, que sin más arroja la bomba mediática, intimidatoria: “en una guerra nuclear, Europa sería reducida a cenizas”. Hace unos días, conversando con Katherine, una bella joven rusa, que radican en esta ciudad, me preguntó mi opinión sobre la guerra; le contesté que estaba del lado de las víctimas, los ucranianos; y le pregunté: ¿Y tú? Su respuesta fue la misma y calificó a Putin rotundamente como un dictador, un ser indeseable.

Recorro los pasillos de la biblioteca Deichman para ver esos grandes anaqueles plagados de libros escritos en noruego; por ahí veo una biografía de Kapuscinsky, el gran periodista de las guerras del siglo XX, que dejó un legado de solidaridad a la humanidad y, después de andar por esos caminos de saber, levanto la vista hacia el fiordo y en sus comisuras se ven embarcaciones con distintas banderas escandinavas; y llegó a la conclusión de que el mundo no termina por entender el sentido de la vida, o peor, está convencido de que la guerra es un mal necesario.
Inexplicable, entre tanta mujer bella, en este prado bajo la colina, es decir, lo que significa la palabra Oslo.