PEREZ17102022

El régimen de partidos
Edilberto Cervantes Galván

Monterrey.- La conformación del sistema político mexicano se ha desarrollado con cambios frecuentes, si se mira con una visión de largo plazo o si se compara con el sistema norteamericano.

El sistema de partidos propiamente dicho se configuró en los años cuarenta del siglo pasado. Ya para entonces las fracciones de los revolucionarios de 1910 habían organizado el Partido Nacional Revolucionario y el Partido de la Revolución Mexicana. Por su parte, una fracción de la oposición había creado el Partido de Acción Nacional. A partir de 1946 hasta la década de los setenta las principales formaciones partidistas son el PRI y el PAN.

La represión de movimientos populares: de ferrocarrileros, campesinos, médicos y sobre todo de los estudiantes, que se dan en las décadas de los cincuenta y los sesenta, provocaron fricciones y divisiones al interior del grupo gobernante.

En ese entonces, los académicos de la ciencia política norteamericana no se ponían de acuerdo sobre como caracterizar al sistema político mexicano. Había quien lo señalaba como un régimen de partido único; pero, como estaba vigente el PAN y algunos otros partidos ocasionales, otros lo calificaban como régimen de partido dominante. El hecho es que el PRI ganaba prácticamente todas las elecciones: en la Presidencia de la República y en las gubernaturas. En el Congreso el predominio del PRI era lo usual.

Después de que, en el proceso de 1976, el candidato del PRI enfrentó las elecciones sin un contrincante significativo (el PAN no presentó candidato), desde el interior del régimen surgió la iniciativa de modificar el sistema electoral y de partidos, para abrir espacios a la oposición. A partir de esa fecha y hasta el presente, se han creado diversas figuras político-electorales que facilitan el acceso a posiciones de poder, como la de “diputados de partido”, la de “diputados plurinominales”, y mayores espacios en el Senado.

Más recientemente, se rompió con el principio añejo de la no-reelección en los puestos de elección popular. Las dirigencias de los partidos deciden quienes de sus militantes pueden o no buscar la reelección en el legislativo. Ahora hasta en las alcaldías está vigente la reelección. Esto ha propiciado la conformación de una élite política que se sostiene de manera permanente en el escenario público, cambiando de un puesto a otro cada tres o seis años y también cambiando de partido.

En la década de los 90, se empezaron a reconocer triunfos del PAN a nivel de alcaldías y gubernaturas. El PRD, surgido de una escisión del PRI, también logró posiciones importantes, sobre todo en el Distrito Federal y en el legislativo. Se creó el INE, con autonomía en relación con el gobierno e integrado con ciudadanos. En 1997 se produjo un evento histórico: el PRI perdió el dominio en el legislativo.

En el año 2000, el PAN obtuvo el triunfo en las elecciones presidenciales y mantuvo el poder por doce años. El PRD logró algunas posiciones a nivel de gubernatura.

En el proceso electoral presidencial de 2012, el PRI se alzó con la victoria y convocó a una alianza en el gobierno al PAN y al PRD. Con una propuesta elaborada en conjunto con la OCDE (con Ángel Gurría al frente de esta organización), el PRI, el PAN y el PRD adoptaron por consenso un programa de gobierno; con este, se establecieron candados institucionales para asegurar la vigencia de la política económica neoliberal. Desde los noventa el PAN había encontrado afinidad con la política del PRI, ahora se sumaba el PRD.

Para las elecciones presidenciales del 2018 se crearon las candidaturas independientes, rompiendo así el monopolio de los partidos políticos para registrar candidatos. Se presentó una nueva formación política: MORENA, que obtuvo un triunfo solvente. A partir de entonces el panorama político electoral cambió de manera notable; la alianza PRI-PAN PRD perdió fuerza electoral y MORENA ejerce el poder en la mayoría de las gubernaturas

(MORENA fue creado en 2011 bajo el nombre “Movimiento de Regeneración Nacional”, una asociación civil dedicada a impulsar la campaña presidencial de Andrés Manuel López Obrador en las elecciones federales de 2012 por parte de la coalición Movimiento Progresista —conformada por el Partido de la Revolución Democrática (PRD), el Partido del Trabajo (PT) y Movimiento Ciudadano (MC))

Del 2018 al presente el sistema político mexicano vuelve a ser uno de partido dominante, con MORENA con alto peso electoral y aliado al PT y al PVEM (ambos con reducida votación). En la oposición, la alianza PRI, PAN y PRD, experimenta una caída pronunciada de su fuerza electoral. Una tercera formación política, el Partido Movimiento Ciudadano, con dos gobernaturas y reducida presencia en el legislativo, rompe las condiciones para un bipartidismo o la confrontación directa entre dos alianzas.

En las elecciones recientes, la participación de los electores no ha rebasado el 50 por ciento del padrón. Esto debiera aceptarse como una debilidad de la democracia participativa: una incapacidad de los partidos y de los políticos para animar a los ciudadanos a votar.

Los estrategas electorales profesionales han convertido los procesos electorales en una contienda cuasi-mercantil y se sienten más cómodos en una condición de bi-partidismo: siguiendo las líneas de la cultura política en Norte América. El bi-partidismo electoral provoca el enfrentamiento y riesgos. Como los que recientemente se presentaron con Trump en USA y con Bolsonaro en Brasil.

En el escenario electoral a nivel internacional: Guatemala, España; se perfila a partidos de derecha con capacidad para mantener o escalar el poder. Los procesos en USA, México e India, se prevén con riesgos de no sólo la manipulación mediática ya tradicional, sino el uso intenso de las redes sociales y la inteligencia artificial, para crear escenarios de conflicto.

La transición en el entramado económico internacional está dejando atrás la llamada globalización financiera y el predominio global de USA. La guerra en Ucrania es un riesgo de gran significación. La doctrina neoliberal que se aplicó desde los años ochenta no logró mejorar los niveles de empleo, de ingreso, ni las posibilidades de desarrollo educativo y cultural, mucho menos elevar los niveles de bienestar. Pero no hay quien articule una estrategia de desarrollo alternativa. Los partidos políticos en general carecen de propuestas.