Mazatlán.- Era previsible que el eje discursivo de Joe Biden en su toma de posesión como presidente de los Estados Unidos de Norteamérica fuera la defensa de la democracia como estilo de vida, cómo forma de toma de decisiones públicas y como filosofía de conducción política.
No podía ser otro el discurso luego del gobierno de Donald Trump quien, hasta el último momento, puso en entredicho los valores esenciales de la democracia norteamericana y no sólo eso, también, provocó que el pasado catorce de enero una turba violenta de sus simpatizantes entrara al Capitolio donde se hacia el recuento formal de los votos electorales y, por lo tanto, se pondría fin al proceso electoral.
Era un último esfuerzo desesperado e inútil, por revertir lo que, a juicio de sus seguidores, constituía un “fraude electoral” que le había quitado el poder al presidente Trump.
Pero, todo fue en vano, se impuso el poder de las instituciones democráticas y Trump tuvo que salir por la puerta trasera para dirigirse a su mansión en la Florida.
Pero, el mal estaba hecho, en estos cuatro años de gobierno, cómo lo indica Biden, el republicano que había recibido un país con los problemas derivados de la economía entregó uno peor, dividido social y políticamente, “que pone a rojos contra azules, al mundo rural contra el mundo urbano, conservadores contra liberales”.
Y, cómo la actuación de Trump también dañó profundamente las relaciones de Estados Unidos con el mundo Biden levanta la mano para decir: El mundo está observando…Nuestro país ha sido puesto a prueba y hemos salido fortalecidos. Vamos a renovar nuestras alianzas, vamos a reconectar con el mundo. No para enfrentar los desafíos de ayer sino los de hoy y mañana. Vamos a liderar, no con el ejemplo de nuestro poder, sino con el poder de nuestro ejemplo. Seremos un aliado fuerte para la paz, el progreso y la seguridad”. Y, cómo una de las primeras medidas favorables para México, decreta la suspensión de la construcción del muro y las deportaciones de los “dreamers”, los indocumentados que llegaron a los Estados Unidos siendo menores de edad.
Este mensaje lo exigía la tradición democrática que viene desde George Washington, pero, también, un mundo donde el poder se ha fragmentado en grandes bloques económicos y políticos y que ha provocado un rediseño de la política mundial.
Pero, algo muy importante en estos años, el mundo después de haber vivido lo que el profesor Samuel Huntington llamó la “tercera ola democratizadora” y que habría permitido transitar sin guerras desde un mundo marcado por el totalitarismo y las dictaduras militares hasta sistemas democráticos, hoy ese mundo imperfecto, que el sociólogo catalán Vicente Verdú denominó “democracia chatarra”, en serie, provocó la aparición en la escena internacional de actores no democráticos y el mejor ejemplo de ellos es Donald Trump que intentó poner en una encrucijada a las instituciones de su país.
Pero, la democracia representativa, es más poderosa que cualquier gobernante o grupo de interés, más que una turba encolerizada, no es casual que en el discurso de toma de posesión Biden haya destacado que los estadounidenses salieron “fortalecidos” aun, cuando, o quizá por eso, el despliegue excesivo de decenas de miles de agentes de seguridad para proteger la investidura presidencial.
Con ello empieza un nuevo gobierno demócrata, quizá sin el aura carismática de Barack Obama, pero que está obligado a más a reconstruir aquello que está dañado estructuralmente.
Por eso, el llamado de Biden a la Unidad de los estadounidenses, a volver a lo que les ha hecho fuertes y les ha permitido ser un líder mundial, suena hueco porque hoy Estados Unidos no es lo que fue y probablemente ya no lo será, y ese es el caldo de cultivo el para racismo y el supremacismo blanco que está a flote en una franja de los estadounidenses.
Sin embargo, ese país busca resurgir de estas cenizas que deja la administración Trump, lo cual es un desafío de primer orden en un mundo globalizado y donde las ideologías han venido a menos o supeditada a las necesidades de la economía mundial.
Entonces, la pregunta es cómo transitar desde una economía que es incapaz hoy de generar los incentivos que los estadounidenses necesitan, donde la seguridad pública se ha vuelto un asunto privado o donde las decisiones políticas frecuentemente remite a lobbies empresariales, hasta una sociedad cohesionada que tenga incentivos mayores, para refrendar su apoyo a la democracia y en ese ánimo constructivo, evitar la aparición e influencia de liderazgos providenciales, tormentosos, porque lo ocurrido en el Capitolio es algo que se ha estado fermentando al margen de si los gobernantes son republicanos o demócratas.
La democracia, decía Winston Churchill: “es el peor sistema de gobierno diseñado por el hombre, con excepción de todos los demás” y eso persiste como posibilidad, sea por su capacidad de auto regenerarse como forma de gobierno, de cambiar a sus representantes políticos y no solo sostener, sino incrementar, constantemente el debate público como pivote para la buena toma de decisiones públicas.
Y es que durante la era Trump, mucho de esto se puso en peligro y eso lo entendió mucha gente desinteresada en la cosa pública por falta de incentivos y por eso votó demócrata en las elecciones presidenciales del otoño pasado, cómo antes lo hizo por Donald Trump, buscando una mejora de su situación y eso viniendo del gobierno “socialista” de Obama.
Los estadounidenses, seguramente quieren su democracia, pero también un bienestar personal y de sus familias. Quizá, por eso, cuándo la crisis trajo menos incentivos, brotó el fantasma de la guerra de secesión, la de los polos sociales, los del norte contra los del sur, los azules y rojos… y eso, hoy, atizado por un sistema sanitario insuficiente para atender a los enfermos de la pandemia, es una bomba de tiempo.
Pero, con todo esto, el discurso de la democracia vende esperanza -y más después de los acontecimientos del Capitolio- es lo que vendió Obama con su ¡Yes, we can...! y hoy ofrece Biden a un pueblo que quiere volver a sentirse protegido.
La enseñanza para México es clara, la democracia como forma de gobierno, es frágil cómo el cristal de una ventana, no tenemos por qué sacudirla constantemente pues a la larga puede resultar más caro el remedio que la enfermedad.