PEREZ17102022

El tiempo de los duros
Ernesto Hernández Norzagaray

Mazatlán.- Resulta paradójico que mientras aumentan los problemas graves de la humanidad –cambio climático, reducción de alimentos, catástrofes naturales, inflación, recesión, sobrepoblación, violencia, seguridad, política de bloques, guerras en terceros países y riesgo nuclear– los políticos más duros están llegando o permanecen en el poder, lo que, seguramente, significará que las agendas de estos, simple y sencillamente, sean sólo más gasolina al fuego mundial.

Veamos en Europa: la ultraderecha gobierna en Hungría, con Viktor Orbán; en Polonia el partido Ley y Justicia, de Jarosław Kaczyński, controla al gobierno e impone su agenda ultraconservadora; en Italia, Georgia Meloni, con su partido Hermanos de Italia, promueve políticas conservadoras y nacionalistas; y esta corriente avanza consistentemente en Suecia, Finlandia, Austria, Rumania, Holanda y Bélgica.

Y en otro horizonte, está la autocracia China bajo el liderazgo de Xi Jinping, que tiene un control absoluto sobre los medios de comunicación, represión a disidentes y un sistema de vigilancia masiva; Rusia, con Vladimir Putin, ha creado una autocracia electoral sin condiciones democráticas genuinas; Irán y su presidente Masoud Pezeshkian ha fortalecido un sistema teocrático autoritario; Arabia Saudita, bajo la egida de la familia Al Saud, gobierna una autocracia monárquica; y la India, aunque formalmente es una democracia, el gobierno de Narendra Modi ha mostrado tendencias autocráticas; y está el sistema cuasi monárquico de Kim Jong Un en Corea del Norte, o el régimen autoritario turco, con el autócrata Tayyip Ordogan.

En América Latina no cantan mal las rancheras, con sistemas autocráticos en la Cuba de Díaz Canel, la Nicaragua de Daniel Ortega, El Salvador de Nayib Bukele, la Venezuela de Nicolás Maduro, y México, con la dupla AMLO-Sheinbaum camina rápidamente en convertirse en una nueva autocracia, con una oposición que con la futura legislación no podrá ganar elecciones.

Y están, por último, las elecciones que se celebraron el pasado martes en los Estados Unidos, donde el conservador Donald Trump y el Partido Republicano ganaron las elecciones presidenciales, del Senado y la Cámara de Representantes.

Es decir, a primera vista el mundo está gobernado por los duros de la política; y esa no es una buena noticia para la humanidad, porque estas posiciones se caracterizan no por el juego democrático de las alternancias, sino, en lo interno, por el control o modificación de las instituciones; y en lo externo, por el juego de bloques, que tiene un alto componente militar, que explica lo que sucede hoy dramáticamente en Ucrania, Líbano y la franja de Gaza.

Y en esta lógica, equidistante, terminó por imponerse en México la visión autocrática sobre el Poder Judicial, al romper la mayoría de los ministros en la Suprema Corte de Justicia de la Nación, lo que significa que los actuales serán despedidos y el próximo verano se elegirán popularmente a jueces, magistrados y ministros, que estarán acotados por nuevas instituciones de control de la coalición dominante; o peor, de quienes tendrán la decisión de palomear a los precisos del nuevo Poder Judicial.

O sea, con esto México dejó atrás un modelo democrático pluralista, imperfecto, pero que durante décadas fue capaz de auto reformarse a través de las sucesivas reformas electorales y continuar garantizando el juego democrático y la representación política plural.

Ahora, lo que viene no está tanto dentro del país, sino fuera, y la primera aduana de tensión será la de un Trump que ha utilizado a México como parte estratégica de su campaña, para obtener lo que ha obtenido; y de acuerdo con su discurso triunfal ante miles de estadounidenses, ratifica el tema de las fronteras, en un claro mensaje al gobierno mexicano.

Para Trump, los republicanos y sus votantes parte de sus problemas tienen que ver con México: la relocalización de empresas chinas en nuestro territorio, para exportar luego a los mercados del norte; la migración mexicana e internacional que cruza el país; la producción y exportación de fentanilo que se distribuye en las calles estadounidenses, causando decenas de miles de muertes, y los cárteles de la droga, que los ven como parte de un sistema político-criminal.

Con los cambios constitucionales y reglamentarios en materia judicial, muestra que nuestro país no otorga garantías para los intereses estadounidenses, y pone en entredicho la vigencia del T-MEC, que será el tema de “renegociación”, no revisión, de los próximos años y no es un asunto meramente semántico, pues movería todo este entramado comercial tripartita.

En tanto, la presidenta Sheinbaum, instalada en la idea mediática de que en campañas electorales se dicen muchas cosas emocionales para conseguir votos y nos dice que pasando este proceso las aguas vuelven a su nivel y, entonces, vendrán las reuniones de alto nivel entre los responsables de los dos países y ahí se limarán las asperezas de los dichos políticos y definirá la política bilateral a seguir.

Esta opinión optimista tiene sus reservas, porque Trump va por la enchilada completa y, seguramente, intentará hacer lo que hizo con AMLO, a través de Marcelo Ebrard, poner a Sheinbaum de rodillas, con la reiterada amenaza de alza de los aranceles de importación si no controla la migración ilegal hacia los Estados Unidos, o los flujos de drogas a su país.

Esto lleva a suponer que será muy fuerte la presión trumpista, tanto en la vía migratoria como la comercial, especialmente lo que tiene que ver con el nearshoring y las inversiones chinas en México; o la captura, quizá, ya no solo de miembros de los cárteles, sino de narco políticos.

En este escenario adverso, ya veremos las cosas no en clave bilateral, sino en política de bloques, que ya es hablar de otro nivel, y eso despierta todo tipo de conjeturas e hipótesis en la relación México-Estados Unidos.

En definitiva, México es parte de las nuevas tendencias duras que marcan las identidades políticas autocráticas del mundo y el sistema de bloques.

Esto podría depararnos un futuro más incierto del que conocemos hasta ahora y que va a reclamar operadores internacionales de mucha experiencia diplomática y nacionalismo soberanista, no de políticos duros e ideologizados.