Monterrey.- Al perder los alemanes la hegemonía, durante la segunda guerra mundial, ordenaron a sus generales, en las plazas tomadas, destruir las ciudades.
Eso incluía todas las construcciones históricas. Para demostrar cuando, aun en la derrota, eran capaces de no dejar piedra sobre piedra.
En la conciencia de algunos, no todos, reflexionaron sobre el peso histórico de su encomienda.
La instrucción tajante no era para ser incumplida. Algunas negociaciones diplomáticas, de los pocos entes razonables de la comunidad en contacto con el movimiento nacional socialista, les mostraron las consecuencias.
Nuestro mundo habría perdido Paris. Con todo su bagaje cultural, sus estatuas, cuadros y también con el Louvre.
Antes de la partida del poder, del presidente Donald Trump, borró de un plumazo todos los avances diplomáticos de su antecesor Barack Obama.
Incluyó a Cuba, como se ha hecho desde 1959, como un país donde se patrocina el terrorismo internacional.
La mayoría demócrata debe estar preocupada. En ambas cámaras, en senado y los representantes, les heredaron una situación incómoda para el vecino del caribeño.
Joe Biden y Kamala Harris, en la intersección de la historia y del pensamiento de la buena voluntad de entre las naciones, deben ser muy cuidadosos con el tema Cuba.
Ellos conocen como en Florida, espacio fuerte republicano, se esconden muchos de los detractores del movimiento social cubano.
Como desconectar una bomba de tiempo, sin tocar ninguno de los cables, para evitar la explosión interna y la de la comunidad de las naciones.