Levantó cuidadosamente la tapa y sacó dos sendas bolsas, bastante limpias, diría que hasta higienizadas (fue lo más raro), repletas de recipientes que sabrá el pinche diablo qué contendrían; las llevó con cautela hasta una camioneta, de esas que tienen muchas letras que anuncian un negocio: frutería, fletes, maquinaria, materiales para construcción (a lo lejos no logré distinguir el giro comercial).
Puso una de las bolsas en el piso, para poder abrir la vieja camioneta; se quitó el sombrero de palma y lo arrojó al asiento de adelante; acomodó las bolsas con delicadeza, como si estuvieran llenas de peyote, mota, anfetaminas, piedra (crack), billetes falsos, dólares, euros, joyas, diamantes... (¡Ufff..! Esta memoria de escritor que no para...)¡Qué se yo!
Arrancó con dificultad el añejado vehículo y enfiló hacia la transitada avenida...