A la distancia la historia se ve diferente, la luz sobre los eventos y el cambio coyuntural acomodan las explicaciones, y se va comprendiendo a la realidad de otra manera; hoy el libro sería distinto.
Asumí que Echeverría era un hombre de cambio, tal vez influido por mi vivencia de estudiante, que partía de la premisa del presidente todopoderoso y porque tenía de frente al gorilato de Díaz Ordaz (GDO), del que Echeverría (LEA) era carta central; poco sabía de la conexión de GDO con la ultraderecha y su anticomunismo, aspectos compartidos por LEA, lo que puede explicar que llegara a la presidencia y no que fuera taimado como muchos consideran.
En el libro demuestro que había limites al poder presidencial, que previnieron que Echeverría hiciera lo que quisiera, aunque la tesis es válida en cualquier sistema político, pero algo en el libro que no se me hizo explícito lo irritó.
Le lleve el libro a Echeverría y se atoró en el apéndice de chistes, los que según él, mintiendo, dijo no conocer; pero a partir de esa visita se desató una persecución que terminó con una amenaza de muerte, que me llevó a salir del país; pasé de académico de la UNAM, a refugiado en Estados Unidos, bajo el cobijo de colegas. Con el tiempo regularicé mi situación migratoria en Estados Unidos, donde estoy culminando mi carrera académica.
Quien me transmitió la amenaza me dijo un día que ya podía volver, que ya había pagado el castigo. El señor de horca y cuchillo decidía hasta dónde podía destruirle la vida a alguien, pero me convencí de no volver cuando un amigo me transmitió el mensaje de que toda la familia estaba furiosa con el libro; la amenaza no desaparecía y no es algo que deba tomarse a la ligera.
En el libro no entré a profundidad en las acusaciones que lo llevaron al arresto domiciliario, y posteriormente a declararlo autor intelectual del ataque del 2 de octubre; concluí en el libro que esa orden solamente pudo venir del presidente, lo que liberaba a Echeverría de la acusación; esto según testimonios, que pueden estar manipulados, mostró que mi conclusión podía ser errónea. Posteriormente fue sentenciado por el delito de genocidio, aunque fue exonerado, porque el delito supuestamente prescribió. Ese delito no prescribe, pero perseguirlo así fue un error, porque no hubo genocidio, Echeverría estuvo detrás y fue culpable de crímenes de lesa humanidad que no prescriben, y así debe pasar a la historia: como asesino.
Muchos, correctamente, ponen atención al 2 de octubre, pero debemos resaltar su responsabilidad en el 10 de junio, en la guerra sucia, en la eliminación de los luchadores por otro sistema, y en la agresión contra los demócratas.
Me argumentan que no tome el caso personal, pero los que fuimos víctimas de Echeverría no tenemos otra manera de tomarlo. Nos atacó a mí y a mi familia; el destierro tiene severas consecuencias económicas, sociales, psicológicas y familiares; y solamente una bestia autoritaria puede darse el lujo de infringir esos castigos, por sentirse agraviado en lo personal.
La condena contra el sistema político es válida y correcta, pero debe acompañarse de la cara y el nombre de quienes tomaron esas decisiones.
La historia la escriben los vencedores, hasta que se los permitimos; también la escribimos las víctimas, y los que en algún momento fuimos avasallados por la barbarie y el abuso.
Echeverría representó lo más nefasto del sistema político mexicano, ultra centralización del poder, uso del presupuesto para comprar conciencias y lealtades, uso de la fuerza para enfrentar conflictos sociales; y colaboró con las fuerzas obscuras imperiales, poniendo en la picota los intereses nacionales. Y aún así se atrevió a censurar un libro que lo analizaba y a perseguir descarnadamente al autor. Lo más grave del caso es que no soy el único.
Hay quien se alegra de su muerte, hay quien se niega a siquiera dar un pésame, hay quien debe recordar, porque la memoria es una suerte de alerta frente a lo que sucedió y que puede volver a pasar.