Monterrey.- La semana pasada me avisaron de los comités de Clara Luz Flores, Adrián de la Garza y Fernando Larrazábal que tenían pensado no asistir al debate de ayer de un medio de comunicación local.
Dado que me pidieron no ventilar esta información confidencial, no la hice pública. Sin embargo, quise deslizar la especie en algunos artículos como posibilidad. El que entendió, entendió.
Un amigo consejero de ese medio me habló para preguntarme si los rumores eran ciertos. Le dije que mejor se planteara ella y los demás consejeros un urgente examen de conciencia. ¿Por qué no irían tres de cuatro candidatos a un debate que en teoría es un escaparate para lucirse? Sus motivos de ausencia tendrían que ser muy poderosos.
Y en efecto, los motivos fueron muy poderosos. Los candidatos ausentes aducen parcialidad en ese medio, sesgo informativo, favoritismo e incluso falsedad en sus notas. Un aluvión de cuestionamientos que son válidos si se formulan de maneras individual, pero son brutales si se emiten de forma conjunta, como sucedió.
Los consejeros de ese medio me dijeron que no estaban de acuerdo con la empresa de mantener el formato de tan desairado debate. Debieron convertirlo en una charla con Samuel Garcia. Punto. Era lo más decente. Pero como si vivieran en un universo paralelo, el debate de uno, se sostuvo como si fuera el debate de cuatro. Y hasta se le dieron sus minutos de repuesta y réplica a los atriles vacíos. Surrealismo puro.
Una buena cantidad de consejeros cuestionaron finalmente a esa empresa de que se les ordenara pedir que evaluaran el desempeño de los candidatos en un debate que no existió. “Nos parece un ejercicio poco serio”, dijeron.
Cuando un medio quiere fungir como un político más, pierde reputación. Cuando un medio quiere ganar poder sin informar, pierde objetividad. Cuando un medio quiere convertirse en partido electoral, pierde lectores. Y perder lectores es perder el norte.